(...)
Los mismos subtítulos de muchas de sus obras de historia indican claramente el
aspecto psicológico de los personajes marañonianos: Amiel, que publica en 1932 y que subtitula Un estudio sobre la timidez, El
Conde-Duque de Olivares. La pasión del mandar (1936); Tiberio. Historia de un resentimiento (1939); su espléndido
estudio, poco leído y menos comprendido sobre la personalidad del Don Juan (1940); la considerada por
muchos de sus críticos su obra maestra, Antonio
Pérez (1947); el hermosísimo El Greco
y Toledo (1956) y tantas y tantas obras en las que el agudo “ojo clínico”
del médico pasó revista a muchos aspectos que no fueron advertidos por las
miradas de los historiadores más clásicos.
La
lectura de estos, y otros, libros suyos nos permite descifrar los rincones de
la personalidad de grandes hombres que fueron escrutados por la atenta mirada
de un genio. Así, en Tiberio explica,
además de una teoría del resentimiento, aspectos de la timidez y la antipatía
del emperador; en Luis Vives hace una
relación entre la enfermedad que padeció este desterrado valenciano, la gota, y
el humorismo: “El gotoso, sensual y a la vez lleno de topes dolorosos para su
sensualidad, es, en efecto, casi siempre humorista”; y, finalmente, la
maravillosa descripción psicológica de los personajes que integran esa
monumental obra que es Antonio Pérez y
en la que las tres personas más conspicuas de la historia, Felipe II, Antonio
Pérez y Juan de Escobedo son calificadas de escrupulosa, el rey, clarividente y
amoral, el ministro, y cargada de violencias y forrada de marrullerías, el
secretario.
Y
esta forma de acercarse al alma de sus biografiados se aprecia por doquier en
su extensa bibliografía. También en sus discursos, como el pronunciado en la Universidad de Alcalá
de Henares el 10 de diciembre de 1932 y que fue titulado “Medio siglo de
psiquiatría”. En esta disertación estudia la personalidad de cinco psiquiatras
españoles y a todos los define por un rasgo característico: “de todo lo que
constituye en cada momento el índice biológico de un país, aparecerá siempre en
la primera línea del escenario, bien la figura, enmarcada de barbas venerables,
del doctor Esquerdo, o el gesto nervioso, a la vez apasionado y dulce, de Jaime
Vera, o la sonrisa de indulgente ironía de Pérez Valdés, o la mirada
centelleante, tras aquellos lentes que parecían tener tambén mirada propia, de
Nicolás Achúcarro, o, finalmente, hasta ayer mismo, la noble frente, tenaz y
entristecida, de Sanchís Banús”.
Y
en los artículos médicos también se aprecia esta orientación de “psiquiatra
frustrado”. Cuando estudia las delgadez, “Comentarios a la psicología de las
delgadeces”, lo hace en su aspecto endocrino y psicológico: “en la delgadez,
cualquiera que sea su causa, juegan siempre un papel importante los factores
psíquicos” y “en la curación de la delgadez ninguna medida terapéutica —ni
regímenes, ni medicamentos— tienen una importancia superior a la de precisar la
psicopatogenia del caso y tratarla con la psicoterapia adecuada”. Algo
semejante hace en un tratado sobre la obesidad: “Factores psicológicos de la
obesidad, según un médico no psicoanalista” (en la Revista
Ibérica Endocrinológica,
1956).
Gregorio
Marañón no fue ajeno a la crítica bibliográfica. En su mayor parte son breves
reseñas escritas después de la
Guerra Civil y publicadas en revistas científicas (El Siglo Médico, Boletín del Instituto de
Patología Médica, etc,), sobre libros de medicina —escritos en francés,
inglés, alemán, portugués, español, etc.— de médicos europeos importantes.
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