Desde
el último tercio del siglo XIX se fue creando en España una base institucional
naturalista en la que el territorio español era explorado por científicos de
allende nuestras fronteras porque, a fin de cuentas, era un espacio riquísimo
en novedades, mucho más rico que los de los lugares de origen de los
extranjeros. Quizá por esto es más que posible que el desarrollo científico de
la historia natural en España esté relacionado con proyectos colectivos más o
menos nacionalistas.
Y esta
situación provocó la renovación de los saberes en ciencias naturales en dos
aspectos: uno referido al reconocimiento de los naturalistas españoles de la
etapas anteriores y otro al que tuvo que ver con el conocimiento que de la
naturaleza de su territorio hacen los científicos de nuestro país.
En relación
con la historia natural, en 1871, se crea en Madrid la Sociedad Española de
Historia Natural, primera asociación naturalista de nuestro país, casi
simultánea (1872) al Ateneo Propagador de las Ciencias Naturales, formado
también en la capital de España como una asociación de jóvenes difusores de los
saberes naturales. También hubo otras instituciones más especializadas en
ciertos aspectos de las ciencias naturales. Así, en esos años, y en relación
con la ciencia de las plantas, aparecen la Sociedad Botánica
Barcelonesa, de corta vida (1871-1875) y en 1878 la Sociedad Linneana
Matritense.
La
Sociedad Española de Historia Natural hacía un llamamiento “no sólo las
personas que por afición o deber se dedican a las ciencias naturales, sino
también cuantos crean provechoso y conveniente alentar en España tales
estudios, propagar los conocimientos que se refieren a este ramo del saber
humano, y dar a conocer las producciones naturales del país. Tan importante
objeto tendrán los Anales de la Sociedad española de Historia Natural, y
en ellos se insertarán preferentemente los catálogos totales o parciales de las
producciones de una localidad determinada, la descripción de especies nuevas,
la crítica de las ya publicadas, o igualmente las monografías de un grupo
particular de seres naturales, cuando haya suficientes datos para ello, y las
noticias parciales acerca de la gea, flora y fauna de la Península y sus provincias
ultramarinas, todo acompañado de los grabados y láminas necesarias”.
Al
finalizar el siglo, en 1899, en Barcelona se funda la Institució Catalana
d’Historia Natural, en la que se observan unas peculiaridades nacionalistas
evidentes. Así, la citada institución tenía como objetivo “conrehu de las
Ciencias Naturals, y son estudi y propagació, entre l’element jove de
Catalunya, per contribuir á la formació de l’Història Natural d’aqueixa terra”.
Por
último, en este tiempo, al empezar el siglo se crea en 1902 La Sociedad
Aragonesa de Ciencias Naturales y finalizó su discurrir como tal en 1918, en el
que dio paso a la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales. No obstante, no fue
más que un cambio de denominación en la estructura de la misma. En la misma se
aprecian muchas de las características de la Sociedad Española de Historia
Natural y así, en el primer número de su Boletín
se podía leer: “De todos los estudios que ocupan el entendimiento, es el de las
Ciencias naturales el más mezquino en resultados; antes se desarrollan en la
Sociedad los otros órdenes de la cultura que no éste”.
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