En
la Baja Edad Media, y en la península Ibérica, el catalán y el castellano
tenían una importancia muy superior a la que poseían en el resto del continente
las demás lenguas europeas y, quizás por ello, en 1492 se publicó en España la
primera gramática de una lengua romance, la Gramática
sobre la lengua castellana de Antonio de Nebrija (1441-1522). Sin embargo,
en el Renacimiento esta tradición de los años precedentes se vio, en gran
medida, interrumpida por la influencia del latín como lenguaje científico.
En
los siglos XV y XVI surge una línea pedagógica, filosófica e histórica que
estudia las obras clásicas, griegas y latinas porque considera que en ellas se
encuentra el conocimiento, en el amplio sentido de la palabra, y porque esos
textos son auténticas guías éticas: es el Humanismo. En el movimiento humanista
español podríamos citar a muchas personalidades de la esfera científica pero me
limitaré a dos médicos conversos: Francisco López de Villalobos (1473-1549),
traductor que fue del Anfitrión de
Plauto y médico de las cortes de Fernando el Católico y Carlos I, y al
segoviano Andrés Laguna (ca. 1510-1559) que tradujo y comentó la Materia medica de Dioscórides.
En
la España renacentista hubo partidarios de la utilización del latín como lengua
de la ciencia y los defensores de las lenguas romances como difusoras de los
saberes científicos.
El
profesor López Piñero ha analizado las diferentes lenguas de las publicaciones
de las diversas disciplinas científicas durante el último cuarto del siglo XV y
todo el siglo XVI; los resultados indican claramente que casi la mitad de las
obras fueron escritas en latín (46%), pero no todos los saberes científicos
utilizaron las lenguas de la misma forma. Mientras la casi totalidad de los
textos de navegación, metales, minerales, albeitería, arquitectura, etc. vieron
la luz en lengua vulgar, la cuarta parte de las obras de alquimia, la tercera
parte de las de matemáticas, casi la mitad de las de historia natural y más del
50% de las de medicina se escribieron en latín; en el otro extremo se
encuentran las de filosofía natural, el 80% de las cuales se imprimieron en
latín. Una conclusión general que se puede colegir de estos hechos es que en
las disciplinas aplicadas y en las de carácter menos académico la lengua vulgar
se mostró dominante, mientras que en los saberes más universitarios se escribió
predominantemente en latín.
Por
último y teniendo en cuenta dos disciplinas ajenas al mundo de la ciencia, el
derecho y la historia, los resultados muestran una orientación similar a la
manifestada por las materias científicas: la casi totalidad de las obras de
historia se escribieron en lengua vulgar y, sin embargo, todas las obras de
derecho que se publicaron en el periodo antes citado fueron escritas en la
lengua de Cicerón.
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