Hasta
bien entrado el siglo XX la comarca cacereña de Las Hurdes era un territorio de
tránsito difícil. Parece como si los gobernantes españoles no hubieran mirado
con buenos ojos el bello territorio serrano. Lo cierto es que la población de
esa tierra extremeña era un auténtico manantial de mitos desde hacía muchos
siglos. Era una herida permanente en la historia de España, una zona en la que
la leyenda vislumbraba unos habitantes de degenerada raza.
Ya en el siglo XVIII hubo intentos de estudio de Las Hurdes por parte de los ilustrados; después, en el siglo XIX, se realizaron terribles descripciones de los habitantes de esa comarca para los que la esperanza de vida rondaba los 35 años y de los que escribía un intelectual como Pascual Madoz (1806-1870) en su Diccionario Geográfico: "apenas se conoce el pan, y el que usan es de centeno o de los mendrugos que recogen pordioseando. Sólo cuando están próximos a la muerte se les da pan de trigo".
Desde puntos de vista distintos, se interesaron por este problema diferentes personas: el notario hurdano Romualdo Martín Santibáñez (1824-1895); Vicente Barrantes (1829-1898), el denominado “bienhechor de las Hurdes”; el médico e hispanista Jean Baptiste Bide (-1907) — que realizó en 1890 el primer un mapa detallado de la comarca cacereña—; el obispo de Plasencia Francisco Jarrín y Moro (1848-1912) y el deán de la catedral de esa ciudad del Jerte, José Polo Benito (1879-1936), que fundaron la sociedad La Esperanza de Las Hurdes y publicaron el primer número de la revista Las Hurdes en 1904, etc.
Cuando Alfonso XIII visitó Salamanca en 1904 escuchó el lamento poético que sobre los hurdanos le hizo José María Gabriel y Galán (1870-1905):
“Señor, en tierras hermanas
de estas tierras castellanas,
no viven vida de humanos
nuestros míseros hermanos
de las montañas jurdanas”
En 1910, el hispanista Maurice Legendre (1878-1955) decide comenzar el estudio de esta comarca, lo que le lleva tres lustros de trabajo de campo. El resultado fue una tesis doctoral que publicó en 1927.
Pero en 1913 la situación seguía siendo deplorable. Miguel de Unamuno, ese año, escribía dos artículos en El Imparcial donde se podía leer: "difícilmente se encontrarán peores poblados"; "prefieren mal vivir, penar, arrastrar una miserable existencia en lo que es suyo, antes que depender de un amo y pagar una renta"; y otros párrafos en los que se mostraba claramente la situación de los hurdanos.
El año 1922, hace ahora 100 años, fue fundamental en la historia de Las Hurdes. Efectivamente, el médico e historiador Gregorio Marañón y Posadillo, el entonces cirujano del Hospital General de Madrid, José Goyanes Capdevila, y el inspector de Sanidad de la provincia de Badajoz, el médico Enrique Bardají López, fueron comisionados por el Gobierno para estudiar el estado sanitario de las Hurdes.
Gregorio Marañón hizo anotaciones de todo lo que veía y la situación se mostraba espeluznante: “A las 11 llegamos a Martilandrán. Miseria, anemia, bocio, cretinismo. Espectáculo horrendo, dantesco. Muchos de los vecinos no han comido jamás pan. Algunos pasan días enteros sin comer más que alguna yerba, algún nabo. Tiroides palpable, todos. Tracoma. Tiña. Hambre, todos". Se sospecha que las madres matan a los recién nacidos o a los abortos de poco menos de 9 meses con el fin de tomar el pilo para conseguir ganar algún dinero. También informa de la existencia de familias poligámicas y por amancebamiento.
El 10 de junio de 1922, Marañón, Goyanes y Bardají publican en la revista La Medicina Íbera un artículo titulado “El problema de Las Hurdes es un problema sanitario”. En él se afirmaba que arreglando con fondos públicos la situación sanitaria de la zona se mejoraría la esperanza de vida. No en vano, la mortalidad era del 90 por 1000, 4 veces y media por encima de la de toda España. Y los motivos del desastre eran “el paludismo y la insuficiencia nutritiva o, dicho en romance, el hambre crónica”.
Contra
el paludismo, proponían la distribución de quinina y la asistencia médica. La
segunda causa de la terrible situación del hurdano era el hambre crónica, que
se debía en gran medida a los problemas de comunicación. En los pueblos y
alquerías más pobres se pasaban muchos meses sin probar el pan y era el hambre
el que provocaba, según los tres médicos, el que muchas enfermedades se cebaran
con la población: anemia, tuberculosis y principalmente bocio y cretinismo.Poco
después, el 17 de junio de 1922, se publicaba en la misma revista, La Medicina Íbera, un “Avance de la
Memoria sobre el estado sanitario de Las Hurdes”, redactado de orden del
Gobierno de Su Majestad por la Comisión compuesta por los doctores Goyanes,
Bardají y Marañón”. En estas conclusiones proponían resolver el problema del
hambre con: el envío periódico de alimentos de primera necesidad; la
construcción de caminos vecinales que faciliten los accesos a Las Hurdes; la
repoblación forestal, obras hidráulicas, etcétera y explotación de toda la posible riqueza de
la región; el traslado, a regiones más
benignas de la población de algunas alquerías que no son susceptibles de estas
mejoras por su situación inaccesible.
El 3 de junio de ese año el asunto en cuestión fue debatido en el Congreso de los Diputados y se adoptaron las medidas que solicitaban Marañón, Lejendre y Bardají y se dotaron tres plazas de médicos con botiquines y quinina.
Tres días después Marañón escribía en El Liberal un artículo titulado “El rey a Las Hurdes” en el que decía que Alfonso XIII iba a “medir por sí mismo el grado de abandono de unos miles de sus súbditos que hasta ahora no tuvieron con el Estado otro engranaje que el recaudador de Contribuciones”.
Y es que “ningún rey de España lo habrá sido completamente como el que ponga fin a la noche de hambre y de ignorancia de aquel puñado de españoles sin ventura”.Las consecuencias de la actuación de estos tres hombres se empezaron a ver muy pronto. Además del ya referido debate en el Congreso en el que se tomaron las primeras medidas, Pedro Segura y Sáenz (1880-1957), entonces Obispo de Coria (más tarde Arzobispo de Sevilla y Cardenal), escribió una carta dirigida al rey Alfonso XIII, —que fue publicada en El Debate el 29 de junio de ese año—, para que se abonase a las madres que se han ocupado de la lactancia de niños expósitos las algo más de 30.000 pesetas que les debía la Diputación Provincial, que se acabara con la usura, que se condonara una parte de los impuestos, que se crearan escuelas nacionales (había más de un 90% de analfabetismo), que hubiera un incremento del servicio sanitario en la zona porque “urge higienizar la vivienda, actual foco de infección”. Segura consideraba indispensable y urgente un hospital para la región, la mejora de la explotación de determinados productos, la creación de una cooperativa de consumo con precios bajos, la construcción de vías de comunicación, la mejora del servicio de Correos, de telefonía, puestos de la Guardia Civil, etcétera.
Muy pronto se prohibió la adopción de expósitos y se creó el Patronato de Las Hurdes (formado por el Rey, el Obispo de Coria, el ministro de la Gobernación, Marañón, Goyanes y otros) que fue reduciendo las necesidades más importantes de la comarca, fue actuando de una manera coral en lo que a la sensibilización de la opinión pública se refiere, y contribuyó a erradicar, al menos parcialmente, la visión que en gran parte de España se tenía de esa zona.
Aunque durante la II República la polémica sobre el atraso hurdano seguía viva, gracias, en parte, al famoso documental Tierra sin pan, de Luis Buñuel, lo cierto es que la situación de la comarca fue mejorando y en 1944, cuando habían pasado más de cuatro lustros del famoso viaje, Legendre escribió un resumen de los progresos que realizó su querida comarca en los últimos cuatros lustros: en comunicaciones, viviendas, sanidad, agricultura, educación, etc.
https://www.youtube.com/watch?v=qO86FO1bs6g
Ya en el siglo XVIII hubo intentos de estudio de Las Hurdes por parte de los ilustrados; después, en el siglo XIX, se realizaron terribles descripciones de los habitantes de esa comarca para los que la esperanza de vida rondaba los 35 años y de los que escribía un intelectual como Pascual Madoz (1806-1870) en su Diccionario Geográfico: "apenas se conoce el pan, y el que usan es de centeno o de los mendrugos que recogen pordioseando. Sólo cuando están próximos a la muerte se les da pan de trigo".
Desde puntos de vista distintos, se interesaron por este problema diferentes personas: el notario hurdano Romualdo Martín Santibáñez (1824-1895); Vicente Barrantes (1829-1898), el denominado “bienhechor de las Hurdes”; el médico e hispanista Jean Baptiste Bide (-1907) — que realizó en 1890 el primer un mapa detallado de la comarca cacereña—; el obispo de Plasencia Francisco Jarrín y Moro (1848-1912) y el deán de la catedral de esa ciudad del Jerte, José Polo Benito (1879-1936), que fundaron la sociedad La Esperanza de Las Hurdes y publicaron el primer número de la revista Las Hurdes en 1904, etc.
Cuando Alfonso XIII visitó Salamanca en 1904 escuchó el lamento poético que sobre los hurdanos le hizo José María Gabriel y Galán (1870-1905):
“Señor, en tierras hermanas
de estas tierras castellanas,
no viven vida de humanos
nuestros míseros hermanos
de las montañas jurdanas”
En 1910, el hispanista Maurice Legendre (1878-1955) decide comenzar el estudio de esta comarca, lo que le lleva tres lustros de trabajo de campo. El resultado fue una tesis doctoral que publicó en 1927.
Mauricio Legendre |
Pero en 1913 la situación seguía siendo deplorable. Miguel de Unamuno, ese año, escribía dos artículos en El Imparcial donde se podía leer: "difícilmente se encontrarán peores poblados"; "prefieren mal vivir, penar, arrastrar una miserable existencia en lo que es suyo, antes que depender de un amo y pagar una renta"; y otros párrafos en los que se mostraba claramente la situación de los hurdanos.
El año 1922, hace ahora 100 años, fue fundamental en la historia de Las Hurdes. Efectivamente, el médico e historiador Gregorio Marañón y Posadillo, el entonces cirujano del Hospital General de Madrid, José Goyanes Capdevila, y el inspector de Sanidad de la provincia de Badajoz, el médico Enrique Bardají López, fueron comisionados por el Gobierno para estudiar el estado sanitario de las Hurdes.
Gregorio Marañón hizo anotaciones de todo lo que veía y la situación se mostraba espeluznante: “A las 11 llegamos a Martilandrán. Miseria, anemia, bocio, cretinismo. Espectáculo horrendo, dantesco. Muchos de los vecinos no han comido jamás pan. Algunos pasan días enteros sin comer más que alguna yerba, algún nabo. Tiroides palpable, todos. Tracoma. Tiña. Hambre, todos". Se sospecha que las madres matan a los recién nacidos o a los abortos de poco menos de 9 meses con el fin de tomar el pilo para conseguir ganar algún dinero. También informa de la existencia de familias poligámicas y por amancebamiento.
El 10 de junio de 1922, Marañón, Goyanes y Bardají publican en la revista La Medicina Íbera un artículo titulado “El problema de Las Hurdes es un problema sanitario”. En él se afirmaba que arreglando con fondos públicos la situación sanitaria de la zona se mejoraría la esperanza de vida. No en vano, la mortalidad era del 90 por 1000, 4 veces y media por encima de la de toda España. Y los motivos del desastre eran “el paludismo y la insuficiencia nutritiva o, dicho en romance, el hambre crónica”.
El 3 de junio de ese año el asunto en cuestión fue debatido en el Congreso de los Diputados y se adoptaron las medidas que solicitaban Marañón, Lejendre y Bardají y se dotaron tres plazas de médicos con botiquines y quinina.
Tres días después Marañón escribía en El Liberal un artículo titulado “El rey a Las Hurdes” en el que decía que Alfonso XIII iba a “medir por sí mismo el grado de abandono de unos miles de sus súbditos que hasta ahora no tuvieron con el Estado otro engranaje que el recaudador de Contribuciones”.
Y es que “ningún rey de España lo habrá sido completamente como el que ponga fin a la noche de hambre y de ignorancia de aquel puñado de españoles sin ventura”.Las consecuencias de la actuación de estos tres hombres se empezaron a ver muy pronto. Además del ya referido debate en el Congreso en el que se tomaron las primeras medidas, Pedro Segura y Sáenz (1880-1957), entonces Obispo de Coria (más tarde Arzobispo de Sevilla y Cardenal), escribió una carta dirigida al rey Alfonso XIII, —que fue publicada en El Debate el 29 de junio de ese año—, para que se abonase a las madres que se han ocupado de la lactancia de niños expósitos las algo más de 30.000 pesetas que les debía la Diputación Provincial, que se acabara con la usura, que se condonara una parte de los impuestos, que se crearan escuelas nacionales (había más de un 90% de analfabetismo), que hubiera un incremento del servicio sanitario en la zona porque “urge higienizar la vivienda, actual foco de infección”. Segura consideraba indispensable y urgente un hospital para la región, la mejora de la explotación de determinados productos, la creación de una cooperativa de consumo con precios bajos, la construcción de vías de comunicación, la mejora del servicio de Correos, de telefonía, puestos de la Guardia Civil, etcétera.
Muy pronto se prohibió la adopción de expósitos y se creó el Patronato de Las Hurdes (formado por el Rey, el Obispo de Coria, el ministro de la Gobernación, Marañón, Goyanes y otros) que fue reduciendo las necesidades más importantes de la comarca, fue actuando de una manera coral en lo que a la sensibilización de la opinión pública se refiere, y contribuyó a erradicar, al menos parcialmente, la visión que en gran parte de España se tenía de esa zona.
Aunque durante la II República la polémica sobre el atraso hurdano seguía viva, gracias, en parte, al famoso documental Tierra sin pan, de Luis Buñuel, lo cierto es que la situación de la comarca fue mejorando y en 1944, cuando habían pasado más de cuatro lustros del famoso viaje, Legendre escribió un resumen de los progresos que realizó su querida comarca en los últimos cuatros lustros: en comunicaciones, viviendas, sanidad, agricultura, educación, etc.
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