Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

11 noviembre, 2012

Ramón y Cajal y la ciencia no biológica


¿Cuál era la visión que tenía Santiago Ramón y Cajal de las otras ciencias, de la cultura científica que poco o nada tenía que ver con la neurobiología?
Sabemos, por ejemplo, que siendo profesor en la Universidad de Valencia descubrió al Echegaray científico a través del libro titulado Teorías modernas de la Física. Sobre esta obra el biólogo dice que tiene mayor valor “que las celebradas obras de vulgarización de Tyndall, en Inglaterra, y de J. H. Fabre en Francia”. Esto lo contó en mayo de 1922, en el discurso de recepción de la medalla Echegaray. Al nombrar el texto del polifacético escritor le sirvió para comparar la divulgación científica hecha por el español y la que se realizaba allende nuestras fronteras. 

Por los comentarios que hace parece claro que don Santiago está al tanto de las aportaciones divulgativas de dos importantes científicos de la época, Tyndall y Fabre. El primero, John Tyndall (1820-1893) fue un físico y matemático británico que descubrió el famoso efecto que lleva su nombre, que estudió las propiedades magnéticas de los cristales y que realizó una importante labor divulgativa en el mundo de la física. El segundo, Jean Henri Casimir Fabre (1823-1915), es el famosísimo entomólogo francés que escribió una muy difundida obra de divulgación científica en 10 tomos: Recuerdos de Entomología (1879-1907).
En la postrera obra de Cajal, El mundo visto a los ochenta años, recomienda al anciano, en la medida de lo posible, la lectura de libros de las diferentes disciplinas científicas, obras de divulgación de historia natural, como la ya citada obra de Fabre, de Zoología, como Las maravillas de la vida animal de J. A. Hammerton, de Física como La Física moderna y el electrón de Boutaric, de Astronomía, como El universo que nos rodea de Jeans, etcétera.
Y es que el Nobel español entendía el conocimiento como un todo, como un árbol genealógico en el que las diferentes disciplinas científicas son base y fundamento unas de otras: la lógica y las matemáticas de la física y de la química, y éstas de la biología, sociología y sus diferentes ramificaciones; por eso, cuando explica lo que debe conocer, científicamente hablando, el investigador biológico dice: “Pero no es menos urgente saber, siquiera de modo general, todas aquellas ramas científicas que directa o indirectamente se enlazan con la preferida, y en las cuales se hallan, ora los principios directores, ora los medios de acción. Por ejemplo: el biólogo no se limitará a conocer la Anatomía y Fisiología, sino que abarcará también los fundamental de la Psicología, la Física y la Química".
Estamos pues ante una personalidad que ve la ciencia como un todo, alejada de toda utilidad inmediata, de lo que considera “grosero utilitarismo”. Por eso se queja del desdén de muchos españoles —abogados, literatos, industriales, estadistas, etc. — hacia los asuntos de investigación pura, porque ese menosprecio se "propala inconscientemente entre la juventud”:
“…sin echar de ver, según les ocurre hoy mismo a muchos intelectuales, que la ciencia llamada práctica está indisolublemente unida a la abstracta o idealista, como el arroyo a su manantial. ¡Extraña aberración, propagada por la rutina, y tan vituperable, como sería la del labrador que diera en la manía de arrancar las flores para acrecentar los frutos! ¡Cómo habría de medrar el jardín de nuestra cultura, si nos hemos pasado tres mortales siglos desdeñando o arrancando la flor de las ideas!”.
Este menosprecio, en muchos casos se aprecia en la actualidad. No es abundante el número de personas incapaces de ver las aplicaciones como un maravilloso reflejo de lo que supone la investigación científica. Cajal amaba la ciencia pura, no menospreciando su utilidad sino con la sabiduría de un hombre que sabe esperar porque, para nuestro histólogo, lo inútil no existe en la naturaleza y porque “las aplicaciones llegan siempre, a veces tardan años, a veces, siglos. Poco importa que una verdad científica sea aprovechada por nuestros hijos o por nuestros nietos”.
Y el hecho de “desdeñar los temas de investigación pura” es considerado por Cajal como uno de los males de la ciencia que se ha hecho en España, análisis que viene siendo repetido en la más moderna historiografía española de la ciencia. En efecto, una de las razones de nuestro atraso científico reside en el hecho de haber dirigido nuestra orientación científica por derroteros demasiado aplicados; así ha ocurrido en momentos descollantes de la historia política y económica de nuestro país. Por ejemplo, en el preciso instante, siglo XVII, en el que la ciencia iba a estructurarse como tal.

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