Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 diciembre, 2010

Pedro Felipe Monlau, un científico polifacético

Pedro Felipe Monlau y Roca nació en Barcelona en 1808 y falleció en Madrid en 1871. Se licenció en Medicina en el año 1831 y se doctoró dos años más tarde. No obstante, sus estudios sanitarios no fueron los únicos: su amplia cultura estaba fundamentada en unos conocimientos de botánica, física y química adquiridos en los cursos que impartía la Junta de Comercio de Cataluña. La formación intelectual del catalán se completó a los cuarenta y un años con la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Madrid.
Monlau ejerció la medicina como médico militar, entre 1835 y 1840 fue el encargado de la cátedra de Geografía y Cronología de la Academia de Ciencias Naturales y Artes de la ciudad condal, en 1840 fue catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona, en 1848 obtuvo la cátedra de Psicología y Lógica en el Instituto emblemático de la capital de España: el de San Isidro; en 1857 ejerció la docencia de “Latín de los tiempos medios y castellano, lemosín y gallego antiguos” en la Escuela Diplomática y fue también encargado de la cátedra de Higiene en la Universidad de Madrid.
El interesante aspecto “higienista” de la obra médica del barcelonés se observa, entre otros, en los Elementos de Higiene privada (1846) y en los dos volúmenes de Elementos de Higiene pública (1847). Cabe, también, destacar su labor en el ámbito de la enseñanza media como autor de uno de los primeros manuales de psicología para los estudiantes de bachillerato: los Elementos de psicología. Aparecieron en 1849 y fueron reeditados numerosas veces; en ellos muestra una moderna concepción de la psicología al acercar a esta disciplina los conocimientos de fisiología. Para él, la psicología y la fisiología son “las dos ramas de la Antropología que estudian al hombre, una su mente, la otra su cuerpo”.

10 diciembre, 2010

Bernabé Cobo, pionero de la biogeografía

Suele atribuirse a Alexander von Humboldt (1769-1859) la primera descripción de los pisos de vegetación en los Andes, a principios del siglo XIX. Sin embargo, el jesuita Bernabé Cobo, casi dos siglos antes, ya se ocupa de ellos.
Nació Bernabé Cobo en Lobera (Jaén) en 1580, y marchó a las Indias a los dieciséis años e hizo sus votos  el año 1622.  Realizó numerosos viajes: Antillas, Virreinato del Perú, Nueva España y Centroamérica, y en 1653 terminó su monumental Historia del Nuevo Mundo, fruto de una constante y minuciosa labor de ocho lustros. Sin embargo, esta descomunal obra quedó inédita y en gran parte se perdió. Por fortuna para la historiografía científica se conservó la primera parte: 14 libros sobre la historia natural de aquellos territorios. El jiennense falleció en Lima en 1657.
 En la obra de Cobo siempre se muestra un gran interés por el ambiente en el que se desarrollan la vegetación y las especies animales. Tal es así que, la mejor manera que tiene de describir los “temples”, “grados” o “andenes” de los Andes es hacerlo mediante su vegetación. Esto permite considerarle, en buena medida, pionero de la geobotánica.
El relato de Bernabé Cobo es eminentemente ecológico, zoogeográfico y, muy especialmente, fitogeográfico; no realiza descripciones de las especies vegetales de cada piso, las enumera. La finalidad del jesuita es explicar la presencia de diferentes especies vegetales en relación con la altitud y el clima.
De manera continuada refiere los distintos pisos de vegetación, desde arriba hacia abajo, dando cuenta, en cada “temple”, del clima, vegetación, fauna (indígena e importada) y asentamientos humanos más significativos.
El jesuita caracteriza nominalmente varios pisos de vegetación ( “puna brava”, “medio yunca”, etc.), da detalles climáticos (humedad y temperatura) de los temples, —en los que enumera los vegetales propios del Perú y españoles—,  diferencia cada piso de vegetación del precedente por la presencia de alguna especie, cita numerosos accidentes geográficos y asentamientos humanos de cada temple y, finalmente, su información es extraordinariamente interesante para comprobar el grado de aclimatación de las especies que llevaron los españoles.

03 diciembre, 2010

Inicios de la hidroterapia

La terapéutica hidrológica tuvo una gran importancia durante todo el siglo XIX. Un balneario era un centro de descanso y distracción para algunos grupos sociales y un lugar donde existía la posibilidad de curar ciertas dolencias, hechos ambos que quedan reflejados en numerosas páginas literarias. En muchas novelas españolas de la época se aprecian algunas de las características del balneario, español o extranjero, y de la cura balnearia.
Durante el siglo XVIII hubo varios intentos por parte de los médicos españoles de estudiar las fuentes naturales de nuestro país mas, sin embargo, los conocimientos científicos sobre las aguas mineromedicinales españolas eran escasos al iniciarse el siglo XIX y el estado de abandono completo en el que se encontraba la mayor parte de las fuentes no se modificó hasta 1816. En ese año, un Real Decreto de Fernando VII creaba las bases de lo que iba a ser el Cuerpo de Médicos de Baños.
Este fue el punto de partida de la creación, el año siguiente, del cuerpo de Médicos-Directores de estos establecimientos, con lo que tanto “la creación del Cuerpo como el Reglamento de Baños de 1817 convirtieron el balnearismo en una actividad intensamente medicalizada”.
 Además hubo, por parte de la casa regia, un impulso a los balnearios ya que los miembros de la misma veían con buenos ojos las actividades terapéuticas de estos centros: sabemos que Fernando VII estuvo unos días en el de Arnedillo para mitigar unas dolencias que tenía en una pierna y que su segunda esposa, Isabel de Braganza, fue a tomar unos baños a Sacedón, que se denominó Isabela en su honor, centro que visitaba asiduamente buscando la curación de su gota. Asimismo, en 1826, llevó a su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, al balneario conquense de Solán de Cabras.
Durante gran parte del siglo XIX la mayoría de los directores de los balnearios ejercían su cargo como interinos en establecimientos de segunda fila, es decir, en aquellos que habían sido declarados de utilidad pública pero que tenían pocos agüistas. Los que pertenecían al Cuerpo de Médicos Directores trabajaban en los balnearios más importantes y con mayor concurrencia de bañistas.