Gregorio
Marañón dedicó buena parte de su tiempo al estudio de la historia; él, que era
un médico excepcional, que tuvo fama, consideración y respeto ganados a pulso
en el ejercicio de su profesión, se lanza a la investigación histórica porque
tiene que desarrollar su “segunda vocación”. Nos lo explica en uno de los siete
ensayos que forman su libro La medicina y
nuestro tiempo (1954). Es opinión de este intelectual que todo el mundo
tiene dentro una doble vocación, con una de ellas se gana la vida, al menos
inicialmente, con la segunda, la menos perceptible, casi siempre se completa la
personalidad.
La segunda vocación “es un repertorio de impulsos, de deseos, de
vocaciones, mucho más complejo que los que indica nuestra etiqueta oficial. Aún
en el caso de que hayamos acertado con nuestra verdadera vocación, una
tendencia oculta —y a veces más de una — nos empuja a servir en silencio a
preocupaciones que nos son las que nos sirven para ganarnos el pan y para
catalogarnos en los padrones profesionales”. Y esto no se crea que es exclusivo
del intelectual, de ninguna manera: “Nadie se resigna a vivir sin una
‘preocupación de reserva’, a retaguardia de la primordial, con la que, así como
el cuerpo se defiende con sus depósitos de grasas y azúcar del eventual ayuno,
el alma se precave de su enemigo mortal, que es el hastío”.
Marañón
creó, principalmente después de la Guerra Civil , auténticas obras maestras de la
historia, algunas de ellas aún no han sido superadas, mejoradas, por los
historiadores actuales. Sin embargo, un poco antes de la contienda, se acerca
al estudio histórico con el Ensayo
biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (1930), libro en cuyo
prólogo nos cuenta sus ideas fundamentales de lo que debe ser una asociación
íntima, o, si se prefiere, complementación, entre la actividad de los hombres
de ciencia y los dedicados a las letras (fenómeno que en Marañón fue una
verdadera síntesis). Por eso escribe que la “colaboración inexcusable para el
progreso humano se realiza de dos maneras: o por la aportación de materiales
desde diversos campos a un mismo tema en formación, o por la aplicación de los
métodos de una ciencia determinada a la investigación de temas de otra ciencia
distinta”. Y en otra obra podemos leer: “Los nuevos conocimientos en las
diversas disciplinas del saber humano o simplemente la mayor experiencia
histórica, nos permiten explicar muchas cosas que antes nos parecían oscuras; o
dar a las ya explicadas una interpretación nueva. Sobre todo ha influido en
este progreso la aplicación, hoy tan frecuente (aunque no siempre afortunada),
de las disciplinas biológicas al estudio de la Historia clásica”.
Estas
palabras son de enorme actualidad porque entonces (era el año 1930), y ahora,
hay unos personajillos de nivel intelectual más que dudoso que consideran,
casi, inaceptable esta intromisión en “su” parcela cultural. Marañón intenta
proyectar los progresos “de la fisiopatología del carácter y de los instintos
humanos, sobre el espíritu y el cuerpo… de un rey remoto y de algunos de los
que le acompañaron en su paso por la vida”. No obstante, esto no empece que
buena parte de su labor historiográfica sea hoy muy consultada porque muchas de
estas obras no han sido mejoradas.
A
fin de cuentas, el médico madrileño se autodenominó en alguna ocasión
“psiquiatra frustrado” y eso es lo que manifiesta en muchos de los trabajos en
los que expresa su pasión por descubrir los entresijos psicológicos de sus
biografiados. En el discurso de recepción, en 1936, en la Real Academia de la Historia , a propósito de
las mujeres del Conde-Duque de Olivares dice:
“He
intentado, seguramente con mejor deseo que buena fortuna, colocar la biografía
biológica en su término justo; es decir, aprovechar, ante todo, y en la medida
más amplia posible, los conocimientos actuales de investigación de la
personalidad humana, incluso los de la patología, que son esenciales, porque si
los hombres fueran sanos y cuerdos la Historia, antes y ahora, sería
completamente distinta” (...)
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