Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 junio, 2018

Cajal y la educación científica

En 1897, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, embrión principal de lo que posteriormente fue su libro Reglas y consejos sobre investigación científica, subtitulado Los tónicos de la voluntad, Santiago Ramón y Cajal expone su pensamiento en relación con la educación científica.

Y es que el Nobel español, el más importante de los científicos que ha dado España y uno de los más eminentes de la historia, entendía el conocimiento como un todo, como un árbol genealógico en el que las diferentes disciplinas científicas son base y fundamento unas de otras: la lógica y las matemáticas de la física y de la química, y éstas de la biología, sociología y sus diferentes ramificaciones; por eso, cuando explica lo que debe conocer, científicamente hablando, el biólogo investigador dice: “Pero no es menos urgente saber, siquiera de modo general, todas aquellas ramas científicas que directa o indirectamente se enlazan con la preferida, y en las cuales se hallan, ora los principios directores, ora los medios de acción. Por ejemplo: el biólogo no se limitará a conocer la Anatomía y Fisiología, sino que abarcará también los fundamental de la Psicología, la Física y la Química".
 Estamos pues ante una personalidad que ve la ciencia alejada de toda utilidad inmediata, de lo que considera “grosero utilitarismo”. Por eso se queja del desdén de muchos españoles —abogados, literatos, industriales, estadistas, etc. — hacia los asuntos de investigación pura, porque ese menosprecio se "propala inconscientemente entre la juventud”:
Este menosprecio, en muchos casos se aprecia en la actualidad. No es abundante el número de personas capaces de ver las aplicaciones como un maravilloso reflejo de lo que supone la investigación científica. Cajal amaba la ciencia pura, no menospreciando su utilidad sino con la sabiduría de un hombre que sabe esperar porque, para nuestro histólogo, lo inútil no existe en la naturaleza y porque “las aplicaciones llegan siempre, a veces tardan años, a veces, siglos. Poco importa que una verdad científica sea aprovechada por nuestros hijos o por nuestros nietos”.
Y es que el conocimiento es un valor en sí mismo, sea científico o no, independientemente de su utilidad, cualidad esta última que sacan a la palestra los que no entienden demasiado bien el significado de la utilidad, porque la utilidad de la ciencia depende, en gran medida, de que alguien tenga interés en utilizarla. Me parece evidente que la cultura, científica o no, es buena per se, independientemente de su utilidad más próxima. Además, hay argumentos bastante contundentes para demostrar que, como dice el físico Federico García Moliner en su obra La ciencia descolocada: “si en un país hay una buena escuela de científicos con buenos conocimientos básicos, éstos pueden ser útiles cuando surge una necesidad”.
Y el hecho de “desdeñar los temas de investigación pura” es considerado por Cajal como uno de los males de la ciencia que se ha hecho en España, análisis que viene siendo repetido en la más moderna historiografía española de la ciencia. En efecto, una de las razones de nuestro atraso científico reside en el hecho de haber dirigido nuestra orientación científica por derroteros demasiado aplicados; así ha ocurrido en momentos descollantes de la historia política y económica de nuestro país. Por ejemplo, en el preciso instante, siglo XVII, en el que la ciencia iba a estructurarse como tal.

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