Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 noviembre, 2011

Ramon y Cajal y su tiempo

Santiago Ramón y Cajal fue un hombre de su tiempo y contrariamente a los modelos que se crean del hombre de ciencia, una persona ocupada de los sucesos de su época, en muchos de los cuales se implicó durante toda su vida. Cajal no es el sabio ajeno a su mundo, no es un hombre aislado de la sociedad en la que vive.
El primer día de mayo de 1922 don Santiago cumplía 70 años y, consecuentemente, se jubilaba como catedrático. Se hacía pues necesario rendir un homenaje a la más importante de las figuras científicas españolas. Unos meses antes, el diputado Julián Van Baumberghen presentó una proposición a las Cortes con el fin de que se concediera al sabio de Petilla de Aragón una pensión anual vitalicia de cinco mil duros. Contrariamente a lo que la lógica y el sentido común exigen, uno de los ministros, Gabino Bugallal, se opuso y... ¡mayoritariamente! fue rechazada la propuesta. El ministro alegó que una nómina de por vida suponía “sentar un mal precedente” ¿A qué se refería el político? ¿Quizás a que si en España había muchos hombres como don Santiago las arcas del Estado iban a desfallecer? ¿O quizá no consideraba suficiente la labor intelectual del científico español?
Han pasado más de 70 años desde que falleció Cajal, costumbres, modas, formas de entender la vida, etcétera de su época no permiten comparación alguna con las actuales, pero cuando leemos sus obras parece que, en el ámbito político y sociológico, casi todo funciona de una manera parecida. Dos ejemplos. En las Charlas de café se hace eco del pensamiento de las mejores mentes de la España de entonces: Ortega, Unamuno, Maeztu, Picabea, Sainz Rodríguez, etcétera, y por eso dice que los males inveterados de España se deben a tres condiciones principales: “1ª, a que cada institución o clase social se estima como un fin y no como un medio, creciendo viciosa e hipertróficamente a expensas del Estado; 2ª, a que, salvo contadas excepciones, nadie ocupa su puesto: los altos cargos políticos, militares y administrativos se adjudican a gentes sin adecuada preparación, con tal de pertenecer al partido imperante, por donde adviene su rápido desprestigio; 3º, a que, cualesquiera que sean los fracasos e inmoralidades de los poderosos, jamás se les inflige ninguna sanción, ni aun la del ostracismo.” En otro lugar de la misma obra exclama: “¡Felicísimo país el nuestro, en donde la casaca ministerial, la toga y el blasón no delinquen jamás!”.
Ponga el lector los comentarios que crea oportuno después de pasar revista a los sucesos políticos que han acaecido en España, por ejemplo, en los últimos veinte años.

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