Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

28 septiembre, 2024

La segunda vocación de Gregorio Marañón

 

Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960) dedicó buena parte de su tiempo al estudio de la historia; él, que era un médico excepcional, que tuvo fama, consideración y respeto ganados a pulso en el ejercicio de su profesión, se lanzó a la investigación histórica porque tenía que desarrollar su “segunda vocación”. Nos lo explica en uno de los siete ensayos que forman su libro La medicina y nuestro tiempo (1954).

Es opinión de este intelectual que todo el mundo tiene dentro una doble vocación, con una de ellas se gana la vida, al menos inicialmente, con la segunda, la menos perceptible, casi siempre se completa la personalidad. La segunda vocación “es un repertorio de impulsos, de deseos, de vocaciones, mucho más complejo que los que indica nuestra etiqueta oficial. Aún en el caso de que hayamos acertado con nuestra verdadera vocación, una tendencia oculta —y a veces más de una — nos empuja a servir en silencio a preocupaciones que nos son las que nos sirven para ganarnos el pan y para catalogarnos en los padrones profesionales”. Y esto no se crea que es exclusivo del intelectual, de ninguna manera: “Nadie se resigna a vivir sin una ‘preocupación de reserva’, a retaguardia de la primordial, con la que, así como el cuerpo se defiende con sus depósitos de grasas y azúcar del eventual ayuno, el alma se precave de su enemigo mortal, que es el hastío”. 

Marañón pintado por Ignacio Zuloaga


Marañón creó, principalmente después de la Guerra Civil, auténticas obras maestras de la historia, algunas de ellas aún no han sido superadas, mejoradas, por los historiadores actuales. Sin embargo, un poco antes de la contienda, se acerca al estudio histórico con el Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (1930), libro en cuyo prólogo nos cuenta sus ideas fundamentales de lo que debe ser una asociación íntima, o, si se prefiere, complementación, entre la actividad de los hombres de ciencia y los dedicados a las letras (fenómeno que en Marañón fue una verdadera síntesis). Por eso escribe que la “colaboración inexcusable para el progreso humano se realiza de dos maneras: o por la aportación de materiales desde diversos campos a un mismo tema en formación, o por la aplicación de los métodos de una ciencia determinada a la investigación de temas de otra ciencia distinta”. Y en otra obra podemos leer: “Los nuevos conocimientos en las diversas disciplinas del saber humano o simplemente la mayor experiencia histórica, nos permiten explicar muchas cosas que antes nos parecían oscuras; o dar a las ya explicadas una interpretación nueva. Sobre todo ha influido en este progreso la aplicación, hoy tan frecuente (aunque no siempre afortunada), de las disciplinas biológicas al estudio de la Historia clásica”. 


Estas palabras son de enorme actualidad porque entonces (era el año 1930), y ahora, hay unos personajillos de nivel intelectual más que dudoso que consideran, casi, inaceptable esta intromisión en “su” parcela cultural. Marañón intenta proyectar los progresos “de la fisiopatología del carácter y de los instintos humanos, sobre el espíritu y el cuerpo… de un rey remoto y de algunos de los que le acompañaron en su paso por la vida”. No obstante, esto no impide que buena parte de su labor historiográfica sea hoy muy consultada porque muchas de estas obras no han sido mejoradas. 

A fin de cuentas, el médico madrileño se autodenominó en alguna ocasión “psiquiatra frustrado” y eso es lo que manifiesta en muchos de los trabajos en los que expresa su pasión por descubrir los entresijos psicológicos de sus biografiados. En el discurso de recepción, en 1936, en la Real Academia de la Historia, a propósito de las mujeres del Conde-Duque de Olivares dice:

“He intentado, seguramente con mejor deseo que buena fortuna, colocar la biografía biológica en su término justo; es decir, aprovechar, ante todo, y en la medida más amplia posible, los conocimientos actuales de investigación de la personalidad humana, incluso los de la patología, que son esenciales, porque si los hombres fueran sanos y cuerdos la Historia, antes y ahora, sería completamente distinta”.


 Los mismos subtítulos de muchas de sus obras de historia indican claramente el aspecto psicológico de los personajes marañonianos: Amiel, que publica en 1932 y que subtitula Un estudio sobre la timidez, El Conde-Duque de Olivares. La pasión del mandar (1936); Tiberio. Historia de un resentimiento (1939); su espléndido estudio, poco leído y menos comprendido sobre la personalidad del Don Juan (1940); la considerada por muchos de sus críticos su obra maestra, Antonio Pérez (1947); el hermosísimo El Greco y Toledo (1956) y tantas y tantas obras en las que el agudo “ojo clínico” del médico pasó revista a muchos aspectos que no fueron advertidos por las miradas de los historiadores más clásicos.

La lectura de estos, y otros, libros suyos nos permite descifrar los rincones de la personalidad de grandes hombres que fueron escrutados por la atenta mirada de un genio. Así, en Tiberio explica, además de una teoría del resentimiento, aspectos de la timidez y la antipatía del emperador; en Luis Vives hace una relación entre la enfermedad que padeció este desterrado valenciano, la gota, y el humorismo: “El gotoso, sensual y a la vez lleno de topes dolorosos para su sensualidad, es, en efecto, casi siempre humorista”; y, finalmente, la maravillosa descripción psicológica de los personajes que integran esa monumental obra que es Antonio Pérez y en la que las tres personas más conspicuas de la historia, Felipe II, Antonio Pérez y Juan de Escobedo son calificadas de escrupulosa, el rey, clarividente y amoral, el ministro, y cargada de violencias y forrada de marrullerías, el secretario. 

Marañón Pintado por Joaquín Sorolla

Y esta forma de acercarse al alma de sus biografiados se aprecia por doquier en su extensa bibliografía. También en sus discursos, como el pronunciado en la Universidad de Alcalá de Henares el 10 de diciembre de 1932 y que fue titulado “Medio siglo de psiquiatría”. En esta disertación estudia la personalidad de cinco psiquiatras españoles y a todos los define por un rasgo característico: “de todo lo que constituye en cada momento el índice biológico de un país, aparecerá siempre en la primera línea del escenario, bien la figura, enmarcada de barbas venerables, del doctor Esquerdo, o el gesto nervioso, a la vez apasionado y dulce, de Jaime Vera, o la sonrisa de indulgente ironía de Pérez Valdés, o la mirada centelleante, tras aquellos lentes que parecían tener tambén mirada propia, de Nicolás Achúcarro, o, finalmente, hasta ayer mismo, la noble frente, tenaz y entristecida, de Sanchís Banús”.

Y en los artículos médicos también se aprecia esta orientación de “psiquiatra frustrado”. Cuando estudia la delgadez —“Comentarios a la psicología de las delgadeces”— lo hace en su aspecto endocrino y psicológico: “en la delgadez, cualquiera que sea su causa, juegan siempre un papel importante los factores psíquicos” y “en la curación de la delgadez ninguna medida terapéutica —ni regímenes, ni medicamentos— tienen una importancia superior a la de precisar la psicopatogenia del caso y tratarla con la psicoterapia adecuada”. Algo semejante hace en un tratado sobre la obesidad: “Factores psicológicos de la obesidad, según un médico no psicoanalista” (en la Revista Ibérica Endocrinológica, 1956).

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