Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

11 enero, 2012

Una visión científica de la Biblia en el siglo XVI: Arias Montano

Fregenal de la Sierra, en la actual provincia de Badajoz, vio nacer en 1527 a una de las figuras más excelentes de la cultura europea del siglo XVI, Benito Arias Montano. Montano nace en el seno de una familia culta, estudia en las Universidades de Sevilla (1546) y Alcalá (1548)y más tarde, en León, se ordena sacerdote y asiste a Trento. Felipe II le envía a Amberes como director de la nueva edición de la Biblia Políglota y le nombra profesor de lenguas orientales del Monasterio de El Escorial; en este sentido el padre Juan de San Jerónimo, primer bibliotecario de la librería escurialense, lo definió de la siguiente manera: “muy letrado y gran teólogo y muy visto en todo género de ciencias y lenguas, hebrea y caldea, griega y latina, siriaca y arábiga, almana, francesa y flamenca, toscana, portuguesa y castellana; y todas las sabía y entendía como si en estas naciones se hubiera criado”.

En los últimos años de su vida concibió el proyecto de escribir un estudio de la Biblia en relación con las ciencias naturales. El proyecto sólo se cumplió parcialmente: tres años después de su muerte se publicó, en Amberes y en los talleres de Plantino, Naturae Historia, prima in magni operis corpore pars; en ella establece analogías y diferencias entre distintos grupos de especies zoológicas, alejándose de la división bíblica de animales acuáticos, terrestres y volátiles y lo que es más importante, destacando las características morfológicas que hoy nos parecen más significativas.
En su Naturae Historia hace una permanente imbricación entre las formas vivas de la Naturaleza y la Biblia. No hay que indagar mucho en esta obra para encontrar ejemplos sobresalientes de lo que acabo de decir. En el apartado dedicado a “De vario usu ex arborum generibus capiendo” agrupa los árboles por razones estéticas, por la “saludable y ventajosa opacidad de sus sombras” o por su utilidad en la construcción. En este relato Montano dice que algunos “adornan los campos y deleitan los sentidos y el espíritu de los que los contemplan, bien por la belleza de su porte, bien por la simetría de sus ramas, por el encanto de sus hojas...”; como ejemplos refiere el cedro, el alerce, el pino, etc. e inmediatamente nombra al profeta Amós: “Pero yo exterminé al amorreo delante de ellos, pues su altitud es la de los cedros”. Entre los árboles de sombra cita la encina, el chopo, el olmo y el terebinto, e inmediatamente la Biblia; en esta ocasión Oseas: “Bajo la encina, el olmo y el terebinto, puesto que su sombra era agradable”. Por último, cuando refiere los árboles de utilidad en la construcción da cuenta de las oleaginosas, cedros, abetos, etc. y después la Biblia, esta vez es el Libro primero de los Reyes: “Hiran mandó decir a Salomón: “Yo he oído lo que me has mandado, yo cumpliré tu voluntad en madera de cedro y abeto”.
La labor del sabio extremeño fue glosada espléndidamente por el que fuera cofundador de la Sociedad Española de Historia Natural, el zoólogo valenciano Laureano Pérez Arcas (1824-1894) en su discurso de recepción en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales:
“Arias Montano, en su Naturae Historia, se muestra exento de casi todas las preocupaciones en que tanto abundan, no sólo los autores coetáneos, sino también los posteriores... Apenas hay que suprimir nada en los artículos del águila, de la paloma y de las gallinas; explica la emigración de las aves del mismo modo que se hace hoy... al formar algunos grupos, por cierto muy naturales, los distingue apreciando los carcteres más importantes; v. gr.: al tratar de las aves de rapiña, y más aún del camello, pues indica las analogías que tiene con los demás rumiantes, y lo que le distingue de ello, que es la forma y estructura de sus pies... Presintió Arias Montano la necesidad de las clasificaciones, y no se contenta con admitir la división de la Biblia de los animalea acuáticos, terrestres y volátiles, sino que subdivide los primeros en cetáceos, peces y testáceos, y todavía intenta dividir los testáceos, según que se adhieren o no a los cuerpos sumergidos, y teniendo en cuenta la naturaleza de su dermato-esqueleto. Como si todo esto no fuera suficiente, forma grupos tan naturales como el Canis y el Felis; los distingue por caracteres de la mayor importancia, como son la forma de la cabeza, disposición de las uñas y los dientes, añadiendo que del mismo modo se podrían formar otros grupos para llegar a conocer con más facilidad los diversos animales”.

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