Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

20 abril, 2023

El apóstol de Valsaín

 Uno de los bosques españoles más interesantes y  atractivos es el Pinar de Valsaín,  bosque que se manifiesta espléndido desde la Granja de San Ildefonso por la ladera norte del Guadarrama, y que fue un lugar de rodaje de escenas de bastantes películas de la filmografía internacional: La caída del Imperio Romano (1963), de Anthony Mann; La batalla de las Ardenas (1965), de Ken Annakin Patton (1970); Conan el bárbaro (1982), de John Milius;  El reino de los cielos (2005), de Ridley Scott; El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, etcétera.
Los montes de Valsaín son algo más de 10.000 hectáreas, de las que un tercio aproximadamente forman parte del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y unas 300 del Parque Natural Sierra Norte de Guadarrama.
Uno de los grandes defensores de este bosque, cuando el conservacionismo estaba fuera de la mentalidad de los seres humanos, fue Castellarnau.
Joaquín María de Castellarnau Lleopart nació en 1848 en Tarragona. Estudió el bachillerato en el Instituto de su ciudad natal, donde empezó su interés por la naturaleza. Además, el ambiente familiar era propicio para ello ya que un tío suyo era nieto del científico Antonio Martí Franqués (1750-1832), químico y botánico, en cuya biblioteca se ilustró.
En 1865 ingresó en la Escuela de Ingenieros de Montes y cuando terminó sus estudios ejerció en el Real Sitio de San lldefonso (Segovia). Gran parte de su vida estuvo relacionada con Segovia, donde casó con la hermana del Marqués de Lozoya, Luisa Contreras, y donde conoció a naturalistas españoles importantes: Laureano Pérez Arcas (1820–1894), Máximo Laguna (1822-1902), etcétera.
Aunque inicialmente fue copartícipe de la ordenación del monte de Valsaín, en 1883 Castellarnau dimitía de su cargo en la Comisión para el Servicio del Pinar de Valsaín por discrepancias con lo que él consideraba una sobreexplotación de ese bosque. De ese maravilloso bosque decía “que no se le debía mirar como una finca cualquiera a la que sólo se le pedía un rendimiento económico, porque era una admirable joya forestal, digna de ser tratada con verdadero cariño”.
Su concepción y vocación naturalistas, muy alejadas del utilitarismo del técnico de formación que era, le han hecho acreedor a la consideración de “ingeniero atípico y bastante heterodoxo”. Y así, cuando se leen sus memorias (Recuerdos de mi vida), manifiesta claramente su posición intelectual en cuanto a las actitudes científicas de sus compañeros de profesión. Por eso  escribió, refiriéndose a sus trabajos de histología vegetal, que eran “unos estudios que nadie sabía qué utilidad podían tener” y que era algo tan infrecuente que “produjo verdadero escándalo en la Junta facultativa de Montes” ya que muchos de los ingenieros de montes “no tendrían ni idea de lo que podía ser eso de la histología vegetal”.
Asimismo, en sus Recuerdos dejó escrito de los miembros de la Junta Facultativa de Montes que la mayor parte de ellos no tenían más títulos con los que acreditar su laboriosidad  que “haberse pasado la vida en el rincón de una oficina fumando cigarrillos, y por las tardes en una mesa de café jugando al dominó o al tresillo”.
También, cuando en 1890 fue nombrado profesor de la Escuela de Montes, nos cuenta el revuelo que entre sus compañeros claustrales produjeron sus  primeras clases: “Algún revuelo produjeron mis dos primeras lecciones, sobre todo entre los profesores, porque rompían la tradición común de la Escuela, semejante en eso a las de los demás centros docentes, salvo algunas honrosísimas excepciones, según la cual los profesores se limitaban a señalar unas cuantas páginas del libro de texto, para que los discípulos se las encasquetaran en la mollera y las repitieran como unos papagayos al día siguiente”.
De hecho, es realmente significativo su opúsculo: El pinar de Valsaín. Algunas consideraciones sobre su tratamiento y administración (1884), en el que hay un ataque directo a la gestión de esos bosques:
“… los árboles viejos se cortan porque son viejos; los árboles que han alcanzado su máximo crecimiento se cortan porque han llegado a la edad; los árboles más jóvenes se cortan porque estorban a los mayores; en las pimpolladas se corta porque es preciso aclararlas; se cortan los puntisecos porque sí; se cortan los árboles que se mueren porque no sirven para nada; se cortan los chamosos porque están chamosos [invadido por hongos destructores de la madera]; se cortan los que están malos porque no se acaban de morir; se cortan los árboles sanos para que no se pongan enfermos; y para evitar trabajo, las nieves y los vientos tronchan, arrancan, quiebran y descuajan anualmente una cantidad no despreciable, que se aprovecha también…”
y en donde se habla con los pinos para anunciarles lo que se les viene encima:
“¡Ay de vosotros, pobres pinos, que habéis vivido años y años sin escuchar más ruido que el murmullo de los arroyos y el silbido del viento, cuando enfurecido cruzaba por entre vuestras ramas! De hoy más oiréis el silbido del vapor, que resonando de ladera en ladera llegará hasta el fondo de los barrancos más apartados y solitarios, para anunciaros vuestra muerte. ¡Adiós para siempre espesas umbrías donde no penetraban los rayos del sol! ¡Adiós para siempre árboles centenarios que bajo vuestras copudas ramas habéis visto a los Reyes de Castilla acosar al fiero jabalí!...
¡Corred presurosos a la Fábrica, que os espera con sus dientes de acero para convertiros en un montón de madera muerta, cambiable por un puñado de pesetas!”.
Unos años antes, en 1876, había ingresado en la Sociedad Española de Historia Natural y publicado, el año siguiente, en los Anales de la Sociedad, un trabajo extenso sobre las aves del Guadarrama, que no es sólo un catálogo ornitológico, sino que tiene un marcado carácter ecológico. En él desarrolla ideas ecológicas originales, algo que es extraordinariamente llamativo por la época en la que se publica y por la formación científica del hombre que las elabora.

No obstante, su labor biológica más importante estuvo relacionada con la histología de muchas especies forestales. Poco después, en 1883, apareció el primer estudio europeo sobre la microestructura leñosa de coníferas españolas; fue un trabajo sobre catorce especies y cinco variedades de Abies, Pinus, Juniperus y Taxus. Más tarde, en 1888, participó en la Exposición Universal de Barcelona con más de 200 preparaciones microscópicas de maderas españolas.
Sus trabajos de anatomía microscópica vegetal lo llevaron a confeccionar una clave sistemática de maderas de coníferas por sus características histológicas; también realizó investigaciones sobre los vasos conductores de la savia bruta (traqueidas) de diversos pinos; sobre los cristales de oxalato en la madera de encina; efectuó alguna investigación paleobotánica, etcétera.
Ingresó en 1913 en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales con un discurso titulado “La Morfología de las plantas, según las leyes biogénicas” y recibió de esa institución la Medalla Echegaray (1934).
Interesado en muchos aspectos culturales, científicos o no, impartió conferencias de física y escribió una Teoría general del microscopio. La imagen virtual geométrica (1890), publicó trabajos arqueológicos, una autobiografía, tradujo algunas obras de Robert Hartig de fisiología, anatomía y patología vegetales, etcétera.
Su amor a la Naturaleza le valió el calificativo de “apóstol del árbol”, con el que figura en la estatua que tiene en el Parque del Retiro de Madrid.
Falleció en Segovia en 1943.
Lápida de Castellarnau en el cementerio de Segovia


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