Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 diciembre, 2015

Los médicos del Príncipe Carlos

En 1545 venía al mundo en Valladolid el Príncipe Carlos, el primer hijo de Felipe II y Manuela de Portugal; el monarca español tenía diez y ocho años.
Su morfología no era muy agraciada: un hombro más alto que  otro, la pierna derecha más corta que la izquierda, pectus excavatum y joroba. Además, le costaba articular las palabras, tartamudeaba algo, era de voz chillona y padecía de fiebres palúdicas. Asimismo manifestó unos comportamientos anómalos, entre los que se puede citar el que tuvo con un zapatero que le había hecho unas botas que no le gustaban por lo que hizo que se las comiera “guisadas y picadas en pequeñas piezas”.
El médico más importante del Príncipe, Cristóbal de la Vega, comenta que padeció “durante treinta meses fiebres cuartanas. En cuya atención siempre estuve presente a la vez que mis colegas, dignísimos varones en el arte médico y dotados de gran prudencia, el doctísimo Santacara, y el sapientísimo Santiago Olivares. Comenzó a afectar la cuartana a su Alteza en el año 1559, el 6 de agosto: tenía 14 años y tuvo su inicio por el humor melancólico originado por combustión, que le producía accesos desordenados, que poco después observaron el orden de las cuartanas, acompañándose de signos de crudeza que perseveraron durante casi toda la enfermedad en orinas y deyecciones”.
Esto implica que con don Carlos estuvieron, al menos tres médicos. Veamos.
Cristóbal de la Vega (1510-1573), había nacido en Alcalá, en cuya Universidad se licenció y doctoró en Medicina, era desde 1545 y hasta su nombramiento como médico de cámara, catedrático de Prima en la Facultad de Medicina. Fue traductor de Hipócrates y una de las máximas figuras, en España y el resto de Europa del galenismo humanista. Martín de Santacara Noval, fue protomédico del Reino de Navarra e hijo del médico de Juana la Loca; fue médico de cámara desde 1560. Finalmente, Santiago Diego de Olivares, había sido médico de la reina de Bohemia antes de 1543, fecha en la que pasó a ser médico de don Carlos.
El estado de salud del Príncipe se agrava hacia 1561 y así, el embajador de Carlos IX de Francia en España comenta ese mismo año: “El pobre príncipe está tan afectado y extenuado que si no se cura de este mal, la más sana y común opinión de los médicos es que se volverá caquéctico y sin gran esperanza para el futuro”.
Su delicado estado de salud llevó a los médicos a recomendar el cambio de su lugar de residencia y marchó, en octubre de 1561, a la población de Alcalá. A pesar de sus males, en la ciudad tenía una vida nocturna no demasiado aconsejable: “Salía el Príncipe de noche por la Corte con indecencia y facilidad”.
Alonso Sánchez Coello. Museo del Prado
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El 19 de abril de 1562, bajando una escalera, trompicó “y cayó y dio con la cabeza un gran golpe en una puerta cerrada: quedó boca abajo y los pies arriba: descalabrose en la parte postrera de la cabeza a la parte izquierda, junto a la comisura que se llama landoydes”. El caso es que  “quedó mortalmente herido”, tanto que  Felipe II recurrió a  la momia de fray Diego de Alcalá, al que se tenía por santo, y se la pusieron “sobre el Príncipe casi difunto”. Cuando el proceso finalizó, un pormenorizado relato del mismo fue escrito y publicado por  Dionisio Daza Chacón, por entonces cirujano de  cámara del príncipe; se trata de la Relación verdadera de la herida de la cabeza del Serenísimo Príncipe D. Carlos, nuestro Señor, la cual se acabó en fin de julio de 1562.
 Dionisio Daza Chacón (1510-1596) fue cirujano fue del Hospital Real de Valladolid, de la Casa Real, cirujano de cámara de don Juan de Austria y después de don Carlos.  Escribió una importante obra titulada Practica y Theorica de Cirugia en Romance y Latin, en dos volúmenes (1582,1595)
Daza informa de los médicos que atendieron a don Carlos: “desde el principio hasta el fin, el doctor Vega, el doctor Olivares, el licenciado Dionisio Daza: desde el segundo día, con los dichos, el doctor Juan Gutiérrez de Santander, médico de cámara de S. M., y su proto-médico general, el doctor Portugués y el doctor Pedro Torres, cirujanos de S. M.; después del descubrimiento del casco, el doctor Mena, médico de cámara de S. M., y el doctor Vesalio, insigne y raro varón; desde el 6 de mayo el bachiller Torres, cirujano de Valladolid”.
Vesalio determinó que “el daño era interior y que no tenía otro remedio sino pasar el casco hasta las telas”, esto es, había que trepanar. Daza era de la misma opinión, pero el resto de los médicos no creía en ello: “había que legrar, no trepanar” y el legrado se realizó el 9 de mayo y “fue de muy gran fruto esta obra porque se salió de la duda que se tenía, y así todos, excepto Vesalio, el cual nunca mudó parecer, entendieron que el daño era comunicado y accidental de la fiebre y erisipela”.
Juan Gutiérrez de Santander, era médico de cámara desde 1556, el doctor Portugués era Fernando López, patria portuguesa y médico licenciado y doctorado en la Universidad de Alcalá, Pedro de Torres fue cirujano de la Cámara del Rey desde 1562 hasta 1593. Fernando Mena (1520-1585), se licenció y doctoró en Medicina en la Universidad de Alcalá y era catedrático de Vísperas desde 1546 y de Prima en 1553; fue médico de cámara desde 1560 hasta su fallecimiento. Andrés Vesalio ((1514-1564) fue médico de Carlos V y de Felipe II y el autor de uno de los libros más influyentes sobre anatomía humana, De humani corporis fabrica.
En 1564 envían a don Carlos a Madrid para comenzar a formarse políticamente. Felipe II le promete el gobierno de Flandes pero finalmente prefiere la valía del duque de Alba y, al enterarse del nombramiento, Carlos intenta agredir al duque con un puñal, pero es tranquilizado. Su continuo comportamiento intrigante acaba con él, desde enero de 1568, en un torreón del Alcázar madrileño, con la “puerta abierta” y siempre vigilado porque, a fin de cuentas, el prior del monasterio de Nuestra Señora de Atocha había comunicado a Felipe II la intención que tenía su hijo de matarle. Con el fin de mejorar se actitud le daban libros  “solamente de buena doctrina y devoción”.

En  prisión “estuvo tres días sin comer con profunda melancolía”, después “enfermó gravemente de tercianas dobles malignas, vómitos y disentería”, “bebía con exceso agua de una gran fuente de nieve, y con ella hacía enfriar la cama, donde pasaba lo mas del tiempo para refrescarse”. 
Falleció el 24 de julio de 1568, y según dijeron los enemigos, envenenado por orden del rey y por uno de los médicos: Santiago de Olivares.

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