Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

25 junio, 2024

La labor de los ingenieros en el Imperio español

 

No hay ninguna duda de que en un territorio recién descubierto había que crear  obras públicas con objeto de favorecer, primeramente las comunicaciones, pero también el crecimiento económico, la salud pública y la defensa. Para ello se necesitaban técnicos que hoy denominaríamos ingenieros.

El término ingeniero era, en la Edad Media, polisémico, aplicable tanto al maestro artesano como al especialista. Sin embargo, hay que destacar convenientemente que la labor en infraestructuras realizada por los españoles en el continente americano no hubiera sido posible con personas carentes de una buena formación científica y técnica.

Cuando llegaron los españoles al continente americano les llamó la atención  los puentes suspendidos de maromas. Pero, por su parte, los naturales del territorio  se maravillaban de los viaductos de piedra creados por los españoles; los mayas, técnicamente avanzados, no conocían el arco con bóveda.

¿En qué modelo basaron su actividad los ingenieros que fueron allende los mares? La respuesta es bastante obvia: su fundamento fue el patrón del que tenían una cumplida información, el romano. Y así, el  camino fue el constructor, creador o vertebrador del territorio.

Los ingenieros muy especializados no fueron al Nuevo Mundo porque  no solían correr el riesgo de un viaje tan penoso y así, debido a la escasez de operarios, hasta el mismo Hernán Cortés trabajó como peón. Sin embargo, la Iglesia aportó a la causa ingenieril técnicos baratos ya que muchos clérigos, misioneros en los nuevos territorios, complementaron su labor con obras de ingeniería de gran importancia. 

Acueducto del Padre Tembleque
(https://whc.unesco.org/es/list/1463)

En efecto, participaron en el diseño y construcción de iglesias, molinos, colegios, establos, etc. y, muy especialmente, destacaron de forma sobresaliente en la gestión hidráulica. Así, por poner un ejemplo extraordinario, el fraile franciscano Francisco de Tembleque, que en 1545 inició la construcción hidráulica más  importante de América en el siglo XVI, que finalizó en 1563. Se trata de un acueducto levantado con la única ayuda de los indígenas, con una longitud de 39,8 kilómetros y que conducía el agua desde la actual población de Otumba a la de Zempoala.  En la actualidad es una obra que causa admiración (en internet se puede encontrar como el “Acueducto del Padre Tembleque”) y forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Desde la conquista del Imperio azteca (1521) las ciudades fueron el punto de dispersión de la posterior colonización y así, en muy poco tiempo, en la década de los setenta del siglo XVI, en la América española había 241 poblaciones que reunían a unos 24.000 vecinos. Al iniciarse el siglo XVII, Potosí contaba con 160.000 habitantes, ya que la minería fue la industria fundamental  de la monarquía.

Los proyectos ingenieriles, en la Edad Moderna, se hacían en papel fabricado con trapos, especialmente de lino, y el dinero para pagar los ingentes gastos de muchas de las obras procedía de tasas especiales  al grano, vino, aguardiente y, en algún caso, de los impuestos  a  algunos espectáculos: a mediados del siglo XVIII se convocaron ocho días seguidos de toros para obtener unos beneficios con los que financiar una obra hidráulica. 

Cerro del Potosí

Los límites terrestres del  Imperio  fueron tan grandes que se hicieron imposibles de vigilar y las fronteras marítimas nunca se pudieron patrullar. Las fortificaciones, inicialmente rudimentarias, resultaron inadecuadas en numerosos encuentros bélicos e incursiones de corsarios, a pesar de que el Imperio español, fue, probablemente, el más fortificado de la historia. Incluso, se llegó a crear un Visitador general de las Fortificaciones de América” y uno de ellos fue el ingeniero militar, de la época de Carlos III, Agustín Cramer y Mañeras (1730-1779).

Las obras llegaron a tener una importancia tal que en el astillero de La Habana se realizó la botadura del impresionante (casi 5.000 toneladas) Santísima Trinidad, el navío mejor armado (120 cañones) y el más grande del mundo (más de 60 metros de eslora y 16 de manga), considerado “El Escorial de los mares”; fue hundido en Trafalgar con más de 1.100 tripulantes.

Santísima Trinidad
Durante el siglo XVIII se construyeron jardines botánicos, centros que fueron de estudio e investigación que, a semejanza del madrileño, se ubicaron en Manila, México, Guatemala, La Habana, etc. Así, gran parte de la flora hispanoamericana fue acogida físicamente o en espléndidos dibujos magníficamente ilustrados en el centro de referencia de la botánica hispánica, el Real Jardín Botánico de Madrid.

Asimismo, hay que resaltar la magnífica labor que se realizó construyendo hospitales y, en un momento tan temprano como 1627, la mayoría de las poblaciones con más de trescientos españoles tenían algún tipo de dispensario, y destacaba, sobre todas, la ciudad de México que, con unos cien mil habitantes, tenía treinta.

Y cuando desaparece el imperio no lo hace súbitamente, aunque los españoles de la Península perdieran las guerras de independencia hispanoamericanas. Así, se intentó mantener el remanente imperial con la Dirección General de Ultramar (de 1847), después Ministerio (en 1863),  y seguían creándose infraestructuras: el primer ferrocarril español se hizo en Cuba, en La Habana se recibió la primera llamada telefónica en territorio español (1877), el telégrafo óptico funcionó en Filipinas desde 1836, etc.

Los imperios que han tenido más éxito en la historia de la humanidad han sido gestados  por ingenieros, al menos este es el fundamento de un excelente libro que recomiendo a todos los lectores de este blog: Un imperio de ingenieros. Una historia del Imperio español a través de sus infraestructuras (1492-1898), obra que vio la luz en 2020 y cuyos autores son  Felipe Fernández-Armesto —catedrático de Historia Mundial y Ambiental del Queen Mary College de la Universidad de Londres— y Manuel Lucena Giraldo, historiador e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Los artífices de este excelente libro nos dicen que  la obra pública en el continente americano “representó un monumento al mestizaje y a la interacción cultural, voluntaria, forzosa, casual oportunista, interesada o gratuita. Fue testimonio de la cohesión social que la había hecho posible y un triunfo del capital humano invertido en su creación”.



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