Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 marzo, 2013

La biblioteca de El Escorial


El Monasterio de El Escorial, construido entre 1563 y 1584, es un auténtico símbolo, no sólo de la figura de Felipe II, sino también de su reinado: centro cultural, templo, mausoleo, palacio, biblioteca, museo, etc.
Desde la fundación del Monasterio, Felipe II tuvo la idea de crear una gran biblioteca que estuviera a la altura de las mejores y para conseguirlo dedicó todos sus esfuerzos, energía y poder. Se rodeó de lo más granado de la intelectualidad de la época y son humanistas bibliófilos los que le orientaron en la adquisición de los ejemplares; entre ellos ocupa un lugar destacado Benito Arias Montano, auténtico organizador de la librería escurialense y al que se debió “la división del fondo por lenguas y su ordenación en 74 materias, 21 de las cuales eran científicas”.

La Biblioteca de El Escorial es un espacio arquitectónico de casi 350 metros cuadrados de planta y con unas bóvedas pintadas al fresco por Pellegrino, más conocido como el Tibaldi (1527-1598): en ellas se representan las artes del Trivium, del Cuadrivium, la Filosofía y la Teología. El mobiliario, diseñado por Herrera, se integra en la arquitectura del recinto, siendo una de las primeras bibliotecas donde se alinean los muebles y los muros.
Cuando Benito Arias Montano vuelve de los Países Bajos, el Monarca español le encarga la catalogación y ordenación de los fondos de la Biblioteca, que fue concebida como lugar de reunión de los conocimientos de la época y configurada desde cinco direcciones: los 4000 volúmenes que regala Felipe II de su biblioteca particular y que constituyeron el fondo inicial de la primitiva, el traslado de bibliotecas monacales, donaciones realizadas por intelectuales, la adquisición de fondos en las más importantes ciudades europeas y la compra de libros de las bibliotecas de insignes personajes entre los que destacan, Francisco de Rojas (1573), Marcos Salón de Paz (1574), Juan Bautista de Toledo (1574), Pedro Fajardo (1581) y sobre todos ellos Diego Hurtado de Mendoza (1576), cuya biblioteca particular era probablemente una de las tres mejores de la España de la época. La biblioteca particular de Benito Arias Montano se incorporó a la de El Escorial en 1599, un año después del fallecimiento del extremeño. Más tarde, el fondo bibliográfico se enriqueció con los libros de Alonso Ramón de Prado (1609) y cinco años más tarde con los 4000 manuscritos árabes, persas y turcos de la famosa biblioteca del emperador de Marruecos Muley Zidán.
La Librería escurialense poseía una riqueza bibliográfica excepcional; todas las disciplinas, científicas o no, de autores clásicos o modernos, se daban cita en numerosas lenguas y en soberbias encuadernaciones. Era un magnífico centro de estudio para todos los amantes de la cultura, fuera esta de índole humanista o científica. A principios del siglo XVII, Lucas de Alaejo decía: “Cada día tenemos huéspedes eruditos, cada día extranjeros curiosos que revuelven nuestras librerías; los veranos todos de todo el mundo [...] y de ordinario los cortesanos, a todos se abre la puerta, a nadie se niega el libro que pide, y si no sabe pedir, se le enseña el modo de pedir y de hallarle”.
El más importe de los fondos de la Biblioteca de El Escorial es el latino y lo es en cantidad y calidad y fue, a fines de la decimosexta centuria, la primera de las europeas en cultura islámica contaba con numerosos códices musulmanes, gran parte de los cuales eran de saberes científicos.
Además, en la Biblioteca de El Escorial se archivó una gran cantidad de obras incluidas en el Índice de libros prohibidos. Además, tuvo el privilegio, concedido por Felipe II, de recoger gratis un ejemplar de todas las publicaciones que se imprimieran en los dominios españoles y en 1619 se recomendó esta norma a los virreyes de Flandes, Sicilia, Milán, etc. Desgraciadamente, el incendio de 1671 acabó con muchos libros y manuscritos.
En fin, la librería escurialense era también un “museo de antigüedades y objetos artísticos, era al mismo tiempo gabinete de instrumentos científicos y depósito cartográfico”.

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