Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

04 marzo, 2016

Ciencia en la obra de Cervantes (I): el aceite de Aparicio

Empiezo con este artículo el primero de una serie que en el año del Cervantes quiero dedicar a algunos de los aspectos científicos que figuran en la espléndida obra del complutense.
Empezaremos con una referencia que se puede leer en El Quijote. Se trata del Capítulo XLVI. “Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora”.

Y en efecto, el espanto fue de tal manera que el bueno del caballero “…volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno, viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo”. Es entonces que para curar las heridas “Hicieron traer aceite de Aparicio, y la misma Altisidora, con sus blanquísimas manos, le puso unas vendas por todo lo herido”. Y sobre él había un proverbio que decía: “Es caro como el Aceite de Aparicio”. Quizá por eso el medicamento en cuestión no lo tiene Sancho, sino que se encuentra en el palacio de los Duques, donde sucede el episodio indicado antes. El aceite de Aparicio también se denominaba Oleum Magistrale.
En la obra del médico segoviano Andrés Laguna (también citado en la inmortal obra cervantina), Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, y de los venenos mortíferos (1555), se puede leer que es “admirable para soldar las heridas frescas y rectificar aquellas de la cabeza y guardarlas de corrupción. Demás desto tiene gran facultad de confortar los nervios debilitados”.
Entre los ingredientes de este preparado está el hipérico, “corazoncillo” o hierba de San Juan (Hypericum perforatum) que tiene propiedades cicatrizantes y, por eso, a esta planta se la conocía como “hierba militar”.
El aceite de Aparicio debe su nombre a un morisco: Aparicio de Zubía. Había nacido en Lequeitio y era una especie de curandero, un empírico. Sabemos que durante un tiempo tuvo su residencia en Granada y en el Hospital de San Juan de Dios de esta ciudad realizó una cura a un hombre que había sido herido con arma blanca y al que los galenos no conseguían sanar: “Y es así que-refiere su mujer Isabel de Peramato-en el año de 1551 el dicho su marido en la dicha ciudad –Granada en el hospital de Juan de Dios curó a un herido que tenía una gran cuchillada de la cual no le podían restañar el gran flujo de la sangre que tenía, cuantos médicos y cirujanos principales que había en aquella ciudad y como él –Aparicio de Zubía vio que le desahuciaron todos ellos le puso la dicha medicina y no solamente le restañó la sangre, más aún con el favor de Dios le sanó en obra de cuatro días”.
La eficacia de su utilización dio lugar al siguiente proverbio: “El aceite de Aparicio no es Santo pero hace milagros”.
Carlos I emitió un decreto en 1552 por el cual al vasco “le estaba permitido curar con dicho aceite a todas las personas que desearan curar con él cualquier lesión  o enfermedad”.
En 1559 Felipe II confirmó la resolución de su padre y el Aparicio marchó a Toledo para demostrar los beneficios de su aceite. Deseando obtener una “pensión de vida”, fue a la ciudad del Tajo para mostrar que su medicina era muy beneficiosa para la humanidad y que, por ello, este beneficio merecía una buena compensación. Lo utilizó en el Real Hospital de Toledo y en Madrid, y en ese año trató a ciento siete pacientes y ahorró a estas instituciones muchos ducados porque su aceite era barato, lo que contrastaba con el aserto a su precio que he citado antes. Se acordó entonces concederle una renta de treinta mil maravedíes al año a cambio de la fórmula, pero Aparicio no lo aceptó “porque no podía mantener la producción de dicha medicina con tan pequeño beneficio”.
 Su esposa, Isabel Pérez de Peramato, pidió después que la pensión fuese aumentada a cambio del secreto de la “medicina universal de esos Reinos”. Se le dieron entonces sesenta ducados al año mientras viviera, siempre y cuando notificara la fórmula y preparación. Además  se imprimirían dos mil ejemplares para su difusión.
 Y así fue: “Acordose -por las Cortes- que dé la orden de hacer el dicho aceite medicinal y de cómo se ha de usar del, se impriman dos mil tratados dello para que los procuradores de Cortes los lleven a sus provincias y los repartan; lo cual se cometió al licenciado San Pedro que lo haga hacer imprimir, juntamente con Baltasar de Hinestrosa”.
El original castellano se ha perdido pero este Memorial de Aparicio de Zubía se tradujo al francés, y de éste al inglés.
El cirujano inglés George Baker, divulgó el Memorial con el título The Composition or making the most excellent and pretious oil called Aleum magistrale. First published by the commandament of the King of Spain with the maner how to aply it particulary. Como muy bien afirma el catedrático de Historia de la Medicina Juan Riera Palmero: “Aparicio de Zubía debería figurar entre los más tempranos críticos con la terapéutica galénico-tradicional de las heridas según el modelo galénico”.
¿Cuál era la composición tan secreta?
Aceite, tres libras (1.125g); Trementina de abeto, dos libras (750 g); Vino blanco: medio azumbre (alrededor de 1 litro); Polvo de incienso media libra (187,5 g); Trigo limpio: dos puñados (de 4 a 6 onzas) (125-187,5 g); Harina de hipérico, media libra (187,5 g); Valeriana: dos onzas (62,5 g); Cardo bendito, dos onzas (62,5 g).
Y se preparaba de la siguiente manera: las hierbas se maceraban en vino; se añadían el trigo y el aceite y se cocía. Después de enfriar, se colaba  y se cocía de nuevo. Se añadía el incienso y, después de hervir otra vez, se dejaba enfriar.

El aceite de Aparicio siguió utilizándose durante todo el siglo XVII, como se prueba con la referencia de Cervantes y las alusiones al mismo en las obras de diferentes médicos. Con el paso del tiempo la fórmula se fue modificando y en la receta propuesta por el farmacéutico Félix Palacios y Bayá (1677-1737), en su obra Palestra Pharmaceutica Chimico-Galenica (1706) aumentan los componentes y entre ellos aparecen las  lombrices y el Bolo Arménico:

1 comentario:

  1. Sus articulos relacionados a tecnologia me van excelente. He utilizado muchas cosas en impresiones 3D adaptadas a diversas ciencias, sobre todo arquitectura y electronica

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