Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 diciembre, 2010

Pedro Felipe Monlau, un científico polifacético

Pedro Felipe Monlau y Roca nació en Barcelona en 1808 y falleció en Madrid en 1871. Se licenció en Medicina en el año 1831 y se doctoró dos años más tarde. No obstante, sus estudios sanitarios no fueron los únicos: su amplia cultura estaba fundamentada en unos conocimientos de botánica, física y química adquiridos en los cursos que impartía la Junta de Comercio de Cataluña. La formación intelectual del catalán se completó a los cuarenta y un años con la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Madrid.
Monlau ejerció la medicina como médico militar, entre 1835 y 1840 fue el encargado de la cátedra de Geografía y Cronología de la Academia de Ciencias Naturales y Artes de la ciudad condal, en 1840 fue catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona, en 1848 obtuvo la cátedra de Psicología y Lógica en el Instituto emblemático de la capital de España: el de San Isidro; en 1857 ejerció la docencia de “Latín de los tiempos medios y castellano, lemosín y gallego antiguos” en la Escuela Diplomática y fue también encargado de la cátedra de Higiene en la Universidad de Madrid.
El interesante aspecto “higienista” de la obra médica del barcelonés se observa, entre otros, en los Elementos de Higiene privada (1846) y en los dos volúmenes de Elementos de Higiene pública (1847). Cabe, también, destacar su labor en el ámbito de la enseñanza media como autor de uno de los primeros manuales de psicología para los estudiantes de bachillerato: los Elementos de psicología. Aparecieron en 1849 y fueron reeditados numerosas veces; en ellos muestra una moderna concepción de la psicología al acercar a esta disciplina los conocimientos de fisiología. Para él, la psicología y la fisiología son “las dos ramas de la Antropología que estudian al hombre, una su mente, la otra su cuerpo”.

10 diciembre, 2010

Bernabé Cobo, pionero de la biogeografía

Suele atribuirse a Alexander von Humboldt (1769-1859) la primera descripción de los pisos de vegetación en los Andes, a principios del siglo XIX. Sin embargo, el jesuita Bernabé Cobo, casi dos siglos antes, ya se ocupa de ellos.
Nació Bernabé Cobo en Lobera (Jaén) en 1580, y marchó a las Indias a los dieciséis años e hizo sus votos  el año 1622.  Realizó numerosos viajes: Antillas, Virreinato del Perú, Nueva España y Centroamérica, y en 1653 terminó su monumental Historia del Nuevo Mundo, fruto de una constante y minuciosa labor de ocho lustros. Sin embargo, esta descomunal obra quedó inédita y en gran parte se perdió. Por fortuna para la historiografía científica se conservó la primera parte: 14 libros sobre la historia natural de aquellos territorios. El jiennense falleció en Lima en 1657.
 En la obra de Cobo siempre se muestra un gran interés por el ambiente en el que se desarrollan la vegetación y las especies animales. Tal es así que, la mejor manera que tiene de describir los “temples”, “grados” o “andenes” de los Andes es hacerlo mediante su vegetación. Esto permite considerarle, en buena medida, pionero de la geobotánica.
El relato de Bernabé Cobo es eminentemente ecológico, zoogeográfico y, muy especialmente, fitogeográfico; no realiza descripciones de las especies vegetales de cada piso, las enumera. La finalidad del jesuita es explicar la presencia de diferentes especies vegetales en relación con la altitud y el clima.
De manera continuada refiere los distintos pisos de vegetación, desde arriba hacia abajo, dando cuenta, en cada “temple”, del clima, vegetación, fauna (indígena e importada) y asentamientos humanos más significativos.
El jesuita caracteriza nominalmente varios pisos de vegetación ( “puna brava”, “medio yunca”, etc.), da detalles climáticos (humedad y temperatura) de los temples, —en los que enumera los vegetales propios del Perú y españoles—,  diferencia cada piso de vegetación del precedente por la presencia de alguna especie, cita numerosos accidentes geográficos y asentamientos humanos de cada temple y, finalmente, su información es extraordinariamente interesante para comprobar el grado de aclimatación de las especies que llevaron los españoles.

03 diciembre, 2010

Inicios de la hidroterapia

La terapéutica hidrológica tuvo una gran importancia durante todo el siglo XIX. Un balneario era un centro de descanso y distracción para algunos grupos sociales y un lugar donde existía la posibilidad de curar ciertas dolencias, hechos ambos que quedan reflejados en numerosas páginas literarias. En muchas novelas españolas de la época se aprecian algunas de las características del balneario, español o extranjero, y de la cura balnearia.
Durante el siglo XVIII hubo varios intentos por parte de los médicos españoles de estudiar las fuentes naturales de nuestro país mas, sin embargo, los conocimientos científicos sobre las aguas mineromedicinales españolas eran escasos al iniciarse el siglo XIX y el estado de abandono completo en el que se encontraba la mayor parte de las fuentes no se modificó hasta 1816. En ese año, un Real Decreto de Fernando VII creaba las bases de lo que iba a ser el Cuerpo de Médicos de Baños.
Este fue el punto de partida de la creación, el año siguiente, del cuerpo de Médicos-Directores de estos establecimientos, con lo que tanto “la creación del Cuerpo como el Reglamento de Baños de 1817 convirtieron el balnearismo en una actividad intensamente medicalizada”.
 Además hubo, por parte de la casa regia, un impulso a los balnearios ya que los miembros de la misma veían con buenos ojos las actividades terapéuticas de estos centros: sabemos que Fernando VII estuvo unos días en el de Arnedillo para mitigar unas dolencias que tenía en una pierna y que su segunda esposa, Isabel de Braganza, fue a tomar unos baños a Sacedón, que se denominó Isabela en su honor, centro que visitaba asiduamente buscando la curación de su gota. Asimismo, en 1826, llevó a su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, al balneario conquense de Solán de Cabras.
Durante gran parte del siglo XIX la mayoría de los directores de los balnearios ejercían su cargo como interinos en establecimientos de segunda fila, es decir, en aquellos que habían sido declarados de utilidad pública pero que tenían pocos agüistas. Los que pertenecían al Cuerpo de Médicos Directores trabajaban en los balnearios más importantes y con mayor concurrencia de bañistas.

19 noviembre, 2010

El Salón del Prado

En los últimos años del siglo XVIII el Salón del Prado, como se llamaba el actual Paseo del mismo nombre, era un auténtico centro científico del Madrid de Carlos III.
Estaba adornado con espléndidas fuentes diseñadas por Ventura Rodríguez y tenía un Real Jardín Botánico de considerables dimensiones con dos zonas perfectamente delimitadas: la parte principal, ajardinada, que, grosso modo, coincide con la actual, y una aneja donde se encontraban los viveros y el huerto y que llegaba hasta el actual Paseo de la Infanta Isabel. Se empezó a construir un centro extraordinariamente interesante, la Academia de Ciencias, institución de gran importancia si tenemos en cuenta que iba a ser un museo científico, de enseñanza y de investigación.
 El Observatorio Astronómico fue encargado a Juan de Villanueva y se empezó a levantar en 1790.  El Real Gabinete de Máquinas fue abierto al público en 1792 como lugar donde exponer las maquetas y los planos de un grupo de pensionados españoles que habían trabajado en Francia; en 1803 pasó a ser la Escuela de Caminos y Canales. Finalmente, el Hospital General era un centro de los últimos años del siglo XVI, y aunque se empezó la construcción de un nuevo edificio en 1758, nunca se llegó a terminar.
Los avatares históricos no trataron bien a este interesante paseo científico. Como consecuencia de la Guerra de la Independencia, el Observatorio Astronómico y la Academia de Ciencias fueron abandonados y saqueados por los franceses. Durante el siglo XIX las obras que debieron de realizarse en el centro astronómico nunca se hicieron y el inacabado Hospital General fue estropeándose poco a poco. Por otra parte, la Academia de Ciencias se transformó, como por encanto, en Museo de Pinturas, el actual Museo del Prado, y el Jardín Botánico fue una finca espléndida… para la construcción de nuevos edificios y, consecuentemente, redujo su extensión. 

12 noviembre, 2010

Pioneras de la ciencia

Sabemos que las primeras licenciadas universitarias españolas cursaron Medicina, realizaron sus estudios en la Universidad de Barcelona, los completaron en 1882 y se llamaban Dolores Aleu y Riera y Martina Castells y Ballespí. Een octubre de ese mismo año lo consiguió Elena Maseras y Ribera. La noticia de este hecho es todo un acontecimiento, la prensa las felicita pero, son cosas de la época, tienen que pedir permiso para poder realizar los estudios de doctorado. Les fue concedido y Aleu y Castells se convirtieron en las primeras españolas que alcanzaron el máximo Grado académico.
Sin embargo, el revuelo ante una situación tan “anómala” conmocionó a una buena parte de la sociedad española ya que S.M. el Rey, oído el Consejo de Instrucción Pública, dispuso que, a partir de entonces, no se permitiera la admisión de señoritas en la Universidad. Desde 1868 hasta 1900, 25 universitarias alcanzaron el Grado de Licenciadas, 19 más lo intentaron. A pesar de todo esto, no es infrecuente leer que María Goyri fue la primera universitaria española, cuando en realidad, esta excepcional mujer, inició sus estudios superiores en el curso 1892-1893.
Lo cierto es que, independientemente de lo que pensaran los españoles, Dolores Aleu fue admitida en 1882 como miembro de la Sociedad Francesa de Higiene y fue felicitada cordialmente por haber sido la primera mujer que entró a formar parte de una de las más importantes corporaciones científicas francesas. En España, su colega Martina Castells no pudo ingresar en la Sociedad Ginecológica Española.
Estas mujeres fueron una excepción que duró mucho tiempo. Baste decir que, en los dos primeros lustros del siglo XX, España dio a la cultura tres licenciadas, dos en Medicina y una en Farmacia, aunque lo intentaron 33. La situación desde el punto de vista comparado era algo mejor en otros lugares; en 1892, en la Sorbona había casi 2000 estudiantes en la Facultad de Ciencias, entre los que se encontraban 23 alumnas, y una de ellas valía por todas, y por todos, Marie Curie.

05 noviembre, 2010

Amusco y la circulación pulmonar

Juan Valverde de Amusco (ca. 1525-ca. 1588) fue un médico del siglo XVI nacido en la localidad palentina a la que hace referencia su segundo apellido. Estudió en Padua y en Pisa, donde tuvo como maestro de anatomía a Realdo Colombo (1516-1559). En Roma ejerció la docencia en el hospital del Espíritu Santo, colaboró con su maestro en el arte de la disección anatómica y publicó en 1556 la obra que lo ha inmortalizado, la famosa Historia de la Composición del Cuerpo Humano.
Hay que tener en cuenta que el tratado del médico de Amusco fue la obra de anatomía que tuvo mayor difusión en la Europa del siglo XVI: sabemos con seguridad que fue traducida al italiano en 1559 y que desde 1586 hasta 1608 vieron la luz en Venecia al menos cinco ediciones, una en latín; es más, en el siglo XVIII se tradujo al griego.
 Es preciso decir que Valverde describe, en su libro citado antes, la circulación pulmonar. Si tenemos en cuenta la fecha de publicación del libro (1556), no puede atribuírsele la prioridad en el descubrimiento; tres años antes había aparecido la primera descripción de la circulación pulmonar en una obra teológica, la Christianismi Restitutio de Miguel Serveto (1511-1553). Sin embargo, es muy probable que la mayor parte de los científicos de su tiempo que supieran de la existencia de la circulación menor lo hicieran en el libro de Valverde, muy difundido en su tiempo, antes que en una obra de teología.


29 octubre, 2010

Primeros farmacéuticos

La utilización del mundo vegetal ha sido una actividad permanente del boticario. Uno de los primeros textos en los que se legisla la profesión farmacéutica en España es el Código de las Siete Partidas (1263) de Alfonso X donde podemos leer que “los boticarios que dan a los hombres a comer y beber escamonea u otra medicina fuerte, sin mandato de los físicos [médicos], si alguno bebiéndola se muriese por ello, debe tener el que la diese pena de homicida”.
Desde el año 1477 el Tribunal del Protomedicato, en la Corona de Castilla, y las cofradías y colegios, en la de Aragón, se encargaban de los exámenes que avalaban el ejercicio de estos primitivos farmacéuticos. Los boticarios no tenían una enseñanza regular, pero como para realizar las pruebas antes dichas debían conocer el latín y haber hecho cuatro años de prácticas en una botica, el nivel intelectual y científico de estos profesionales fue más que aceptable.
Los boticarios son descritos de manera genérica en el Licenciado vidriera (1613) de Miguel de Cervantes, y parece que no hacían mucho caso del Código del Rey Sabio al que me he referido antes. El protagonista de la novela, Tomás Rodaja, nos da una información de la profesión:
“–Vuesa merced tiene un saludable oficio, si no fuese tan enemigo de sus candiles.
–¿En qué modo soy enemigo de mis candiles? – preguntó el boticario.
Y respondió Vidriera:
–Esto digo porque en faltando cualquiera aceite, la suple el del candil que está más a mano; y aún tiene otra cosa este oficio, bastante a quitar el crédito al más acertado médico del mundo.
Preguntándole por qué, respondió que había boticario que, por no decir que faltaba en su botica lo que recetaba el médico, por las cosas que le faltaban ponía otras que a su parecer tenían la misma virtud y calidad, no siendo así; y con esto, la medicina mal compuesta obraba al revés de lo que había de obrar la bien ordenada”.

15 octubre, 2010

Novatores

En la corte del último de los Austrias, Carlos II, se observan ciertos cambios de orientación intelectual en lo que respecta al interés por la ciencia que habían mostrado los reyes de la España del siglo XVII, años en los que nuestro país había perdido el tren de la revolución científica que se había realizado Europa. Por ejemplo, Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, muestra una gran afición por muchas de las ramas del saber científico: física, astronomía, anatomía, química, etc.
En el último tercio del siglo XVII se da un nuevo impulso a la ciencia española con los novatores, que son estudiosos de la ciencia y filosofía modernas que, aislados o en grupos, dejan oír sus quejas sobre el desolador panorama de la ciencia nacional y muestran una orientación favorable a las nuevas corrientes. El principal exponente de este grupo fue el médico valenciano Juan de Cabriada (ca.1655- post.1714).
El profesor López Piñero habla de novatores moderados, reacios a los grandes cambios, que no abandonan las rémoras científicas clásicas y muy especialmente las de la medicina galénica —olvidadas en el resto de Europa—, y de novatores más vehementes, que proponen la regeneración de España no sólo desde el punto de vista científico sino también desde ámbitos económicos y políticos. Además, los novatores hacen una crítica de lo español por comparación con lo que viene del resto de Europa y son partidarios, a la hora de difundir los conocimientos, de la utilización de la lengua romance en contraposición a los escolásticos que siguen escribiendo en latín.
En este sentido, La Carta filosófica, médico-chymica (1686) de Cabriada es un magnífico exponente del pensamiento novator: "Sólo mi deseo es que se adelante el conocimiento de la verdad, que sacudamos el yugo de la servidumbre antigua para poder con libertad elegir mejor. Que abramos los ojos, para poder ver las amenas y deliciosas provincias, que los escritores modernos, nuevos Colones y Pizarros, han descubierto por medio de sus experimentos, así en el macro como en el microcosmos".
Ya a principios de siglo, en la tertulia de novatores que se reunía en casa del médico sevillano Juan Muñoz y Peralta (ca. 1695-1746) se creó el germen de la "Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias", considerada la primera de las instituciones españolas al servicio de los nuevos saberes.

08 octubre, 2010

Isidoro Antillón

Isidoro de Antillón y Marzo (1778-1814) nació en una aldea turolense, Santa Eulalia de Jiloca (hoy Santa Eulalia del Campo), estudió en Zaragoza, Huesca y en la Universidad de Valencia consiguió los doctorados en Derecho Civil y Derecho Canónico; estaba, pues, destinado a ser un hombre de leyes, de letras. Era una persona muy culta: participó en la sevillana tertulia de lord Holland, junto con otros intelectuales de su tiempo: Blanco White, Quintana o Jovellanos, por citar tres personalidades sobradamente conocidas; creó el Semanario Patriótico, primer periódico político español; representó a Aragón en la Cortes de Cádiz; fue el autor de la ley por la que se prohibían los castigos físicos a los niños y presos, etc.
Sin embargo, le tocó vivir en una época de sinrazones y como además decía cosas con sentido común (“la naturaleza no ha formado esclavos y señores, reyes ni vasallos: esto es obra de la fuerza y de las instituciones de los hombres”), el absolutismo lo persiguió: llegó a ser paseado medio muerto por su población de nacimiento cuando iba a ser llevado a la cárcel de Zaragoza, pero su constitución, de suyo enfermiza, no lo soportó y falleció en su Santa Eulalia natal a los 36 años. Este trato infame fue la recompensa a un patriota que había organizado la Junta de Defensa de Teruel en la Guerra de la Independencia y que, también, había participado en los Sitios de Zaragoza. De todo esto y de muchas otras cosas hay abundante información.
Este extraordinario orador en la Cortes gaditanas fue un excelente geógrafo, astrónomo y cartógrafo, facetas por las que no es muy conocido. Protegido por Godoy, al iniciarse el siglo XIX ocupó el cargo de director y catedrático de Geografía, Cronología e Historia del madrileño Seminario de Nobles, donde realizó observaciones astronómicas que aparecieron en La Ilustración española. Antillón tradujo importantes obras de divulgación astronómica de la época y escribió muchas obras de geografía.
De entre todas sus obras científicas quiero destacar un espléndido atlas que utilizaban como libro de texto los estudiantes del citado Seminario; se trata de la Carta esférica del grande océano con un análisis en que se manifiestan los fundamentos sobre que se ha construido (1802). En esta obra utiliza el meridiano de Madrid, ubicado en el edificio del Seminario, como punto de referencia y origen del cálculo de las longitudes ya que, según nos dice en el prólogo de la obra, “sábese que las naciones cultas no convienen en el paraje que ha de tenerse por primer meridiano y así este punto es variable según el arbitrio de los geógrafos. Sería sin embargo de desear que todos los pueblos adoptasen un primer meridiano común.” Antillón estima conveniente el del Teide ya que deja al este todos los países de Europa; mientras esto sucede, “los sabios de los países más cultos han convenido justamente en contar las longitudes desde su capital o pueblo del observatorio. Es raro que mapistas españoles o extranjeros busquen el pico del Teide como primer meridiano. Nuestros marinos cuentan sus longitudes desde el observatorio de Cádiz.”
Durante toda su vida alternó los escritos políticos, sociológicos, históricos, etc. con otros de carácter científico. Así, escribía en 1807 unos Principios de geografía física y civil, en 1808 los Elementos de geografía astronómica, natural y política de España y Portugal, en 1811 vieron la luz sus Noticias geográficas del Mar Mediterráneo, etc.

24 septiembre, 2010

Ciencia en verso...en el siglo XVI

En la actualidad los conocimientos científicos de alto nivel se difunden mediante revistas especializadas, en el Renacimiento el libro era el principal medio de conocimiento científico y, en algunos casos, el manuscrito. Es cierto que hoy no tendría sentido alguno explicar los síntomas del SIDA, los rudimentos de la mecánica cuántica o la base de la expresión génica mediante un diálogo de personajes o utilizando estrofas. Si lo viéramos escrito nos movería a risa, pero los tiempos cambian y lo que hoy es imposible, no era demasiado infrecuente en la ciencia del siglo XVI.
Francisco López de Villalobos nació en la población zamorana del mismo nombre allá por el año 1473. De una familia de conversos, algo no demasiado infrecuente entre los profesionales del “arte de curar”, como lo era su padre, López de Villalobos estudió Medicina en la Universidad de Salamanca. Ejerció su profesión con el Duque de Alba primero y el rey Fernando y Carlos I después, hasta 1542. Es claro, por tanto, que este ilustre zamorano se codeó con las más señeras y nobles figuras de su tiempo.
Villalobos compuso varias obras de medicina, pero la más importante es la que escribió en primer lugar, publicada en verso en Salamanca en 1498, y que es conocida como Sumario de la Medicina con un tratado de las pestíferas bubas. 
De esta obra transcribo algunos versos en los que habla del catarro:

 "La reuma y catarro es un flujo de humor
que a nuestras narices de arriba desciende,
coriza le llaman también el autor,
por flaco cerebro que atrae el vapor
y algunas materias que bien no dispende;
cuando es de humor cálido siente amargura
y ardor en la frente y en eso que sale,
y si es de humor frío frialdad y espesura
está en el humor y graveza en natura
y dañále el frío el calor más le vale".

10 septiembre, 2010

La sífilis: entre Venus y Mercurio

La sífilis fue una de las enfermedades “nuevas” del siglo XVI; nueva porque  no había sido descrita por los médicos de la antigüedad y nueva porque no se nombra como tal hasta 1493 y 1494, donde aparece de forma epidémica. En 1530 Fracastoro (1478-1553) publicó un conocido tratado en verso titulado Syphilidis, en el que describe la enfermedad, trata de los remedios para la misma y de su origen americano.
Esta enfermedad ha tenido, al menos, las siguientes sinonimias:
 “mal venéreo, lue venérea, syphilis, morbus postulorum, gorra, gran gorra, buhas, bubas, elephantia, male pustule, paturra, pasión torpe saturnina, mal serpentino, buainaras, bipas, tainas, lías, licheus, pudendagra, mentagra, grues viruela, mal de Nápoles, y mal italiano, mal francés y mal gálico, mal portugués y mal castellano”.
La terapéutica sobre la sífilis en los siglo XVI y XVII estaba dividida entre los “metalistas” partidarios de la utilización de unciones y baños con mercurio– “una hora con Venus y una vida con Mercurio”– y los “yerberos” o defensores de remedios proporcionados por la naturaleza americana: cocciones de guayaco (palosanto), china y la zarzaparrilla principalmente. El caso es que estos “baños” son los que tomó en el Hospital de la Resurrección de Valladolid el alférez Campuzano de El casamiento engañoso de Cervantes:
“…mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora”.
Parece claro que una enfermedad como el mal francés era un buen telón de fondo, o un excelente argumento, de muchos textos literarios del siglo XVI. Sabemos, por ejemplo, que en el Retrato de la lozana andaluza (1528) de Francisco Delicado hay abundantes referencias a la sífilis, pero lo que no es muy conocido es que el autor de esta importante obra sanó de la enfermedad utilizando el guayaco lo que, probablemente, fue el motivo para que escribiera un tratado titulado El modo de adoperare el legno de India, publicado en Venecia en 1529. Por cierto que así, leño de Indias, es nombrado también el guayaco en la obra cumbre de este autor; en efecto, Divicia, personaje de La lozana, nos dice que la enfermedad “ya comienza a aplacarse con el leño de las Indias Occidentales”.

03 septiembre, 2010

Alquimistas españoles

Entre todas las disciplinas herméticas la alquimia era considerada la más digna, la más noble: el alquimista tenía, en cierto sentido, “el poder” de crear, de transformar una sustancia en otra. La alquimia era a la vez una técnica y una mística. Durante el siglo XVI, el desarrollo de la química se ve impulsado por los estudios mineros y metalúrgicos.
Importantes personalidades se sintieron atraídas por los quehaceres alquímicos: el arzobispo de Toledo, Alonso de Carrillo, gastó mucho dinero durante largo tiempo “procurando “fazer oro e plata”;  Felipe II fue un entusiasta de la alquimia; más tarde, Felipe IV también recurrió a estos saberes.
A pesar de todo la alquimia siempre tuvo una mala reputación: es poco digna de ser respetada, vana, los alquimistas no gozan de consideración ni de prestigio, pero sus obras, en general, no se hallan en el Índice; es más, la Iglesia en Trento no condenó a la alquimia salvo cuando intervino en el fraude de ofrecer oro falso. La mala fama de la alquimia y de los alquimistas se debía, principalmente, a su carácter ocultista, a su alejamiento de las formas de actuar de la ciencia académica y a la utilización de sistemas de comunicación poco habituales a la hora de difundir los textos de esta disciplina.
Alonso del Castillo Solórzano (1584-1648) fue un narrador ingenioso que escribió numerosas obras de todo género: sátiras, cuentos, comedias, novelas, etc. En La garduña de Sevilla, y anzuelo de las bolsas (1642) podemos leer unos versos en los que se da cuenta de la “ligereza de colodrillo” de los ”alquimistas mentecatos”, de los materiales que utilizan los alquimistas y las nefastas consecuencias que para sus haciendas tiene el hecho de andar buscando la transmutación.
Francisco de Quevedo es mucho más corrosivo con la alquimia y sus practicantes. Reproduzco un pequeño fragmento del Libro de todas las cosas y otras muchas más con la Aguja de navegar cultos en el que se burla de la profesión y del lenguaje críptico que muchos utilizaban:
“Y si quisieras ser autor de libro de Alquimia, haz lo que han hecho todos, que es fácil, escribiendo jerigonza: "Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro. ltem, tras el rubio toma a lo de abajo y súbelo, y baja lo de arriba, y júntalos, y tendrás lo de arriba'. Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra filosofal, advierte que lo primero que has de hacer es tomar el sol, y esto es dificultoso por estar tan lejos. Hazte mercader, y harás oro de la seda; y tendero, y harásle del hilo, agujas, y aceite y vinagre; librero, y harás oro de papel; ropero, del paño; zapatero, del cuero y suelas; pastelero, del pan; médico, de las cámaras harás oro y de la inmundicia; y barbero, y lo harás de la sangre y pelos, y es cierto, que solos los oficiales hacen hoy oro y son alquimistas, porque los demás antes lo deshacen y gastan”.