Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

16 diciembre, 2011

Sánchez Pérez y los matemáticos árabes españoles

En el año 1917 la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales convocó un concurso sobre el tema “Monografías histórico-científicas de matemáticos españoles anteriores al siglo XVIII”, en el contexto de los que podrían ser los últimos coletazos de la famosa polémica de la ciencia española y que, en este sentido, contaba con partidarios de que había habido una ciencia hispanoandalusí, entre los que estaba Marcelino Menéndez Pelayo (18456-1912), y otros que negaban su existencia, como el polifacético José de Echegaray (1832-1916).
José Augusto Sánchez Pérez (1882-1958), catedrático de Matemáticas de Instituto, presentó unas Biografías de matemáticos árabes que florecieron en España, que fueron premiadas con un accésit.
Esta obra, clásica en la historia de las matemáticas en España, es un texto en contra de la opinión generalizada de que no había saberes matemáticos en al-Ándalus. Aunque parezca sorprendente, en esta investigación, el matemático español estudia nada menos que 191 científicos andalusíes que se interesaron por la matemática.
 La actividad matemática entre los científicos hispanomusulmanes estuvo orientada a dos aspectos fundamentales, uno que guarda relación con la divulgación de los conocimientos matemáticos y otro dirigido hacia la aplicación de las matemáticas a otras ciencias.
Sánchez Pérez utiliza las fuentes árabes originales y las traducciones e investigaciones europeas, de manera que de cada matemático da un conjunto de noticias que “permiten presentar para cada uno de ellos un estudio más completo y más exacto que todos los que existen hasta hoy”. A pesar de lo cual, en muchas biografías no hay más que las fechas de nacimiento o de muerte, el nombre de algún maestro o discípulo y los estudios a que se dedicó. Se queja de que esta falta de datos “es la que suele predominar en las fuentes árabes por el fin para el que se escribieron, que consistía en dejar a las generaciones sucesivas las noticias referentes a los hombres de ciencia, que se fueron transmitiendo unos a otros, verbalmente, las tradiciones y hadices de Mahoma y de sus discípulos”.
La obra debió de ser extraordinariamente difícil de elaborar, ya que tenía el añadido de las transcripciones nominales poco rigurosas que se habían realizado hasta entonces, copias que implicaban nombres diferentes para el mismo matemático si se utilizaba una traducción alemana, francesa, inglesa o italiana; incluso, en un mismo idioma, aparecen nombres diferentes para el mismo autor. Así, por ejemplo, pone varios ejemplos de este “maremágnum” y al referirse a Abumohámed Chéber Benaflah el Ixbilí, puede aparecer transcrito como Geber ben Aphla (en francés e inglés), o como Abu Muhamed Dschabir ibn Aflati (en alemán), Abi Mohamed Giaber Ben Aflah Hispalensi (en latín), Gebrii filii Affla Hispalensis  (en francés), Geber Mohammed ben Aphla (en francés),  Avo Maemad Giavar figlio di Alfa (en italiano), Djaber ben Afflah (en francés) y Djabir ibn Aflah (en francés y alemán).
En el prólogo de la obra y en relación con la controversia indicada antes, dedica a Menéndez Pelayo y a Echegaray unas palabras elogiosas:
“Reconocía Echegaray la importancia que adquirieron las escuelas musulmanas establecidas en España, pero su espíritu se resistía a incluir la civilización árabe en la historia de nuestra ciencia; negaba rotundamente que a partir de la época hispano-musulmana hubiésemos tenido una sola figura que mereciera consideración científica. Su criterio era distinto del de Menéndez Pelayo, el cual quiso ver, en todas las épocas, figuras ilustres en todos los ramos del saber, sin excluir las ciencias matemáticas.
El sabio Echegaray estaba, quizá, más cerca de lo cierto que el sabio Menéndez Pelayo; y no decimos que aquél fuera exacto en sus juicios, porque creemos que una labor crítica imparcial y prudente, nos conducirá a formar la historia de las Matemáticas en el suelo español, incluyendo por derecho propio las épocas antigua y media, dando el verdadero valor a nuestros humildes matemáticos de la edad moderna, y no regateando las alabanzas merecidas a los españoles ilustres de la edad contemporánea”.

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