Según el Diccionario de la RAE, una persona cotilla es amiga de chismes y cuentos, pero además, una cotilla es un “ajustador que usaban las mujeres, formado de lienzo o seda y de ballenas”.
La cotilla del siglo XVIII fue predecesora del corsé decimonónico y era una especie de corpiño al que se le había añadido unas barbas de ballena. Servía para apretar el tórax por abajo para que, al disminuir la cintura de la mujer, se favoreciera el “extravasado glandular”.
La cotilla favorece la expresión del contorno femenino porque ajusta el talle y disminuye la cintura ya que su estructura comprime el torso. Pero es evidente que el gusto estético por la prenda reduce los movimientos de la mujer y la ventilación pulmonar se hace más dificultosa.
La cotilla dio lugar a unos comentarios científicos de algunos médicos españoles y extranjeros.
El anatomista de origen holandés Jacob Benignus Winslow (1669 – 1760), autor que fue de una famosa obra titulada Exposition anatomique de la structure du corps humain (1732), publicó en 1741, en la Académie Royal des Sciences de París, una memoria que tituló “Sobre los malos efectos del uso de corpiños con ballenas”.
En España, en un periódico de carácter divulgativo, El Censor, aparecía en 1781 un artículo extraordinariamente crítico contra el uso de las cotillas, a las que hacía responsables de que “algunas han tenido que curarse de peligrosas llagas que las disformes cotillas, de que han tenido que usar, las hicieron”; y todo porque al no dejar drenar sus humores, se “hincharon notablemente las partes posteriores, inferiores a su cintura” (nótese el esfuerzo para no decir...) y han “fluido con mayor fuerza hacia los pechos”. El resultado parece terrible: “aquellas dulces antes, y encantadoras voces, enronquecidas casi siempre, descalabran hoy nuestros oídos”.
Por la misma época, Juan Caldevilla Bernaldo de Quirós (seudónimo de Ignacio de Meras Queipo de Llano) publicó, en relación con este asunto, unos Avisos de una dama a una amiga suya sobre el perjudicial uso de las cotillas.
Cotilla de seda de finales del s.XVIII |
Por otra parte, el que fuera médico de Cámara de S.M. Pedro García Brioso, leyó en 1774 una disertación ante la Real Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla, cuya finalidad era proporcionar unas “saludables instrucciones para la física regulación de los vestidos con respecto a la salud, edades, temperamentos de los sujetos y climas que habitaren”. El autor reprobaba la práctica de utilizar cotillas ya que de la compresión de las mamas “resultan afectos cancrosos en lo externo, y en lo interno, como que tienen sus pulmones estrechos, con poco diámetro en sus canales, muchos y peligrosos afectos pulmonares, como toses, asmas y hemoptises”.Semejante era el parecer de Ignacio Mariano Martínez de Galinsoga (1766-1797), que fue médico de la reina María Luisa de Parma y fundador y director del Real Jardín Botánico de Madrid y de la Real Academia Nacional de Medicina de España. En 1784 se publicó un tratado suyo titulado Demostración mecánica de las enfermedades que produce el uso de las cotillas sobre los riesgos de salud inherentes al uso de corsés, en el que se manifestaba contrario a la utilización del precursor del corsé porque “los músculos o carnes que por desgracia están contenidos entre dos cuerpos tan duros como son un hueso y la cotilla, cuyas partes están en movimiento, ¿qué tortura, qué frotamiento, qué colisión, qué aplastamiento no sufrirán? ¿qué harán los nervios sino cerrarse? ¿cuántas finas arterias no se obliterarán?”.
Sin embargo, no todos los médicos eran contrarios a la utilización de estas prendas. Así, el ecijano Bonifacio Ximénez de Lorite, presidente que fue de la Sociedad de Medicina de Sevilla, en 1774 dedicó a las cotillas una monografía en el que no se mostraba, como muchos de sus colegas, contrario a la referida prenda pero recomendaba su uso con moderación y desaconsejaba que las utilizaran las embarazadas.
La cotilla fue sustituida por el corsé y con el tiempo llegó... el wonderbra, pero en esta historia no entró la ciencia.
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