Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 febrero, 2017

Galdós y la ciencia

Benito Pérez Galdós (1843-1920) publicó por entregas en la Revista de España una de las obras más significativas de su primera época de escritor: Doña Perfecta, una de las novelas más interesantes de la bibliografía del escritor canario y, a mi juicio, uno de los mejores exponentes del enfrentamiento entre los hombres pro-ciencia y los anti-ciencia. 

Corría el año de 1876 y la cultura española y europea estaban estupefactas ante las teorías que podían leerse en un libro fundamental en la cultura de todos los tiempos, en un libro que había aparecido en 1859: El origen de la especies de Charles Robert Darwin (1809-1882). Poco después, en 1871, el naturalista británico escribió otro mucho menos importante pero más “revolucionario”: El origen del hombre. Creo que las alusiones que hay al darwinismo y a Darwin en la obra de Galdós son las primeras que aparecen en una obra de literatura española. 
También eran años de la famosa “polémica de la ciencia española”, debate que tuvo su raíz en la valoración que hicieron intelectuales españoles y extranjeros de la actividad realizada por los científicos de nuestro país durante los siglos XVI y XVII; es a la vez causa y efecto de la pobreza cultural de muchos de los estudios sobre la estimación de la ciencia española de esos años. 
En este contexto, en el año 1874, después de la Restauración, se desarrolla la citada novela de Galdós. Doña Perfecta tiene su acción en la imaginaria ciudad de Orbajosa, población episcopal con una actividad cultural y una vida económica bastante deficientes. A Orbajosa llega Pepe Rey para casarse con Rosario, su prima, hija de Perfecta, viuda rica e influyente. Personajes fundamentales de la novela son también don Inocencio, canónigo de la catedral y guía religioso de doña Perfecta, la sobrina de ésta, María Remedios, y el hijo de esta última, Jacinto.
Desde el punto de vista del análisis del binomio ciencia-no ciencia —la única faceta de Doña Perfecta que pretendo bosquejar—, la novela Galdós nos muestra dos bandos claramente enfrentados: Pepe Rey por un lado y doña Perfecta y su director espiritual por el otro.
Pepe Rey es un ingeniero de 34 años, formado intelectualmente en España y que ha completado sus conocimientos en el extranjero, que ha adquirido unos saberes científico-técnicos porque su padre, abogado, era un “hombre de elevadas ideas y de inmenso amor a la ciencia”. Pepe es la representación de la cultura científica, de la moderación intelectual y de la integración de los saberes.
Don Inocencio, el canónigo, es el paradigma del hombre que intenta explicar la ciencia con libros religiosos; por eso no llega a ninguna interpretación satisfactoria. Es, en fin, el magnífico modelo del innecesario debate entre ciencia y religión, innecesario porque ambos magisterios no se solapan, sino que buscan la verdad con sistemas y medios diferentes.
En algunos pasajes de la novela, de gran intensidad, se dan cita las concepciones científicas de los protagonistas. Para el canónigo de Orbajosa la ciencia tiene como consecuencia innumerables males, o mejor, es el mal en sí mismo. Y es que, además, en la forma de pensar del canónigo hay mucho de reacción ante las novedades científicas, algo de lo que ya se quejaba el padre benedictino Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764) más de un siglo antes. En otra ocasión, sale a relucir la agronomía y don Inocencio expone que todos sus conocimientos en esa disciplina están reducidos a la sabiduría científica de… Virgilio (70-19 a. C.), el poeta latino. 
En el mismo bando que don Inocencio se alinea doña Perfecta. Galdós no necesita exponer las críticas a la ciencia de la protagonista de la novela porque, probablemente, no tiene opinión y, en segundo término, no haría más que repetir lo que dice don Inocencio que resumía la obra de Darwin de la siguiente forma: “Todo se reduce a que descendemos de los monos”.
A favor de la ciencia se encuentra el ingeniero, Pepe Rey, cuya actitud es la de un hombre que sabe atenerse a los dictados de la razón y, por tanto, no emite juicio alguno sobre el darwinismo porque no lo conoce: “Los trabajos de mi profesión no me han permitido dedicarme a esos estudios”. 
Para él la ciencia está derribando diariamente los numerosos ídolos de la inculta sociedad de la España de la época: “La superstición, el sofisma, las mil mentiras de los pasado…”
Lo espectacular de la novela es que casi 150 años después, algunos, que presumen de científicos o que tienen titulaciones universitarias científicas o técnicas, son partidarios de la homeopatía, ven extraterrestres, imantan el agua...


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