La Inquisición impregnó la vida española durante muchos
años, dejó su sello indeleble en la vida cotidiana de los hombres de nuestra
península, en sus manifestaciones populares y en su cultura.
La Inquisición en España ha sido el punto de partida, la base y el fundamento que ha explicado de una manera “admirable” todos los males sufridos por estos reinos durante los siglos XVI y XVII. Si alguna acción se ha hecho mal fue por culpa de la Inquisición; si por el contrario se hizo bien, lo fue a pesar de ella. En el ámbito científico y más concretamente en el de los libros sometidos a la censura inquisitorial las cosas fueron muy peculiares y no se suelen ajustar a los tópicos que circulan.
La mayor parte de las obras científicas censuradas eran de
medicina y astrología, que entre las dos constituyen más de la mitad de los
libros prohibidos. Le siguen en importancia, y en orden decreciente, los textos
de filosofía natural, matemáticas, historia natural, geografía, alquimia, etc.
En lo que respecta a los libros de medicina, la mayoría
fueron permitidos, bien con la nota previa o con las parciales expurgaciones.
La censura afectó a autores medievales como Arnau de Vilanova y, muy
especialmente, a los médicos humanistas del Renacimiento: Clusius, Mercurialis,
Fuchs, Cardano, etc. Con los autores clásicos se produce una circunstancia
peculiar: es evidente que Hipócrates, Galeno, Dioscórides y muchos otros
médicos de la Antigüedad no eran herejes, ¡no podían serlo!, pero sus obras
circulaban editadas, traducidas y comentadas por autores que sí lo eran;
consecuentemente había que tener una vigilancia de estos textos como de los
otros. En su mayoría fueron autorizados con nota.
Solamente siete obras médicas españolas, impresas en
territorio español, fueron sometidas a la censura inquisitorial. Las dos más
valiosas, desde el punto de vista científico, fueron los comentarios de Andrés
Laguna (ca.1510-1559) a la obra de
Dioscórides: Pedacio Dioscorides
Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, donde la censura no hizo grandes
daños, y el Examen de ingenios para las
sciencias de Juan Huarte de San Juan (1529-1588), obra en la que el autor
tuvo que realizar cambios muy importantes. Pedacio Dioscorides Anazarbeo,
acerca de la materia medicinal
Es interesante apuntar un detalle que nos dará una idea
clara del funcionamiento inquisitorial respecto de las obras médicas. Uno de
los textos más sobresalientes de la medicina renacentista fue la famosísima Fabrica, del bruselense que ejerciera en
España en la corte de Felipe II: Andrés Vesalio (1514-1565). Fue editada por
primera vez en Basilea en 1543, delatada para expurgo en1648, e incluida en el
Índice de 1707, después de multitud de ediciones... ¡y de haber influido en la
medicina española durante ciento cincuenta años! La expurgación de la obra vesaliana
fue ridícula y afectó a dos pequeños pasajes.
Contrariamente a lo que se dice, la alquimia fue un saber
cuyos textos no fueron objeto de especial ensañamiento por el Santo Oficio. Hay
que tener en cuenta que la alquimia fue una actividad marginal en la que
abundan los manuscritos. Además, tanto éstos como los libros de esa
especialidad están redactados en un lenguaje críptico, con indescifrables
símbolos y con alegorías y metáforas que carecían de explicación para los no
iniciados.
No obstante, sus textos, en general, no se hallaban en el Índice: menos del 4% de las obras
científicas censuradas en los diferentes Índices eran de alquimia; es más, la
Iglesia en Trento no condenaba a la alquimia salvo cuando intervenía en el
fraude de ofrecer oro falso.
En España, cuando un Índice cita a un autor “en
primera clase”, o con el término opera
omnia, no supone que los censores conocen todas las obras del mismo sino
que, por el solo hecho de ser protestante, se le aplica una prohibición
preventiva con el fin de que su obra sea examinada por el Santo Oficio. Era una
especie de ¡por si acaso! Sin embargo, cuando los censores acceden a unas obras
concretas de un autor prohibido, si no versan sobre asuntos religiosos,
generalmente son autorizadas, con algunas expurgaciones en su caso, y advirtiendo
al lector en una nota que el autor está condenado.
El mayor número de libros científicos censurados en
los años de la Inquisición española está escrito en latín, lengua en la que se
escribe una gran parte de la literatura científica. Esos textos están hechos
por intelectuales que desarrollan su actividad entre la primera mitad del siglo
XVI y el primer tercio de la centuria siguiente, época fundamental en lo que
representó la Revolución Científica y por ello se culpa a la Inquisición de que
los científicos de nuestro país no participaron en ésta. Sin embargo, la
censura inquisitorial no afectó a importantes autores como Tycho Brahe
(1546-1601) y Johannes Kepler (1571-1630), cuyas obras fueron sometidas a
pequeños expurgos.
Aunque hay que valorar negativamente la actividad
censora, hay que confirmar las palabras del historiador Henry Kamen a este
respecto: “El Índice de libros prohibidos tuvo escasa repercusión en la
literatura y aún menos en la ciencia”. Por otra parte, José Pardo Tomás, que ha
estudiado con gran detalle la censura inquisitorial en los libros científicos,
ha escrito lo siguiente: “A través del estudio de los índices, hemos podido ver
que la incidencia de la censura sobre la literatura científica impresa debe contemplarse
en toda su complejidad. Las prohibiciones directas de obras científicas fueron,
en realidad, una parte menor dentro del conjunto de esa incidencia.”
Por último, la mayor parte de las obras que figuran
en los Índices son permitidas con nota o expurgadas.
En las introducciones de todos los catálogos de
libros prohibidos se podían leer unas reglas generales que permitían que el
censor utilizara un criterio demasiado subjetivo. De esta manera los tribunales
inquisitoriales llegaron a recoger obras que no figuraban en el Índice. Y es
que en España se ha llevado siempre lo de ser más papista que el papa y cuando
a un “experto” se le da poder demuestra hasta dónde puede llegar. Por ejemplo,
el Libro de la Oración (1554) de fray
Luis de Granada fue incluido en el Índice de 1559, el que fue el primer Índice de libros prohibidos para todo el
mundo cristiano, pero poco después… ¡fue aprobado por el Concilio de Trento y
por el Papa!, algo que no le fue suficiente a los inquisidores ya que obligaron
al autor a realizar una serie de correcciones en el texto para permitir su
libre circulación. ¡Sostenella y no enmendalla! Libro de la Oración
La Inquisición censuró más de lo que figuraba en los
Índices. En el terreno científico, si nos fijamos en las obras que se hallaban
recogidas en los diferentes Tribunales de la Inquisición en 1634, podemos
comprobar cómo de las 59 obras recogidas por el de Murcia, ¡no figuraban en el
Índice 31! y de las 91 del Tribunal de Zaragoza, ¡no estaban prohibidas 48! Por
ejemplo, el alquimista italiano Leonardo Fioravanti (ca.1518-1588) sólo tenía en el Índice una obra, pero el Tribunal
murciano le recogió dos obras científicas de difícil expurgo: Della Fisica divisa libri quatro y Specchio di Scientia Universale. Quizá,
por si acaso, estaban recogidas en el Tribunal de Barcelona, entre otras, una
obra tan poco sospechosa como las Institutiones
aritmeticae del matemático valenciano Jerónimo Muñoz (ca.1520-ca.1591) y un
libro de veterinaria que tuvo numerosas ediciones durante el siglo XVI, el Libro de albeytería de Manuel Díez
(s.XV). Parece difícil comprender que también fuera recogido en el Tribunal de
Murcia el Libro del regimiento de la
salud del que fuera médico de Carlos I, Luis Lobera de Ávila (s.XVI). Institutiones aritmeticae
Ni incluso una Orden religiosa con tanta influencia como la Compañía de Jesús se libró de la estupidez censora: es realmente increíble que la Historia natural y moral de las Indias del jesuita José de Acosta (ca.1540-1600) fuera retirada por el tribunal de Barcelona.
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