La Universidad española del Renacimiento no admite comparación con la actual: en los centros universitarios se ingresa muy pronto, con doce o trece años y como la mayor parte de los estudiantes desconoce las lenguas clásicas lo primero que tienen que hacer es aprender la fundamental del lenguaje académico, el latín.
Unos dos años después, el estudiante ingresa en la Facultad menor de Artes o Filosofía donde aprende Escolástica, Física y Metafísica aristotélicas, algún rudimento científico, etc. Después, cumplidos los dieciséis años, el alumno pasaba a una de las cuatro facultades mayores: Teología, Derecho canónico, Jurisprudencia y Medicina, siendo las dos primeras las más importantes. Los conocimientos científicos se adquirían en la Facultad de Artes (Matemáticas, Filosofía natural y Cosmografía) y en la de Medicina.
La enseñanza se realizaba con la lectura (lectio) de un texto clásico que se acompañaba de explicaciones y pequeñas correcciones que se realizaban en latín. Pero otra forma de enseñar la constituían las disputas (disputatio) en las que mediante silogismos se discutían textos clásicos. Los grados universitarios servían para ejercer la profesión: Bachiller; para impartir la docencia: Licenciado; o tenían un caracter casi exclusivamente ornamental: Doctor.
En la centuria de la que estamos hablando, los hospitales eran centros de caridad más que de actividad científica. Sin embargo, en ellos “comenzaba a abrirse camino lentamente su futuro papel de escenario central de la asistencia, la enseñanza y las investigaciones médicas. Los primeros pasos en esta línea se dieron durante el siglo XVI en una serie muy reducida de hospitales” (López Piñero). En la España de la época destacan cuatro hospitales, el de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, el del Cardenal de la ciudad hispalense, el General de Valencia y los de Guadalupe; de los cuatro, el más sobresaliente es el conjunto extremeño.
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