Hay personas que merecen un lugar destacado en la memoria colectiva de un pueblo y, sin embargo, la mayor parte de la gente hace que aquéllas no figuren ni en el callejero de las ciudades, ni se eleven con una estatua, ni se muestren en los rótulos de un centro de enseñanza o de una institución local, regional o nacional para que alguien, que pasando frente al edificio, acaso se pregunte a qué se debe ese nombre. Una de esas personas, importantes en la España del siglo XX, fue el manchego Mónico Sánchez Moreno.
Nació Mónico Sánchez en 1880 en Piedrabuena, municipio de la provincia de Ciudad Real que por entonces era habitado por unas 3.500 personas. Su familia era muy pobre y como se puede deducir, La Mancha, a finales del siglo XIX, no era una zona, como muchas otras de España, en la que se pudiera adquirir cultura fácilmente.
Pero el afán de superación de Sánchez le llevó a utilizar los ahorros conseguidos con la tienda que regentaba en la población cercana de Fuente el Fresno. Así, marchó a Madrid en 1901 con la extravagante intención de matricularse en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, porque quería estudiar electrónica.
Como no pudo, realizó un curso de electrónica por correspondencia, el Electrical Engineer Institute of Correspondence, y contactó con el profesor Wetzler, el cual le recomendó que fuera a Nueva York para continuar sus estudios. Y allí se marchó.
En 1903 vemos al joven Mónico, con unos escasos conocimientos de inglés, practicando de delineante para sobrevivir; poco a poco se incorpora a trabajos de electricista y empieza a ejercer como ingeniero. Finalmente, realiza un curso de esta especialidad de unos meses de duración, en la Universidad de Columbia y muy pronto el manchego es codiciado por las grandes empresas eléctricas americanas de la época: la General y la Westinghouse. Con 28 años obtiene un puesto de relevancia: ingeniero de la Van Houten and Ten Broeck Company, empresa dedicada a la instalación de aparatos eléctricos en hospitales diseñados para la atención médica.
Fue en esta empresa, en 1908, donde Sánchez realizó su invento más importante, una máquina portátil de rayos X: un generador portátil de corriente capaz de alimentar un tubo de rayos X. Había conseguido reducir los alrededor de 500 kilogramos de una máquina de rayos X a los 10 que pesaba la suya y que, además, tenía el tamaño de una maleta grande. El invento era excepcional.
El ingeniero Frederick Collins, de la Collins Wireless Telephone Company, contrata al español para vender su aparato portátil de rayos X, que pasa a llamarse The Collins Sánchez Portable Apparatus (se ofrecieron a Sánchez, nada menos que 500.000 dólares). En 1909 su aparato se presenta en el Madison Square Garden de Nueva York, en un stand que se encuentra al lado de los de la General Electric, empresa fundada por Tomás Alva Edison (1847-1931), y la Westinhouse Co., en la que trabajaba nada menos que Nikola Tesla (1856-1943).
El caso es que Mónico Sánchez se codea con personas realmente competentes y por ello es invitado al V Congreso Internacional de Electrología y Radiología Médicas que se celebró en Barcelona en 1910.
Decide volver a España en 1912 y lo hace con una fortuna impresionante (alrededor de un millón de dólares), 32 años y multitud de proyectos; concretamente, va a su pueblo porque quiere crear el Laboratorio Eléctrico Sánchez, “para explotación de sus patentes de invención del Aparato portátil de rayos X Sánchez y Corrientes de alta frecuencia y otros aparatos electromédicos y electrofísicos”.
Era, posiblemente, el centro de tecnología más avanzada del país, un lugar donde se fabricaban aparatos electromédicos y los componentes de cada uno para su recambio y mantenimiento. Y este laboratorio, en un desconocido pueblo manchego, recibió el encargo, en plena I Guerra Mundial, de fabricar sesenta equipos portátiles de rayos X.
El Laboratorio, que fue un éxito, acabó fracasando porque Sánchez no supo rodearse de los mejores físicos, matemáticos e ingenieros. Después, el aislamiento internacional y la burocracia estatal (problemas para importar material y repuestos para su laboratorio), hicieron el resto y redujeron su actividad.
Sus hijos no le sobrevivieron. En la actualidad, parte de su trabajo se encuentra en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de la FECYT.
Todo acabó con el fallecimiento en su localidad natal en 1961.
Felizmente, al menos sus paisanos le recuerdan: hay una calle y un Instituto de Enseñanza Secundaria en su localidad que llevan su nombre; asimismo, el ilustre manchego tiene una calle, mal escrita (con una errata), en un polígono industrial de Ciudad Real y... es que los hombres de ciencia quedan para esos sitios; el centro de las ciudades homenajea a sus políticos.
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