Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

28 abril, 2016

...pero no le hicieron caso

La cueva de Altamira fue descubierta de una manera casual. Era un día de 1868 y Modesto Cubillas seguía a su perro de caza que iba detrás de una presa en las cercanías de la localidad cántabra de Santillana del Mar. El can desapareció de su vista pero escuchó sus ladridos: se había quedado atrapado en una grieta de una cueva. El propietario de la finca donde estaba  el hallazgo era Marcelino Sáez de Sautuola y Modesto había trabajado para él en alguna ocasión.

Parece que no fue hasta 1875 cuando Sautuola empezó a realizar algunas prospecciones en la cueva, donde encontró algunos elementos prehistóricos. Como escribió poco después: “una cantidad regular de sílex tallados, en unión de un gran número de huesos pertenecientes a rumiantes y carniceros (…)”. No obstante, hasta 1879 no se descubrieron las  famosas pinturas: fue su hija María Justina, de poco más de ocho años, que dijo al ver el conjunto pictórico: “¡Papá, mira: bueyes pintados ...!”. 
Era Sautuola un hombre que había pasado por la Universidad (era licenciado en derecho) y tenía una curiosidad por las cosas de la ciencia. Juan Vilanova y Piera (1821-1893), catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad de Madrid, fue la persona en la que Sautuola encontró los conocimientos de los que él carecía. Era geólogo y paleontólogo y el científico español más prestigioso entre los europeos de estas disciplinas. Por entonces, de manera general,  los hombres de ciencias se ocupaban del estudio del hombre primitivo en la mayor parte de sus aspectos, ya fueran estos paleontológicos, arqueológicos, prehistóricos, etc.
Marcelino Sáez de Sautuola
Seguro de los descubrimientos de Sautuola, Vilanova difundió la noticia en diferentes congresos de Prehistoria en distintas naciones europeas…pero no le hicieron caso. 
Así, por ejemplo, en 1880 Vilanova presentó el hallazgo en el Congreso de Lisboa, al que asistían reputados científicos: Giovanni Capellini (1833-1922), Jean Louis Armand de Quatrefages (1810-1892); Émile Cartailhac (1845- 1921), Louis Laurent Gabriel de Mortillet (1821-1898), etc. … pero no le hicieron caso.
Poco después aparece un libro de Sautuola: Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (1880) que, a juicio de Martín Almagro Basch, constituye la “primera monografía del mundo sobre el arte cuaternario”; en la misma, atribuye las pinturas a la época paleolítica.
Es probable que el libro fuera leído por algunos intelectuales españoles, pero las cosas no fueron mucho mejor. Resulta que un grupo de miembros de la prestigiosa Institución Libre de Enseñanza llegó a la conclusión de que las pinturas habían sido hechas ¡por soldados romanos! que se refugiaron dentro de la cueva  durante las guerras cántabras (29-19 a.C.), bien es cierto que no dudaron del carácter prehistórico de la cueva. También hubo importantes debates en la Sociedad Española de Historia Natural donde se negó su antigüedad. 
Pero los mejores prehistoriadores del momento eran los franceses que… también despreciaron el descubrimiento. E. Harlé escribe en 1881, por encargo de Cartailhac (el más importante de los prehistoriadores de entonces), un trabajo titulado “La grotte d´Altamira, près de Santander, Espagne” en el que informa que aunque el yacimiento es del Paleolítico las pinturas son modernas. Después, en 1886, Cartailhac escribió Les ages préhistoriques de l'Espagne et du Portugal, una obra donde se refiere a los útiles y huesos con grabados hallados en la cueva, pero en la que no cita las pinturas. También lo tuvo muy claro el ya citado y muy prestigioso Mortillet —fundador en 1864 de la primera revista de Prehistoria del mundo (Materiaux pour l'histoire positive et philosophique de l'homme)— que, en 1881, escribió: “Con sólo mirar las copias de los dibujos…, (…) puedo ver que se trata de una farsa; de una simple caricatura. Han sido hechas y mostradas al mundo para que todos se rían de los crédulos paleontólogos y prehistoriadores". Los franceses…tampoco le hicieron caso.
El que fuera director de la Calcografía nacional Eugenio Lemus y Olmo, en una sesión de la Sociedad Española de Historia Natural, dijo en 1886: “tales pinturas no tienen caracteres del arte de la Edad de piedra, ni arcaico, ni asirio, ni fenicio, y sólo la expresión que daría un mediano discípulo de la escuela moderna”.
Ese mismo año, en la misma institución, donde estaban los mejores científicos españoles de la época, el zoólogo Marcos Jiménez de la Espada y Vilanova se mostraban partidarios de que las pinturas habían sido realizadas por el hombre primitivo. Sin embargo, las opiniones de Lemus fueron aceptadas por científicos de la talla de Ignacio Bolívar y Eduardo Reyes Prósper. Otro, Manuel Antón Ferrandis, afirmó "que las figuras descritas como bisontes ofrecen grandísimo parecido con la raza bovina que se cría todavía en las montañas que rodean a Reinosa". O sea que, en España… tampoco le hicieron caso.
La muerte le llega a Sautuola en 1888 y casi nadie, ni en España ni fuera de ella, aceptó la autenticidad de las pinturas. Incluso, probablemente influido por el aluvión de información  en contra, Vilanova y Piera, le silenció, a él y a la cueva, en una obra suya que apareció en 1894: Geología y Prehistoria de la Península Ibérica.
Finalmente, en 1902, Emil Carthaillac publicaba en L'Anthropologie un artículo titulado "Mea culpa de un sceptique”, en el que reconocía el descubrimiento de Sautuola, claro que éste no lo pudo leer.
En la polémica de las pinturas hubo mucha terquedad intelectual, muchas ideas preconcebidas por parte de los prehistoriadores, incluso prejuicios religiosos, pero esto requeriría de un artículo más extenso que el presente.
 Yo creo que lo que le faltó al debate fue un poco de humildad: ¡cómo se iba a admitir que un aficionado tuviese razón y los más “eminentes” científicos del momento se equivocaran! La ciencia tiene unos sistemas y unas formas que no se mostraron claramente a lo largo de ese tiempo.  Quizá, lo primero que hay que hacer al acercarse a un hecho nuevo es saber un poco de lo que se está hablando y algunos de los hombres que opinaron sobre Altamira no sabían nada de lo que había que saber para emitir juicios sobre el asunto.
Por último, creo que en el debate de la autenticidad de las pinturas hubo bastante del complejo de inferioridad que nos persigue a los españoles, probablemente desde la aparición y desarrollo de la “leyenda negra”, que nos lleva a considerar extraordinario todo lo que se hace y opina fuera de nuestras fronteras y poco menos que deleznable lo que hacemos y pensamos en nuestro territorio.

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