17 junio, 2025

El darwinismo viene a España (I)

 

En 1859 se publicó el libro que, probablemente, ha tenido más influencia en la historia de la cultura, sea científica o no; me estoy refiriendo a El origen de las especies. Su autor fue Charles Robert Darwin (1809-1882) y su contenido, la evolución de las especies por selección natural. Complementario, en cierta medida, del texto anterior fue otro del mismo autor, de carácter antropológico, titulado El origen del hombre y que apareció en 1871. Los dos libros fueron leídos con avidez en todo el mundo civilizado y causaron, desde un primer momento, agrias polémicas en las que adversarios y defensores de la teoría de la evolución, según el esquema darwinista, se enzarzaron en discusiones alejadas, en muchos casos, de las más elementales normas exigibles al razonamiento.

El origen de las especies apareció en Alemania en 1860, en Francia en 1862, tres años más tarde en Italia… En España, en Madrid, se publicó la primera traducción, aunque incompleta, en 1872, mientras que el texto íntegro del naturalista británico no vio la luz hasta 1877; sin embargo, un año antes ya se podía leer la traducción de La descendencia del hombre. No obstante, una parte del mundo científico español conocía la obra del sabio naturalista británico en su lengua original, en los textos traducidos, o por referencias. Buena prueba de ello es el hecho de que los años en los que se publican más artículos y libros sobre el evolucionismo son los que forman el lustro 70-75. Así, la primera noticia que tenemos de una opinión, aunque muy ligera, sobre el darwinismo es la del que fuera catedrático de Historia Natural de la Universidad de Santiago, José Planelles Giralt, que en su discurso de apertura del curso académico 1859-60 criticaba a los que "han hecho supremos esfuerzos para probar y difundir la absurda opinión de que el hombre procedía de una forma orgánica elemental". 

En esos años, los biólogos españoles más eminentes se manifiestan claramente cuvieristas (fijistas, no evolucionistas); es el caso, por ejemplo, de los más importantes catedráticos de Zoología de la época: Laureano Pérez Arcas (1820-1894) y Mariano de la Paz Graells (1809-1898). Bien es cierto que en la década de los 80 Graells cambió de manera considerable sus opiniones iniciales sobre el darwinismo.

El primer comentario serio acerca de la obra de Darwin se produjo en unas conferencias que, en 1867 y en el Ateneo Catalán, pronunció el médico José de Letamendi (1828-1897). Tituladas Discurso sobre la naturaleza y el origen del hombre criticaba la mutabilidad de las especies desde un punto de vista tomista y, evidentemente, también vituperaba el lamarckismo y a Darwin: “si soy hijo de un orangután, por igual razón debo ser nieto de una col y biznieto de una piedra”.

En un primer momento, algunos casos aislados son la excepción del “silencio” general sobre las teorías de Darwin. Así, el catedrático de Mineralogía y Zoología en la Universidad de Valencia, Rafael Cisternas Fotseré (1818-1876), tuvo una gran influencia en la difusión del darwinismo en la ciudad del Turia, de manera semejante a la que logró el catedrático de Historia Natural de la Universidad de Sevilla, Antonio Machado y Núñez (1815-1896), abuelo de los hermanos poetas.

Pero en España se produjo un importante cambio político con la “Revolución de 1868”, de manera que se crearon las circunstancias adecuadas, no necesariamente científicas, para que una teoría como el evolucionismo darwinista fuera aceptada o rechazada enérgicamente, con más fuerza que en el resto de Europa. España era un caldo de cultivo ideal donde fácilmente podían crecer las ideas "pro" y "anti", donde se discutía y opinaba con un fondo religioso o anticlerical, donde se mezclaban términos y conceptos inmiscibles, donde, a menudo, surgía la estupidez. En nuestro país, igual que en el resto de Europa, hubo defensores y detractores del darwinismo que, o no leyeron la obra del sabio o si lo hicieron les faltaba el conocimiento científico necesario, o carecían de una adecuada amplitud de miras, para poder entenderlo. 

Podemos decir que en la España del último cuarto del siglo XIX, en los ambientes culturales de cualquier orientación, la teoría darwiniana impregna casi todo: la encontramos en los ámbitos científicos, políticos, literarios, docentes, religiosos, filosóficos… Todo está lleno de transformismo, como también se le llamaba, todo el mundo opina y aplica las teorías de la evolución de Darwin a lo que no puede ser sometido a sus leyes. Muchos partidarios y adversarios de estas teorías no han leído la obra del científico británico, pero la utilizan. En el debate hispano interviene toda la intelectualidad, no importa su extracción, y es que el evolucionismo es aplicable a cualquier disciplina, hay evolucionismo hasta en la sopa. 

Emilia Pardo Bazán

En la literatura española de la época aparecen frecuentemente defensores del darwinismo y sus opositores más contumaces. Hay referencias a Darwin en las mejores novelas de esos años: Fortunata y Jacinta (1887) La Regenta (1881), etc. También la condesa de Pardo Bazán escribió unas Reflexiones científicas contra el darwinismo (1877) en las que consideraba que la obra de Darwin no era sencilla ni “accesible al entendimiento”. Hasta la etiqueta de “Anís del Mono”, que comienza a fabricarse en 1870, muestra un personaje “intermedio” entre un primate y un hombre que comenta: "Es el mejor. La Ciencia lo dijo y yo no miento”. El protagonista de es Darwin.

Parece claro que una teoría que, mal interpretada y explicada, podía implicar la negación de un Creador no iba a ser bien aceptada por la España católica y sí por los sectores agnósticos y ateos, independientemente del peso científico de la hipótesis de Darwin. En poco tiempo el transformismo tuvo sus defensores en unas tribunas públicas en las que se usaron argumentaciones que motivaron unas agrias y desabridas respuestas de sus contrarios. Entre los partidarios de la teoría de la evolución de Darwin se encontraban muchos profesores de Historia Natural, o de otras disciplinas científicas, de centros docentes de estudios universitarios y medios. Hay que tener en cuenta que los centros de Enseñanza Media fueron, quizá, los más importantes focos de difusión del darwinismo en el último tercio del siglo XIX.

De entre las personalidades docentes defensoras del darwinismo se puede destacar en un primer momento a Rafael García Álvarez, catedrático de Historia Natural en el Instituto de Granada, que en el discurso de inauguración del curso académico 1872-73 defendió la nueva teoría y mereció la reprobación del arzobispo de Granada al considerar que su discurso era "herético, injurioso a Dios y a su providencia y sabiduría infinitas"; al médico Peregrín Casanova (1849-1919), catedrático de Anatomía en la Universidad de Valencia, que desde su cátedra y en obras como La biología general (1877) defendió el transformismo; a Enrique Serrano y Fatigati, que ejercía como catedrático de Física en el Instituto de la capital alavesa, y que en 1874 defendía la obra del inglés en La evolución en la Naturaleza; y a Máximo Fuertes Acevedo (1832-189), catedrático de Física en el Instituto de Badajoz y muy implicado en la defensa de la evolución. 

Peregrín Casanova

Todos ellos, y muchos más, son buenos ejemplos de personalidades científicas notables que participaron, de una forma más o menos activa, en la difusión de las ideas del biólogo británico. También merece la pena destacar, en las décadas finales de la centuria, la adhesión al darwinismo por parte del muy polémico Odón de Buen (1863-1945), catedrático en la Universidad de Barcelona, cuya defensa de las ideas de Darwin le supuso la separación de la cátedra en 1895, decisión que produjo en la ciudad catalana unas revueltas estudiantiles que provocaron el cierre del centro universitario durante dos meses. También se adhirieron a las teorías del inglés Eduardo Boscá Casanoves (1844-1924), profesor de Historia Natural en diversos centros de Enseñanza Media, Blas Lázaro e Ibiza (1858-1921), uno de los botánicos españoles más eminentes, Romualdo González Fragoso (1862-1928), considerado el Padre de la Micología española, etc.

continuará

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