Los hombres de la Ilustración son firmes partidarios de la capacidad transformadora de la educación y, en este sentido, la labor de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) tiene una importancia capital y sus aportaciones son extremadamente lúcidas. El sugerente título de su discurso Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencia (1794) es un ejemplo espléndido del impulso didáctico-pedagógico intentado por el asturiano. En él recomienda que los hombres de ciencia tengan una formación humanística.
Poco antes de
iniciarse la segunda mitad del siglo el marqués de la Ensenada explicaba
claramente el funcionamiento de nuestras universidades:
“Se hace patente la falta de disciplina académica, los abusos de las matrículas, la liviandad de los libros de texto, el poco amor al estudio de los escolares y el mal funcionamiento del mecanismo universitario... Es preciso reglar las cátedras, reformar las superfluas y establecer, o crear, las necesarias; disminuir la pompa y la colación de los grados; exigir la especialización a cuantos opositaran a las cátedras; acabar con las parcialidades, rivalidades y debilidades en los centros docentes; exigir la emulación escolar y la seriedad científica en los libros de texto; ordenar a los profesores un mayor ahínco en inculcar a los estudiantes el amor a la patria; organizar las investigaciones culturales”.
Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I marqués de la Ensenada (1702-1781) |
En la segunda
mitad del Setecientos, los intentos de Carlos III (1771) por actualizar la
universidad fracasaron por razones económicas y por la marginación que
sufrieron los estamentos sociales que no fueron invitados a participar en la
modernización. Asimismo, la apática política universitaria de Carlos IV fue
incapaz de parar la abulia de la institución. Los españoles cultos eran
conscientes de la dificultad de las universidades españolas para ponerse al
tanto de los descubrimientos científicos que ocurrían fuera de nuestras
fronteras.
El peligro a la
novedad, la escasez de espíritu crítico, la aceptación del criterio de
autoridad, la relajación de la disciplina, el absentismo del profesorado, los
abusos y corrupciones que se daban en los colegios mayores y los certificados
de asistencia amañados −que eran condición necesaria para superar el curso
académico−, fueron algunas de las muchas rémoras que tuvo que soportar la
universidad dieciochesca.
Si nos detenemos
en los estudios médicos vemos que, al iniciarse el siglo XVIII, se encontraban
en una situación deplorable: una enseñanza mediocre donde se discutían las
“novedades” de Hipócrates, Galeno y Van Helmont, se utilizaban prácticas
terapéuticas anticuadas, no existía especialización alguna... Todo esto fue un
caldo de cultivo excelente que contribuyó al desprestigio de los médicos y al
intrusismo profesional. Sin embargo, este ambiente infeliz empezó a cambiar
significativamente cuando Isabel de Farnesio trajo de Parma al médico de Cámara
de Felipe V, el más distinguido de los médicos regios, José Cervi (1663-1748),
que contribuyó de manera decisiva a la fundación de
Carlos III |
Los resultados
experimentados por los estudios de cirugía fueron paralelos a los de medicina.
De la deplorable situación de la cirugía eran conscientes los profesionales y
así, en 1747, en los Estatutos del Real
Colegio de Profesores Cirujanos de Madrid, se pretendía “poner la Cirugía y
Anatomía en Madrid en el mismo grado de cultura, perfección y estimación, que
actualmente lograban estas facultades en la Corte de París”. Aunque es cierto
que ya Felipe V establece el 4 de julio de 1718 becas para que los peninsulares
puedan estudiar en el extranjero, al principio esto no es demasiado frecuente.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo hay muchos hombres que a cuenta del
Estado, de sociedades particulares o por iniciativa propia salen al exterior:
París, Bolonia, Leiden... Además, se contratan extranjeros de gran talla
intelectual, algo que se observa en todas las ramas del conocimiento.
En efecto, además de los científicos y técnicos (Proust, Sabatini, Bowles y tantos otros) llega a la península Ibérica un buen número de hombres de las artes (Mengs, Tiepolo, Scarlatti, Bocherini, etc.). Se realiza un esfuerzo enorme, pero algunos no ven los frutos; así, el alemán Cristian Herrgen, redactor que fue de los Anales de Historia Natural, escribe al respecto: “Las sumas enormes que España gasta en fomentar la ciencia no se aplican en ningún lugar del mundo a estos fines. Pero, a pesar de tanto gasto, no se ha progresado nada por ahora: falta una dirección competente y faltan conocimientos en la cabeza de quienes tienen entre manos el asunto”.
Louis Joseph Proust |
Muchos
extranjeros aparecieron en los laboratorios químicos porque la química fue otra
disciplina que tuvo un fuerte apoyo en el reinado de Carlos III. En las décadas
de los 70 y 80 del siglo, las diferentes secretarías (los actuales ministerios)
financian la creación de cátedras y laboratorios químicos: la de
Se enviaron
numerosos pensionados a diferentes naciones europeas y muy especialmente a
Francia y Alemania. En el año 1778 los hermanos Delhuyar, Fausto (1755-1833) y
Juan José (1754-1796), pensionados por el monarca y seleccionados por la Real
Sociedad Vascongada de los Amigos del País, viajan a Freiberg, a la
Bergakademie, sin lugar a dudas el más importante de los centros académicos de
estudios mineralógicos y metalúrgicos de la época, donde trabajaban grandes
personalidades de la química de los metales.
Con la aparición
de diferentes instituciones como
Real Seminario de Nobles de Madrid |
De la misma
manera que en el resto de la Europa occidental, hacia la mitad del siglo XVIII
surgió en España una idea reformadora que tiene un lugar de encuentro en una
serie de Sociedades que contribuyeron a extender la curiosidad por diversas
formas de conocimiento, científico o no, el espíritu crítico y el gusto por la
discusión. Fueron instituciones civiles que se orientaron desde un primer
momento a fomentar los conocimientos que pudieran ser aplicados a la industria
y a la agricultura. Las Sociedades, aunque no cumplieron con la totalidad de
los fines que se propusieron, constituyeron la vía de entrada en España muchas
de las ideas cultas de
Pedro Virgili, fundador del Real Colegio de Cirugía de Cádiz |
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