En 1859 se publicó el libro que, probablemente, ha tenido más influencia en la historia de la cultura, sea científica o no; me estoy refiriendo a El origen de las especies. Su autor fue Charles Robert Darwin (1809-1882) y su contenido, la evolución de las especies por selección natural. Complementario, en cierta medida, del texto anterior fue otro del mismo autor, de carácter antropológico, titulado El origen del hombre y que apareció en 1871. Los dos libros fueron leídos con avidez en todo el mundo civilizado y causaron, desde un primer momento, agrias polémicas en las que adversarios y defensores de la teoría de la evolución, según el esquema darwinista, se enzarzaron en discusiones alejadas, en muchos casos, de las más elementales normas exigibles al razonamiento.
El origen de las
especies apareció en Alemania en 1860, en
Francia en 1862, tres años más tarde en Italia… En España, en Madrid, se
publicó la primera traducción, aunque incompleta, en 1872, mientras que el
texto íntegro del naturalista británico no vio la luz hasta 1877; sin embargo,
un año antes ya se podía leer la traducción de La descendencia del hombre. No obstante, una parte del mundo
científico español conocía la obra del sabio naturalista británico en su lengua
original, en los textos traducidos, o por referencias. Buena prueba de ello es
el hecho de que los años en los que se publican más artículos y libros sobre el
evolucionismo son los que forman el lustro 70-75. Así, la primera noticia que
tenemos de una opinión, aunque muy ligera, sobre el darwinismo es la del que
fuera catedrático de Historia Natural de
En
esos años, los biólogos españoles más eminentes se manifiestan claramente
cuvieristas (fijistas, no evolucionistas); es el caso, por ejemplo, de los más
importantes catedráticos de Zoología de la época: Laureano Pérez Arcas
(1820-1894) y Mariano de
El
primer comentario serio acerca de la obra de Darwin se produjo en unas
conferencias que, en 1867 y en el Ateneo Catalán, pronunció el médico José de
Letamendi (1828-1897). Tituladas Discurso
sobre la naturaleza y el origen del hombre criticaba la mutabilidad de las
especies desde un punto de vista tomista y, evidentemente, también vituperaba
el lamarckismo y a Darwin: “si soy hijo de un orangután, por igual razón debo
ser nieto de una col y biznieto de una piedra”.
En
un primer momento, algunos casos aislados son la excepción del “silencio”
general sobre las teorías de Darwin. Así, el catedrático de Mineralogía y
Zoología en
Pero
en España se produjo un importante cambio político con la “Revolución de
Podemos
decir que en
![]() |
Emilia Pardo Bazán |
En
la literatura española de la época aparecen frecuentemente defensores del
darwinismo y sus opositores más contumaces. Hay referencias a Darwin en las
mejores novelas de esos años: Fortunata y
Jacinta (1887) La Regenta (1881), etc. También la condesa de Pardo
Bazán escribió unas Reflexiones
científicas contra el darwinismo (1877) en las que consideraba que la obra
de Darwin no era sencilla ni “accesible al entendimiento”. Hasta la etiqueta de
“Anís del Mono”, que comienza a fabricarse en 1870, muestra un personaje
“intermedio” entre un primate y un hombre que comenta: "Es el mejor.
Parece
claro que una teoría que, mal interpretada y explicada, podía implicar la
negación de un Creador no iba a ser bien aceptada por
De
entre las personalidades docentes defensoras del darwinismo se puede destacar en
un primer momento a Rafael García Álvarez, catedrático de Historia Natural en
el Instituto de Granada, que en el discurso de inauguración del curso académico
1872-73 defendió la nueva teoría y mereció la reprobación del arzobispo de
Granada al considerar que su discurso era "herético, injurioso a Dios y a
su providencia y sabiduría infinitas"; al médico Peregrín Casanova
(1849-1919), catedrático de Anatomía en
![]() |
Peregrín Casanova |
Todos
ellos, y muchos más, son buenos ejemplos de personalidades científicas notables
que participaron, de una forma más o menos activa, en la difusión de las ideas
del biólogo británico. También merece la pena destacar, en las décadas finales
de la centuria, la adhesión al darwinismo por parte del muy polémico Odón de
Buen (1863-1945), catedrático en
continuará
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