Es evidente que una teoría que, mal interpretada y explicada, podía implicar la negación de un Creador no iba a ser bien aceptada por la España católica y sí por los sectores agnósticos y ateos, independientemente del peso científico de la hipótesis de Darwin. En poco tiempo el evolucionismo de Darwin tuvo sus defensores en unas tribunas públicas en las que se usaron argumentaciones que motivaron unas agrias y desabridas respuestas de sus contrarios. Entre los partidarios de la teoría de la evolución de Darwin se encontraban muchos profesores de Historia Natural, o de otras disciplinas científicas, de centros docentes de estudios universitarios y medios. Hay que tener en cuenta que los centros de Enseñanza Media fueron, quizá, los más importantes focos de difusión del darwinismo en el último tercio del siglo XIX.
Podemos decir que en la España del último cuarto del siglo XIX, en los ambientes culturales de cualquier orientación, la teoría darwiniana impregna casi todo: la encontramos en los ámbitos científicos, políticos, literarios, docentes, religiosos, filosóficos… Todo está lleno de transformismo, como también se le llamaba, todo el mundo opina y aplica las teorías de la evolución de Darwin a lo que no puede ser sometido a sus leyes. Muchos partidarios y adversarios de estas teorías no han leído la obra del científico británico, pero la utilizan. En el debate hispano interviene toda la intelectualidad, no importa su extracción, y es que el evolucionismo es aplicable a cualquier disciplina, hay evolucionismo hasta en la sopa.
En la literatura española de la época aparecen frecuentemente defensores del darwinismo y sus opositores más contumaces. Hay referencias a Darwin en las mejores novelas de esos años: Doña Perfecta (1876), Fortunata y Jacinta (1887) y Miau (1888) de Benito Pérez Galdós, enLa Regenta (1881) de Clarín, etc. También la condesa de Pardo Bazán se permitió el lujo de escribir unas Reflexiones científicas contra el darwinismo (1877) en las que consideraba que la obra de Darwin no era sencilla ni “accesible al entendimiento” y Gaspar Núñez de Arce publicó un extenso poema titulado A Darwin (1872) en el que calificaba el evolucionismo como "ciencia pérfida". Un caso extraordinariamente curioso es el del “Anís del Mono”, que comienza a fabricarse en 1870 con una etiqueta en la que se ve un personaje “intermedio” entre un primate y un hombre que comenta: "Es el mejor. La Ciencia lo dijo y yo no miento”. Y es que el protagonista de esta “gracia” es el sabio británico.
En la literatura española de la época aparecen frecuentemente defensores del darwinismo y sus opositores más contumaces. Hay referencias a Darwin en las mejores novelas de esos años: Doña Perfecta (1876), Fortunata y Jacinta (1887) y Miau (1888) de Benito Pérez Galdós, en
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