En los siglos XVI y XVII, en los años de vida de Miguel de Cervantes, se utilizaban medicamentos que formaban parte de la farmacopea greco-romana y otros, más de la época, de la terapéutica del Renacimiento. Los primeros tenían una fórmula realmente compleja y, a buen seguro, alguno de los componentes de la misma quedaba en el camino. Los segundos eran más sencillos y ya habían incorporado, en algunos casos, los extractos de plantas traídas de América.
Sin duda, el medicamento más célebre de la historia farmacéutica fue la Triaca Magna, un curalotodo espinoso de elaborar por lo dificultoso que era conseguir sus ingredientes. La triaca era un medicamento excelente para...los comerciantes de drogas, porque no servía para otra cosa, y en el siglo XVI la llamada Triaca de Venecia se elaboraba públicamente y después se distribuía por toda Europa.
En cuanto a los farmacéuticos, en esos años, eran unos artesanos que confeccionaban el medicamento de acuerdo con la información que le daba el médico.
Ni los médicos ni los boticarios tenían buena reputación en los años de Cervantes. Si uno analiza el refranero popular, de cualquier época, en relación con esta profesión, encontrará fácilmente sentencias que no dejan bien parado al farmacéutico: "Donde no hay boticarios ni médicos, los hombres se mueren viejos"; "Cuando el doliente va a la botica, una persona pobre y dos ricas"; "Donde no hay boticarios ni médicos, los hombres se mueren viejos"; "Con un pozo y un malvar, boticario de un lugar”. Y esto no quita para que en la botica hubiera excelentes profesionales pero, la chanza contra determinados oficios siempre es...
En alguna ocasión, los rectores de las farmacias no gozan de la consideración de, por lo menos, algunos de los personajes de Cervantes; y no debía ser raro que utilizaran el aceite de los candiles para utilizar sus medicinas. Hay un refrán que ilustra claramente el uso de “sustancias inapropiadas” para la confección de las medicinas: “En habiendo vino, aceite y manteca de cerdo, media botica tenemos”. Así, el protagonista de El Licenciado Vidriera, Tomás Rodaja, nos da una información de la profesión:
“–Vuesa merced tiene un saludable oficio, si no fuese tan enemigo de sus candiles.
–¿En qué modo soy enemigo de mis candiles? – preguntó el boticario.
Y respondió Vidriera:
–Esto digo porque en faltando cualquiera aceite, la suple el del candil que está más a mano; y aún tiene otra cosa este oficio, bastante a quitar el crédito al más acertado médico del mundo.
Preguntándole por qué, respondió que había boticario que, por no decir que faltaba en su botica lo que recetaba el médico, por las cosas que le faltaban ponía otras que a su parecer tenían la misma virtud y calidad, no siendo así; y con esto, la medicina mal compuesta obraba al revés de lo que había de obrar la bien ordenada.”
En la primera parte de El Quijote, “Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero”, Alonso Quijano nos informa que no tenía dinero alguno, “no traía blanca”, pero sí llevaban “camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase”. Por eso, en el capítulo de los yangüeses nos habla de un preparado farmacéutico especial, el bálsamo de Fierabrás: “Es un bálsamo, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte ni hay que pensar en morir de ferida alguna. Y, ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que se hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”.
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