El mundo de la literatura española del siglo XX tiene en el vasco Pío Baroja Nessi (1872-1956) a uno de sus representantes más característicos. Nacido en San Sebastián en el seno de una familia acomodada, destacó como novelista de la Generación del 98 y pocos saben que había estudiado Medicina pero no tenía interés alguno por la profesión. Sabemos lo que opinaba de varios científicos españoles contemporáneos suyos. Él, que no era una persona excesivamente empática, manifiesta descarnadamente su “dictamen” sobre hombres de ciencia que conoció. Pocos reciben calificativos amables.
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Pío Baroja |
Del granadino Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), perteneciente a lo que se ha dado en llamar “generación de sabios” de científicos españoles (nacidos a mediados del siglo XIX), que fue su profesor en la Facultad de Medicina de Madrid y que vivía en la misma casa que Baroja, en la calle de Atocha, decía que era “un hombre áspero y brusco; al cruzarse con alguien en la escalera no saludaba”.
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Federico Olóriz |
Y después, para que todo quedase aclarado, escribió: “Antes, cuando yo era chico, esta costumbre de saludar en la escalera era lo corriente; ahora, por lo que se ve, ya no lo es.” Del geólogo e ingeniero de minas y catedrático de Paleontología Lucas Mallada (1841-1921) decía que era “original, arbitrario y malhumorado, a veces gracioso”. Del antropólogo, profesor Manuel Antón y Ferrándiz (1849-1929), escribió que era un “señor pomposo, decorativo y elocuente” y del también antropólogo Telesforo Aranzadi Unamuno (1860-1945) que era “un poco gebo, como dicen en Bilbao, pero gracioso y simpático, a pesar de su mal humor habitual” y, además, “original y malhumorado, con una cara mefistofélica”. Por último, del sacerdote y paleoantropólogo de origen alemán, afincado en España, Hugo de Obermaier (1877-1946) dejó escrito que “era un hombre bajito, rubio y malicioso”.
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Hugo de Obermaier |
Sin
embargo, describe más extensamente con una especial atención a tres histólogos
eminentes: Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Pío del Río Hortega (1882-1945)
y Nicolás Achúcarro y Lund (1880-1918). En cualquier caso, poco habla de la
ciencia de estos hombres y cuando lo hace no se puede decir que diera en el
clavo, sólo escribe vaguedades.
Sabemos
algún aspecto de las personalidades de estos hombres de ciencia según el
criterio de don Pío: A Ramón y Cajal lo tenía como “hombre hosco, de aire
huraño y brusco. Había en él algo de gran rabino”.
Es verdad
que don Santiago era una persona halagadora en exceso, lo que hoy llamaríamos
un “bienqueda”, justo todo lo contrario que Baroja, que si podía despellejar a
alguien no tenía ningún reparo en hacerlo. Así, cuando refiere que el de
Petilla habla “...de sus compañeros de facultad, a quienes realmente no podía
estimar, porque no eran nada, los trataba en sus escritos como a personas de
importancia, sabiendo seguramente que no lo eran, y además empleaba una prosa
arcaizante”.
A Cajal lo
vio una vez “en un café de la calle del Prado, en una época en que yo fui con
alguna frecuencia al Ateneo. Cajal parece que estaba allí de conquista con una
rubia gorda, y al vernos a nosotros se levantó bruscamente y se fue”. Este
comentario lo complementa poco después con la percepción de que “debía de tener
cierta preocupación erótica todavía en la vejez, porque se le veía en los
paseos mirando a las mujeres con mucha curiosidad y atención, y escribió un
cuento donde se notaba la libido”. Pío de Río Hortega
De su
tocayo, el eminente Pío de Río Hortega decía que era un hombre reservado en el
que “había algo del aire cauteloso de un judío de gueto”. Refiere que sus
conversaciones eran muy limitadas ya que “hablaba de Valladolid, su pueblo, de
su familia, de sus parientes y conocidos con mucho más interés que de todo lo
demás”. Finalmente, dice que carecía de amenidad, “no podía serlo. Las ideas
generales no le interesaban; era de una extraña mezquindad de pensamiento.
Varias veces, en el café de la ciudad universitaria, algunos otros y yo
abordamos cuestiones sociales y literarias, que estaban y están en el ambiente
para oírle. No le llamaban la atención”.
Pío del
Rio-Hortega era homosexual y mucha gente en su tiempo lo sabía. Nicolás Gómez
del Moral era el "amigo íntimo" del histólogo. Baroja comenta sin
detalles la relación: “andaba con un señor amigo suyo fumista, que le
acompañaba a todas partes”. Quizá por eso el vasco escribe que “hablaban mal de
él en Valladolid”. En cualquier caso, Río- Hortega era un hombre solitario, de
pocos amigos y “no recordaba con simpatía a ninguno de sus discípulos, y daba a
entender que no le trataban con el respeto debido”.
Del
bilbaíno Nicolás Achúcarro, hijo de madre con ascendencia noruega, decía que era
“medio vasco, medio noruego; pero en el tipo físico y quizás en el moral predominaba
en él el escandinavo” y, además, que “tenía imaginación y una fantasía de
bohemio, y celebraba que los demás la tuvieran”.
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