¿Cuál
era la visión que tenía Santiago Ramón y Cajal de las otras ciencias, de la
cultura científica que poco o nada tenía que ver con la neurobiología?
Sabemos,
por ejemplo, que siendo profesor en la Universidad de Valencia descubrió al Echegaray
científico a través del libro titulado Teorías
modernas de la Física. Sobre esta obra el biólogo dice que tiene mayor valor “que
las celebradas obras de vulgarización de Tyndall, en Inglaterra, y de J. H.
Fabre en Francia”. Esto lo contó en mayo de 1922, en el discurso de recepción
de la medalla Echegaray. Al nombrar el texto del polifacético escritor le
sirvió para comparar la divulgación científica hecha por el español y la que se
realizaba allende nuestras fronteras.
Por los comentarios que hace parece claro
que don Santiago está al tanto de las aportaciones divulgativas de dos
importantes científicos de la época, Tyndall y Fabre. El primero, John Tyndall
(1820-1893) fue un físico y matemático británico que descubrió el famoso efecto
que lleva su nombre, que estudió las propiedades magnéticas de los cristales y
que realizó una importante labor divulgativa en el mundo de la física. El
segundo, Jean Henri Casimir Fabre (1823-1915), es el famosísimo entomólogo
francés que escribió una muy difundida obra de divulgación científica en 10
tomos: Recuerdos de Entomología (1879-1907).
En
la postrera obra de Cajal, El mundo visto
a los ochenta años, recomienda al anciano, en la medida de lo posible, la
lectura de libros de las diferentes disciplinas científicas, obras de
divulgación de historia natural, como la ya citada obra de Fabre, de Zoología,
como Las maravillas de la vida animal
de J. A. Hammerton, de Física como La Física moderna y el electrón de Boutaric, de
Astronomía, como El universo que nos
rodea de Jeans, etcétera.
Y
es que el Nobel español entendía el conocimiento como un todo, como un árbol
genealógico en el que las diferentes disciplinas científicas son base y
fundamento unas de otras: la lógica y las matemáticas de la física y de la
química, y éstas de la biología, sociología y sus diferentes ramificaciones;
por eso, cuando explica lo que debe conocer, científicamente hablando, el
investigador biológico dice: “Pero no es menos urgente saber, siquiera de modo
general, todas aquellas ramas científicas que directa o indirectamente se
enlazan con la preferida, y en las cuales se hallan, ora los principios
directores, ora los medios de acción. Por ejemplo: el biólogo no se limitará a
conocer la Anatomía
y Fisiología, sino que abarcará también los fundamental de la Psicología , la Física y la Química ".
Estamos
pues ante una personalidad que ve la ciencia como un todo, alejada de toda
utilidad inmediata, de lo que considera “grosero utilitarismo”. Por eso se
queja del desdén de muchos españoles —abogados, literatos, industriales,
estadistas, etc. — hacia los asuntos de investigación pura, porque ese
menosprecio se "propala inconscientemente entre la juventud”:
“…sin
echar de ver, según les ocurre hoy mismo a muchos intelectuales, que la ciencia
llamada práctica está indisolublemente unida a la abstracta o idealista, como
el arroyo a su manantial. ¡Extraña aberración, propagada por la rutina, y tan
vituperable, como sería la del labrador que diera en la manía de arrancar las
flores para acrecentar los frutos! ¡Cómo habría de medrar el jardín de nuestra
cultura, si nos hemos pasado tres mortales siglos desdeñando o arrancando la
flor de las ideas!”.
Este
menosprecio, en muchos casos se aprecia en la actualidad. No es abundante el
número de personas incapaces de ver las aplicaciones como un maravilloso
reflejo de lo que supone la investigación científica. Cajal amaba la ciencia
pura, no menospreciando su utilidad sino con la sabiduría de un hombre que sabe
esperar porque, para nuestro histólogo, lo inútil no existe en la naturaleza y
porque “las aplicaciones llegan siempre, a veces tardan años, a veces, siglos.
Poco importa que una verdad científica sea aprovechada por nuestros hijos o por
nuestros nietos”.
Y
el hecho de “desdeñar los temas de investigación pura” es considerado por Cajal
como uno de los males de la ciencia que se ha hecho en España, análisis que
viene siendo repetido en la más moderna historiografía española de la ciencia.
En efecto, una de las razones de nuestro atraso científico reside en el hecho
de haber dirigido nuestra orientación científica por derroteros demasiado
aplicados; así ha ocurrido en momentos descollantes de la historia política y
económica de nuestro país. Por ejemplo, en el preciso instante, siglo XVII, en
el que la ciencia iba a estructurarse como tal.
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