Al
pueblo español le han gustado siempre las banderías, partidarios de una teoría
se han enfrentado, a veces violentamente, con los opuestos a la misma,
defensores de un criterio se han enzarzado con los seguidores de la doctrina
contraria. Aunque es cierto que de la discusión y del debate sale la luz, a
veces lo que aflora es el amor propio y, en este caso, el resultado de la
controversia es estéril porque se justifica una afirmación sin los
conocimientos adecuados. Algo de esto ocurrió en la famosa "polémica de la
ciencia española” que ocupó buena parte de los ambientes culturales y
científicos de la España del siglo XIX.