Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

16 enero, 2025

Siglo XVIII : la educación científica se aleja de las universidades

 

Los hombres de la Ilustración son firmes partidarios de la capacidad transformadora de la educación y, en este sentido, la labor de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) tiene una importancia capital y sus aportaciones son extremadamente lúcidas. El sugerente título de su discurso Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencia (1794) es un ejemplo espléndido del impulso didáctico-pedagógico intentado por el asturiano. En él recomienda que los hombres de ciencia tengan una formación humanística.

Poco antes de iniciarse la segunda mitad del siglo el marqués de la Ensenada explicaba claramente el funcionamiento de nuestras universidades:

“Se hace patente la falta de disciplina académica, los abusos de las matrículas, la liviandad de los libros de texto, el poco amor al estudio de los escolares y el mal funcionamiento del mecanismo universitario... Es preciso reglar las cátedras, reformar las superfluas y establecer, o crear, las necesarias; disminuir la pompa y la colación de los grados; exigir la especialización a cuantos opositaran a las cátedras; acabar con las parcialidades, rivalidades y debilidades en los centros docentes; exigir la emulación escolar y la seriedad científica en los libros de texto; ordenar a los profesores un mayor ahínco en inculcar a los estudiantes el amor a la patria; organizar las investigaciones culturales”. 

Zenón de Somodevilla y Bengoechea,
 I marqués de la Ensenada
 (1702-1781)

En la segunda mitad del Setecientos, los intentos de Carlos III (1771) por actualizar la universidad fracasaron por razones económicas y por la marginación que sufrieron los estamentos sociales que no fueron invitados a participar en la modernización. Asimismo, la apática política universitaria de Carlos IV fue incapaz de parar la abulia de la institución. Los españoles cultos eran conscientes de la dificultad de las universidades españolas para ponerse al tanto de los descubrimientos científicos que ocurrían fuera de nuestras fronteras.

El peligro a la novedad, la escasez de espíritu crítico, la aceptación del criterio de autoridad, la relajación de la disciplina, el absentismo del profesorado, los abusos y corrupciones que se daban en los colegios mayores y los certificados de asistencia amañados −que eran condición necesaria para superar el curso académico−, fueron algunas de las muchas rémoras que tuvo que soportar la universidad dieciochesca.

Si nos detenemos en los estudios médicos vemos que, al iniciarse el siglo XVIII, se encontraban en una situación deplorable: una enseñanza mediocre donde se discutían las “novedades” de Hipócrates, Galeno y Van Helmont, se utilizaban prácticas terapéuticas anticuadas, no existía especialización alguna... Todo esto fue un caldo de cultivo excelente que contribuyó al desprestigio de los médicos y al intrusismo profesional. Sin embargo, este ambiente infeliz empezó a cambiar significativamente cuando Isabel de Farnesio trajo de Parma al médico de Cámara de Felipe V, el más distinguido de los médicos regios, José Cervi (1663-1748), que contribuyó de manera decisiva a la fundación de la Academia de Medicina, Cirugía y Ciencias auxiliares de Madrid que, inicialmente, además de los asuntos sanitarios iba a ocuparse también de la historia natural, la química, la física y la botánica. Más tarde cambió el nombre por el de Real Academia de Medicina. 

Carlos III

Los resultados experimentados por los estudios de cirugía fueron paralelos a los de medicina. De la deplorable situación de la cirugía eran conscientes los profesionales y así, en 1747, en los Estatutos del Real Colegio de Profesores Cirujanos de Madrid, se pretendía “poner la Cirugía y Anatomía en Madrid en el mismo grado de cultura, perfección y estimación, que actualmente lograban estas facultades en la Corte de París”. Aunque es cierto que ya Felipe V establece el 4 de julio de 1718 becas para que los peninsulares puedan estudiar en el extranjero, al principio esto no es demasiado frecuente. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo hay muchos hombres que a cuenta del Estado, de sociedades particulares o por iniciativa propia salen al exterior: París, Bolonia, Leiden... Además, se contratan extranjeros de gran talla intelectual, algo que se observa en todas las ramas del conocimiento.

En efecto, además de los científicos y técnicos (Proust, Sabatini, Bowles y tantos otros) llega a la península Ibérica un buen número de hombres de las artes (Mengs, Tiepolo, Scarlatti, Bocherini, etc.). Se realiza un esfuerzo enorme, pero algunos no ven los frutos; así, el alemán Cristian Herrgen, redactor que fue de los Anales de Historia Natural, escribe al respecto: “Las sumas enormes que España gasta en fomentar la ciencia no se aplican en ningún lugar del mundo a estos fines. Pero, a pesar de tanto gasto, no se ha progresado nada por ahora: falta una dirección competente y faltan conocimientos en la cabeza de quienes tienen entre manos el asunto”. 

 Louis Joseph Proust

Muchos extranjeros aparecieron en los laboratorios químicos porque la química fue otra disciplina que tuvo un fuerte apoyo en el reinado de Carlos III. En las décadas de los 70 y 80 del siglo, las diferentes secretarías (los actuales ministerios) financian la creación de cátedras y laboratorios químicos: la de la Guerra en la Academia de Artillería de Segovia, la de Marina en el Seminario Patriótico de Vergara, la de Estado costea el laboratorio químico del Jardín Botánico de Madrid, etc. En estos centros se crea un buen número de técnicos e investigadores gracias a la importante labor que realizan en ellas distinguidos científicos nacionales e internacionales. Y hay que resaltar que la contratación de hombres de ciencia extranjeros fue fundamental a la hora de modernizar la ciencia. Así, por ejemplo, el importante químico francés Louis Joseph Proust (1754-1826) fue director de los laboratorios de química de Vergara, Segovia y el madrileño que se creó después de la reunificación de las secretarías de Estado, Hacienda e Indias (1799). Asimismo, Pierre François Chavaneau (1754-1842) estuvo de director del citado laboratorio de Vergara (1780-1786) y del laboratorio químico de la cátedra de mineralogía que había fundado en 1787 la secretaría de Indias.

Se enviaron numerosos pensionados a diferentes naciones europeas y muy especialmente a Francia y Alemania. En el año 1778 los hermanos Delhuyar, Fausto (1755-1833) y Juan José (1754-1796), pensionados por el monarca y seleccionados por la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, viajan a Freiberg, a la Bergakademie, sin lugar a dudas el más importante de los centros académicos de estudios mineralógicos y metalúrgicos de la época, donde trabajaban grandes personalidades de la química de los metales.

Con la aparición de diferentes instituciones como la Conferencia Físico-Matemática Experimental (1704) −que más tarde cambió el nombre por el de Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona−, el Real Seminario de Nobles de Madrid (1726), los Colegios de Cirugía de Cádiz (1748), y tantas otras, se observa, desde el principio del siglo XVIII, lo que va a ser norma de la centuria: las nuevas ideas no se van a expresar ni crear desde los centros habituales de difusión intelectual, las instituciones universitarias y las órdenes religiosas, sino que lo harán desde centros “no universitarios” de nueva creación. Es más, a pesar de las importantes reformas científicas que se realizan en Madrid, capital del imperio español y sede de la corte, nadie se plantea dotarla con una Universidad. Esto es, el fomento de la cultura, artística, literaria, o científica, se realiza desde instituciones, ajenas a las universidades, que empiezan a crearse en tiempo de Felipe V y culminan en la explosión cultural del reinado de Carlos III. Son un gran número de fundaciones no universitarias las que hacen que la cultura científica española alcance un nivel más que aceptable: bibliotecas, archivos, reales Academias, Colegios Militares, Gabinetes de Máquinas, Colegios de Medicina y Cirugía, Gabinetes de Historia Natural, Observatorios, Jardines Botánicos, Escuelas de Ingenieros, de Veterinaria, de Hidrografía, Estudios Reales de Ciencias, etc. 

Real Seminario de Nobles de Madrid

De la misma manera que en el resto de la Europa occidental, hacia la mitad del siglo XVIII surgió en España una idea reformadora que tiene un lugar de encuentro en una serie de Sociedades que contribuyeron a extender la curiosidad por diversas formas de conocimiento, científico o no, el espíritu crítico y el gusto por la discusión. Fueron instituciones civiles que se orientaron desde un primer momento a fomentar los conocimientos que pudieran ser aplicados a la industria y a la agricultura. Las Sociedades, aunque no cumplieron con la totalidad de los fines que se propusieron, constituyeron la vía de entrada en España muchas de las ideas cultas de la Europa de la época. Todas las que se crearon en España son fruto de dos modelos, la Sociedad Vascongada de Amigos del País, fundada en 1764 por Xavier María de Munibe, conde de Peñaflorida, y la Sociedad Económica Matritense, creada en 1775 y presidida por Pedro Rodríguez Campomanes, conde de Campomanes. A partir de esta fecha y hasta 1788 se fundaron en la península Ibérica sesenta y seis Sociedades gracias a la iniciativa regia y de particulares.

Pedro Virgili, fundador del
Real Colegio de Cirugía de Cádiz


 


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