Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

06 febrero, 2025

Pío Baroja y los científicos españoles


El mundo de la literatura española del siglo XX tiene en el vasco Pío Baroja Nessi (1872-1956) a uno de sus representantes más característicos. Nacido en San Sebastián en el seno de una familia acomodada, destacó como novelista de la Generación del 98 y pocos saben que había estudiado Medicina pero no tenía interés alguno por la profesión. Sabemos lo que opinaba de varios científicos españoles contemporáneos suyos. Él, que no era una persona excesivamente empática, manifiesta descarnadamente su “dictamen” sobre hombres de ciencia que conoció. Pocos reciben calificativos amables.

Pío Baroja

Del granadino Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), perteneciente a lo que se ha dado en llamar “generación de sabios” de científicos españoles (nacidos a mediados del siglo XIX), que fue su profesor en la Facultad de Medicina de Madrid y que vivía en la misma casa que Baroja, en la calle de Atocha, decía que era “un hombre áspero y brusco; al cruzarse con alguien en la escalera no saludaba”. 
Federico Olóriz

Y después, para que todo quedase aclarado, escribió: “Antes, cuando yo era chico, esta costumbre de saludar en la escalera era lo corriente; ahora, por lo que se ve, ya no lo es.” Del geólogo e ingeniero de minas y catedrático de Paleontología Lucas Mallada (1841-1921) decía que era “original, arbitrario y malhumorado, a veces gracioso”. Del antropólogo, profesor Manuel Antón y Ferrándiz (1849-1929), escribió que era un “señor pomposo, decorativo y elocuente” y del también antropólogo Telesforo Aranzadi Unamuno (1860-1945) que era “un poco gebo, como dicen en Bilbao, pero gracioso y simpático, a pesar de su mal humor habitual” y, además, “original y malhumorado, con una cara mefistofélica”. Por último, del sacerdote y paleoantropólogo de origen alemán,  afincado en España, Hugo de Obermaier (1877-1946) dejó escrito que “era un hombre bajito, rubio y malicioso”. 
Hugo de Obermaier

Sin embargo, describe más extensamente con una especial atención a tres histólogos eminentes: Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Pío del Río Hortega (1882-1945) y Nicolás Achúcarro y Lund (1880-1918). En cualquier caso, poco habla de la ciencia de estos hombres y cuando lo hace no se puede decir que diera en el clavo, sólo escribe vaguedades.

Sabemos algún aspecto de las personalidades de estos hombres de ciencia según el criterio de don Pío: A Ramón y Cajal lo tenía como “hombre hosco, de aire huraño y brusco. Había en él algo de gran rabino”.

Es verdad que don Santiago era una persona halagadora en exceso, lo que hoy llamaríamos un “bienqueda”, justo todo lo contrario que Baroja, que si podía despellejar a alguien no tenía ningún reparo en hacerlo. Así, cuando refiere que el de Petilla habla “...de sus compañeros de facultad, a quienes realmente no podía estimar, porque no eran nada, los trataba en sus escritos como a personas de importancia, sabiendo seguramente que no lo eran, y además empleaba una prosa arcaizante”.

A Cajal lo vio una vez “en un café de la calle del Prado, en una época en que yo fui con alguna frecuencia al Ateneo. Cajal parece que estaba allí de conquista con una rubia gorda, y al vernos a nosotros se levantó bruscamente y se fue”. Este comentario lo complementa poco después con la percepción de que “debía de tener cierta preocupación erótica todavía en la vejez, porque se le veía en los paseos mirando a las mujeres con mucha curiosidad y atención, y escribió un cuento donde se notaba la libido”. 

Pío de Río Hortega

De su tocayo, el eminente Pío de Río Hortega decía que era un hombre reservado en el que “había algo del aire cauteloso de un judío de gueto”. Refiere que sus conversaciones eran muy limitadas ya que “hablaba de Valladolid, su pueblo, de su familia, de sus parientes y conocidos con mucho más interés que de todo lo demás”. Finalmente, dice que carecía de amenidad, “no podía serlo. Las ideas generales no le interesaban; era de una extraña mezquindad de pensamiento. Varias veces, en el café de la ciudad universitaria, algunos otros y yo abordamos cuestiones sociales y literarias, que estaban y están en el ambiente para oírle. No le llamaban la atención”.

Pío del Rio-Hortega era homosexual y mucha gente en su tiempo lo sabía. Nicolás Gómez del Moral era el "amigo íntimo" del histólogo. Baroja comenta sin detalles la relación: “andaba con un señor amigo suyo fumista, que le acompañaba a todas partes”. Quizá por eso el vasco escribe que “hablaban mal de él en Valladolid”. En cualquier caso, Río- Hortega era un hombre solitario, de pocos amigos y “no recordaba con simpatía a ninguno de sus discípulos, y daba a entender que no le trataban con el respeto debido”.

Del bilbaíno Nicolás Achúcarro, hijo de madre con ascendencia noruega, decía que era “medio vasco, medio noruego; pero en el tipo físico y quizás en el moral predominaba en él el escandinavo” y, además, que “tenía imaginación y una fantasía de bohemio, y celebraba que los demás la tuvieran”.


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