Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

14 diciembre, 2024

La Inquisición y los libros científicos

 

La Inquisición impregnó la vida española durante muchos años, dejó su sello indeleble en la vida cotidiana de los hombres de nuestra península, en sus manifestaciones populares y en su cultura.

La Inquisición en España ha sido el punto de partida, la base y el fundamento que ha explicado de una manera “admirable” todos los males sufridos por estos reinos durante los siglos XVI y XVII. Si alguna acción se ha hecho mal fue por culpa de la Inquisición; si por el contrario se hizo bien, lo fue a pesar de ella. En el ámbito científico y más concretamente en el de los libros sometidos a la censura inquisitorial las cosas fueron muy peculiares y no se suelen ajustar a los tópicos que circulan.

La mayor parte de las obras científicas censuradas eran de medicina y astrología, que entre las dos constituyen más de la mitad de los libros prohibidos. Le siguen en importancia, y en orden decreciente, los textos de filosofía natural, matemáticas, historia natural, geografía, alquimia, etc.

En lo que respecta a los libros de medicina, la mayoría fueron permitidos, bien con la nota previa o con las parciales expurgaciones. La censura afectó a autores medievales como Arnau de Vilanova y, muy especialmente, a los médicos humanistas del Renacimiento: Clusius, Mercurialis, Fuchs, Cardano, etc. Con los autores clásicos se produce una circunstancia peculiar: es evidente que Hipócrates, Galeno, Dioscórides y muchos otros médicos de la Antigüedad no eran herejes, ¡no podían serlo!, pero sus obras circulaban editadas, traducidas y comentadas por autores que sí lo eran; consecuentemente había que tener una vigilancia de estos textos como de los otros. En su mayoría fueron autorizados con nota.

Solamente siete obras médicas españolas, impresas en territorio español, fueron sometidas a la censura inquisitorial. Las dos más valiosas, desde el punto de vista científico, fueron los comentarios de Andrés Laguna (ca.1510-1559) a la obra de Dioscórides: Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, donde la censura no hizo grandes daños, y el Examen de ingenios para las sciencias de Juan Huarte de San Juan (1529-1588), obra en la que el autor tuvo que realizar cambios muy importantes. 

Pedacio Dioscorides Anazarbeo,
acerca de la materia medicina
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Es interesante apuntar un detalle que nos dará una idea clara del funcionamiento inquisitorial respecto de las obras médicas. Uno de los textos más sobresalientes de la medicina renacentista fue la famosísima Fabrica, del bruselense que ejerciera en España en la corte de Felipe II: Andrés Vesalio (1514-1565). Fue editada por primera vez en Basilea en 1543, delatada para expurgo en1648, e incluida en el Índice de 1707, después de multitud de ediciones... ¡y de haber influido en la medicina española durante ciento cincuenta años! La expurgación de la obra vesaliana fue ridícula y afectó a dos pequeños pasajes.

Contrariamente a lo que se dice, la alquimia fue un saber cuyos textos no fueron objeto de especial ensañamiento por el Santo Oficio. Hay que tener en cuenta que la alquimia fue una actividad marginal en la que abundan los manuscritos. Además, tanto éstos como los libros de esa especialidad están redactados en un lenguaje críptico, con indescifrables símbolos y con alegorías y metáforas que carecían de explicación para los no iniciados.

No obstante, sus textos, en general, no se hallaban en el Índice: menos del 4% de las obras científicas censuradas en los diferentes Índices eran de alquimia; es más, la Iglesia en Trento no condenaba a la alquimia salvo cuando intervenía en el fraude de ofrecer oro falso.

En España, cuando un Índice cita a un autor “en primera clase”, o con el término opera omnia, no supone que los censores conocen todas las obras del mismo sino que, por el solo hecho de ser protestante, se le aplica una prohibición preventiva con el fin de que su obra sea examinada por el Santo Oficio. Era una especie de ¡por si acaso! Sin embargo, cuando los censores acceden a unas obras concretas de un autor prohibido, si no versan sobre asuntos religiosos, generalmente son autorizadas, con algunas expurgaciones en su caso, y advirtiendo al lector en una nota que el autor está condenado.

El mayor número de libros científicos censurados en los años de la Inquisición española está escrito en latín, lengua en la que se escribe una gran parte de la literatura científica. Esos textos están hechos por intelectuales que desarrollan su actividad entre la primera mitad del siglo XVI y el primer tercio de la centuria siguiente, época fundamental en lo que representó la Revolución Científica y por ello se culpa a la Inquisición de que los científicos de nuestro país no participaron en ésta. Sin embargo, la censura inquisitorial no afectó a importantes autores como Tycho Brahe (1546-1601) y Johannes Kepler (1571-1630), cuyas obras fueron sometidas a pequeños expurgos.

Aunque hay que valorar negativamente la actividad censora, hay que confirmar las palabras del historiador Henry Kamen a este respecto: “El Índice de libros prohibidos tuvo escasa repercusión en la literatura y aún menos en la ciencia”. Por otra parte, José Pardo Tomás, que ha estudiado con gran detalle la censura inquisitorial en los libros científicos, ha escrito lo siguiente: “A través del estudio de los índices, hemos podido ver que la incidencia de la censura sobre la literatura científica impresa debe contemplarse en toda su complejidad. Las prohibiciones directas de obras científicas fueron, en realidad, una parte menor dentro del conjunto de esa incidencia.”

Por último, la mayor parte de las obras que figuran en los Índices son permitidas con nota o expurgadas.

En las introducciones de todos los catálogos de libros prohibidos se podían leer unas reglas generales que permitían que el censor utilizara un criterio demasiado subjetivo. De esta manera los tribunales inquisitoriales llegaron a recoger obras que no figuraban en el Índice. Y es que en España se ha llevado siempre lo de ser más papista que el papa y cuando a un “experto” se le da poder demuestra hasta dónde puede llegar. Por ejemplo, el Libro de la Oración (1554) de fray Luis de Granada fue incluido en el Índice de 1559, el que fue el primer Índice de libros prohibidos para todo el mundo cristiano, pero poco después… ¡fue aprobado por el Concilio de Trento y por el Papa!, algo que no le fue suficiente a los inquisidores ya que obligaron al autor a realizar una serie de correcciones en el texto para permitir su libre circulación. ¡Sostenella y no enmendalla! 

Libro de la Oración

La Inquisición censuró más de lo que figuraba en los Índices. En el terreno científico, si nos fijamos en las obras que se hallaban recogidas en los diferentes Tribunales de la Inquisición en 1634, podemos comprobar cómo de las 59 obras recogidas por el de Murcia, ¡no figuraban en el Índice 31! y de las 91 del Tribunal de Zaragoza, ¡no estaban prohibidas 48! Por ejemplo, el alquimista italiano Leonardo Fioravanti (ca.1518-1588) sólo tenía en el Índice una obra, pero el Tribunal murciano le recogió dos obras científicas de difícil expurgo: Della Fisica divisa libri quatro y Specchio di Scientia Universale. Quizá, por si acaso, estaban recogidas en el Tribunal de Barcelona, entre otras, una obra tan poco sospechosa como las Institutiones aritmeticae del matemático valenciano Jerónimo Muñoz (ca.1520-ca.1591) y un libro de veterinaria que tuvo numerosas ediciones durante el siglo XVI, el Libro de albeytería de Manuel Díez (s.XV). Parece difícil comprender que también fuera recogido en el Tribunal de Murcia el Libro del regimiento de la salud del que fuera médico de Carlos I, Luis Lobera de Ávila (s.XVI). 

Institutiones aritmeticae

Ni incluso una Orden religiosa con tanta influencia como la Compañía de Jesús se libró de la estupidez censora: es realmente increíble que la Historia natural y moral de las Indias del jesuita José de Acosta (ca.1540-1600) fuera retirada por el tribunal de Barcelona. 

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