Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

20 octubre, 2024

Terapéutica en la corte española del XVI, el caso de María Manuela de Portugal

 

En las edades Antigua y Media la medicina imperante en Europa se basaba en Galeno (130-200). Durante casi mil quinientos años, el sistema científico del médico de Pérgamo se mantuvo vigente, dogmático e indiscutido y, a pesar de las nuevas corrientes científicas que le afectaron, en el siglo XVII seguía siendo considerado en gran estima por los profesionales.

El galenismo considera que las cuatro cualidades (caliente, frío, seco y húmedo) son el origen de los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua), que al combinarse forman los cuatro humores (sangre, flema, cólera y melancolía). 

Galeno

Este sistema filosófico-médico cree que el perfecto equilibrio, la salud perfecta, sólo teórica, es el resultado de la combinación ideal de las cuatro cualidades y que el predominio de una de ellas o de alguna de las posibles combinaciones binarias de las mismas origina las ocho complexiones (temperamentos): caliente, frío, húmedo, seco, húmedo y frío, seco y frío, húmedo y caliente y seco y caliente.

La Medicina galénica diagnosticaba teniendo en cuenta signos como las alteraciones del pulso, el examen de las excreciones de orina, etc.

En resumen, la medicina de Galeno intenta ennoblecer científicamente un saber empírico, vacío, dogmático o contradictorio; a pesar de esto, su vigencia no decae hasta finales del siglo XVII, aunque fue parcialmente modificado con los saberes árabes.

La que fuera primera esposa de Felipe II, María Manuela de Portugal (1527-1545), se casó sin haber tenido la primera regla. Es decir, utilizando la terminología de la época: “no le había venido la camisa”. Entonces, los médicos de la corte, deseosos de que el rey tuviera un descendiente, acudieron a lo que se hacía en aquellos años cuando había que arreglar algún problema, las sangrías. La consorte del rey tuvo que someterse a tan penoso tratamiento que, por cierto, no gustaba a la madre de la afectada, la reina Catalina de Portugal:

“para acelerar la aparición de la pubertad y la facultad de concebir en el cuerpo de la muchacha acudieron los médicos de la corte a medios rarísimos. Frecuentes sangrías en las piernas era uno de ellos [...]”. 

María Manuela de Portugal

Doña Catalina se equivocaba porque las sangrías en aquellos tiempos (como mucho antes) se utilizaban en numerosos “problemas médicos”. Era un remedio muy popular que se aplicaba de manera indiscriminada, pero principalmente cuando se producía una infección. El tratamiento se hacía mediante la utilización de unas 10 a 50 sanguijuelas aplicadas sin discriminación.

Así que sangraron las piernas de la joven tantas veces que su salud se quebrantó. Evidentemente esto no sirvió para nada y todo se arregló de una manera natural: en 1544, con cierto retraso, a María Manuela le llegó la menarquia. Ya no hacían falta sangrías así que, por fin, la princesa se quedó preñada en septiembre de ese año y el desarrollo del embarazo fue normal.

De manera general, en esa época, los problemas del embarazo y del parto no eran especialmente considerados por los médicos ya que para ellos eran situaciones naturales.

Mucho más complicado fue el parto. ¿Qué se hacía en estos casos? Veamos el contexto médico de la época.

Poco antes del alumbramiento de la princesa, en 1541, aparece en España la primera obra ginecológica para instruir en el parto. Se trata de un texto muy divulgado en su tiempo y que lleva por título: Libro del arte de las comadres, madrinas y del regimiento de las preñadas y paridas y de los niños. Su autor fue Damián Carbón Malferit (¿-1542), doctor en Medicina por la Universidad de Valencia. La obra de este mallorquín es de nivel universitario, se ajusta al  galenismo de la época y constituye el segundo  tratado que se ocupa de la patología materno-infantil (el primero data de 1513 y es la obra de Eucharius Roesslin titulada  Der swangern Frauwen vnd Hebamme Rose­garten o simplemente Der Rosengarten, El jardín rosa). 

Libro del arte de las comadres...

Carbón recomendaba para un buen parto “la piedra del águila atada en el brazo izquierdo”. Asimismo decía: “Quítenle cualquier manera de joyas y piedras preciosas, porque tardan el parto, puesto que algunas hay que hacen buen parto como la piedra esmeralda atada encima la pierna izquierda” y “La pluma dela ala izquierda del águila o del buitre puesta abajo del pie izquierdo... Las uñas del milano bajo de la camisa...”

El origen de la creencia en la piedra del águila se encuentra en una obra muy conocida: la Historia Natural de Plinio el Viejo, del siglo I: “Las tres primeras especies de águilas, y la quinta, traen para el edificio de su nido una piedra llamada aetitis (aëtites = “piedra de águila”), a la qual llamaron otros gagate (gagites), que es provechosa para muchos remedios; no se gasta cosa alguna della en el fuego: está esta piedra preñada; y si la sacuden, o menean, suena dentro otra como en el vientre: pero aquella virtud medicinal, no la tienen, sino las que se cogen del nido” y “...sin ellas las águilas no pueden tener descendencia” y también “protege al feto de todos aquellos males que puedan causar un aborto”.

Así que este material actuaba como talismán en los partos, de manera similar a como lo hacían el caballito de mar, la piedra bezohar, el coral y muchos más, entre los que se encontraba la piedra del águila. También aparece en la literatura del siglo XV, concretamente en el Hortus sanitatis, obra del médico alemán Johann Wonnecke von Caub. 

Lobera en la antigua Facultad de
Medicina de Zaragoza

Por otra parte, Luis Lobera de Ávila (c.1480-1551), médico de cámara de Carlos V, escribió sobre estos asuntos dos libros titulados, Remedio de cuerpos humanos y silva de experiencias y el Libro del regimiento de la salud y de la esterilidad de los hombres y mujeres. En este último podemos sobre otros elementos que facilitan el alumbramiento: “quiero escribir algunas medicinas que tienen propiedad oculta de facilitar el parto y salir presto la criatura, una de las cuales es la piedra imán, de la cual dice Avicena que si la mujer que está de parto la tiene en la mano siniestra, tendrá fácil parto; lo mismo dice del coral atándolo en el muslo de la pierna derecha; y escribe que si tiene del azafrán una bolita redonda como nuez, y la ata al muslo de la pierna, hace salir las pares”.

Sin embargo, los cuidados y amuletos que le pusieron a María Manuela no fueron suficientes y el 8 de julio de 1545 el parto se presentó muy difícil. A pesar de ser la monarquía más poderosa del orbe, poco se podía hacer.

Nació un niño, el príncipe Carlos (Carlos de Austria), pero dos días más tarde, la princesa  tuvo fiebre. Los médicos se movilizaron y su médico personal, un portugués del que no se sabe cómo se llamaba, recomendó baños de agua salada y abrigo; por su parte, los españoles eran partidarios de sangrarla, lo que se hizo finalmente y que fue el motivo por el que el portugués dejó la corte. Evidentemente, las sangrías adelantaron su ya más que probable fallecimiento, que se produjo cuatro días después del parto. Murió con 17 años, cuando su marido era aún príncipe de Asturias.

 


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