Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 noviembre, 2016

El meteorito de Olivenza

El profesor Lucas Fernández Almagro (1869-1930) fue un geólogo expedicionario que se interesó por diversas facetas de su disciplina: cristalografía, petrología, hidrología, geografía, etc. En 1925 publicó, en la revista Trabajos del Museo de Ciencias Naturales, un artículo en el que da una espléndida información científica, en relación con un meteorito caído en la localidad extremeña de Olivenza, en la provincia de Badajoz. 

El suceso ocurrió el 19 de junio de 1924 alrededor de las nueve de la mañana: “A dicha hora se distinguió por numerosos observadores y desde diversos lugares una nube blanca muy alargada, como la cola cónica de un cometa”. El meteorito se vio en muy diversas poblaciones de la provincia de Badajoz: Badajoz, Mérida, Albuera, Lobón, Burguillos, Montijo, Jerez de los Caballeros etc.; y también en Almodóvar del Campo, en la provincia de Ciudad Real; en Morón y Écija (Sevilla); en Talavera de la Reina (Toledo). Asismismo parece se vio en varias localidades de la cercana Portugal: Elvas, Portalegre, Campo Maior, Vila Fernando, Barba, Redondo y Castello de Vide y otras más.
El profesor Fernández Almagro indica la ubicación donde cayó el fragmento más importante del meteorito: un olivar de D. Enrique Rodríguez Bordallo, situado en la finca llamada “El Lemus”, a dos kilómetros al Oeste de Olivenza; y también refiere la percepción que tuvieron del mismo los testigos: “El ruido que acompañó al traslado y caída del meteorito lo comparan muchos al disparo continuo de una ametralladora, algunos al chirriar de un grueso portón de hierro, otros al que produce el motor de un camión automóvil o el de un aeroplano, al tableteo de un trueno en país montañoso, etc. En lo que todos convienen es en lo fuerte del ruido y en señalar en él dos o tres grandes explosiones inmediatamente antes del momento de la caída. Sabido es que dichas explosiones son debidas a tensiones internas originadas por el desigual caldeo de la masa meteórica, mala conductora del calor”. 
El fenómeno fue descrito al científico por una joven de 17 años llamada María Pacheco Cordero, que se encontraba recogiendo guisantes con tres hermanos suyos: “vieron venir hacia ellos una gran masa que ardía como una estrella, envuelta en humo blanco”. 
Además del trozo que cayó en la citada finca “se han recogido algunos otros de que tenemos conocimiento, y seguramente alguno más de que sus poseedores no quieren dar noticia, guardándole como amuleto o simplemente como objeto de curiosidad”. A continuación da cuenta de los diferentes fragmentos conocidos y de su peso, uno de ellos de 30 kg que desgraciadamente fue despedazado y repartidos sus trozos, otro de 2 kg, otros tres que en conjunto pesaban 4 kg y varios cuyo peso total rondaba los 2 kg.
La mayor parte de los pedazos del meteorito fueron a parar a las colecciones del Museo Nacional de Ciencias Naturales y el geólogo tenía la esperanza de que “la cultura de los poseedores de fragmentos importantes les aconseje enviarlos para enriquecer la colección de dicho Museo, único lugar en que pueden ser útiles”. Al Museo fueron fragmentos pequeños del meteorito y otro de 36,5 kg (“espléndido regalo de D. Enrique Rodríguez Andrade, joven estudiante de Olivenza”). En relación a éste, aprovecha la ocasión para criticar la noticia que del suceso se da en una revista científica francesa: “En una notita publicada en L'Astronomie de París (número de septiembre de 1924), después de una fantástica descripción del fenómeno, se afirma que el gran trozo, al que se asigna un peso de 100 kilogramos, cayó en Elvas con estrépito enorme; la aserción es completamente equivocada”. Y es que 100 kg es lo estimado en relación con el peso total del meteorito y no del gran trozo conservado en el Museo madrileño.
Al extranjero se enviaron ejemplares de poca importancia, excepto a Portugal, donde se remitió algún fragmento importante, de unos 10 kg. Otros llegaron a París, y también a Londres, éste fue un trozo de 125 gramos enviado por el Alcalde de Badajoz, a petición del British Museum.
Los estudios científicos del meteorito versaron sobre su densidad, determinada en el Laboratorio de Física General de la Universidad, ya que el Museo, en el que trabajaba Lucas Fernández, no disponía “de balanzas de confianza ni de medios de hacer el vacío”, aunque, escribe después: “nuestras primeras determinaciones hechas con picnómetro, son muy aproximadas a las que se realizaron después; han sido efectuadas sobre fragmentos numerosos con y sin corteza, dando los últimos una densidad mayor en una centésima que los primeros”.
Desde el punto de vista químico, el meteorito de Olivenza fue analizado por el físico Manuel Martínez Risco y Macías (1888-1954) mediante análisis espectral realizado en el Laboratorio de Astrofísica del Observatorio Astronómico de Madrid. 
El meteorito estaba compuesto por hierro, magnesio, aluminio, silicio, potasio, calcio, titano, vanadio, cromo, manganeso, cobalto, níquel, estroncio y otros. También se realizaron análisis cuantitativos del mismo, estudios micrográficos, detectándose el olivino como el elemento mineralógico más abundante. De su examen micrográfico deduce que el meteorito de Olivenza pertenece al “grupo de los Condritos, tipo Hiperstena-condritos (mejor Hiperstena-Olivino-Condritos) de la clasificación de G. T. Prior”.
Finalmente, compara el meteorito de Olivenza con otros que posee en madrileño Museo de Ciencias Naturales: “se ve que es bastante parecido al de Honolulu, en las islas Hawai (27-IX-1825), y al de Bjurböle, en Finlandia (12-III-1888), pero sobre todo al que más se asemeja es al de Soko-Banja, en Yugoeslavia 13-X-1877)”. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario