Nació Bernabé Cobo en Lobera (Jaén) en 1580, y marchó a las Indias a los dieciséis años. En 1599 se matriculó en el Colegio de San Martín en Lima, ingresando dos años después como novicio en la Compañía de Jesús, que regentaba el Colegio. No hizo sus votos hasta el año 1622.
Realizó numerosos viajes: Antillas, Virreinato del Perú,
Nueva España y Centroamérica, y en 1653 completó su monumental Historia del Nuevo Mundo, fruto de una
constante y minuciosa labor de ocho lustros. Sin embargo, esta descomunal obra
quedó inédita y en gran parte se perdió; por fortuna para la historiografía
científica se conservó la primera parte: 14 libros sobre la historia natural de
aquellos territorios.
El prólogo de su obra lo firma en julio de 1653 y quizá su muerte, en Lima en el año 1657, impidió la publicación de la misma. Queremos hacer notar que de los 77 años de vida, sesenta y uno los vivió en América.
A pesar de no conocer más que la primera de las tres partes
en las que el jesuita dividió su estudio sobre el Nuevo Mundo, sabemos que cada
una de ellas versaba sobre los siguientes temas: el estudio de América antes
del descubrimiento o lo que es igual, el conocimiento de las culturas y
naturaleza americanas anteriores a la llegada de los españoles; la historia de
la conquista y colonización del Perú y de las latitudes americanas más meridionales; por último, en la tercera
parte, trató de la conquista y colonización de otras zonas del Nuevo Mundo,
Molucas, Filipinas, etc.
De este texto tan grande y valioso, comentaré algunos conceptos geográficos manifestados por el jesuita. En el Libro I, cap. XIV, que trata “De la división de la Tierra” nos dice lo siguiente:
“como las
navegaciones modernas se hayan ido alargando más cada día, han venido a hallar
en este Hemisferio antártico otra gran parte de tierra separada de la América y
mucho más de las otras tres partes antiguas; la cual, con justo título, se
puede reputar por quinta parte del mundo, y por tal siento que se debe poner
con nombre de tierra Austral, a causa de comprehenderse toda ella y sus islas
adyacentes, que son muchas, dentro de este hemisferio meridional. La primera
parte por donde se descubrió esta tierra es la Nueva Guinea, que cae al
poniente de la América; la cual halló el capitán Álvaro de Saavedra Cerón
volviendo a la Nueva España del viaje que hizo a las islas del Maluco el año de
1527 por orden marqués del Valle don Hernando Cortés. Diéronle nombre de Nueva
Guinea, porque se asemeja en su disposición y calidades, y aun en el color de
sus habitadores, a las costas de Guinea.”
En efecto, era ya conocida desde tiempo atrás, por los
navegantes españoles, la costa oeste del Pacífico; y desde Lima y el Callao
partieron los exploradores de estas tierras, lo que implica que el P. Cobo
poseía una buena información. No sólo nos habla de una “quinta parte del mundo”
sino que adelanta que está formada por una gran “tierra Austral” y “sus islas
adyacentes, que son muchas”; esto es, Australia y Oceanía. Hay que resaltar que
utiliza el término “América”, algo infrecuente en lengua española.
Y añade que:
“Demás desto, en la navegación que hacen los portugueses a la India Oriental por su derrota y demarcación del oriente, desviándose a veces mucho del cabo de Buena Esperanza, descubren hacia el polo antártico una costa de tierra no conocida, que se presume ser parte desta. Ítem, la punta de tierra que forma el estrecho de San Vicente o de Mayre, es la postrera que se ha hallado y la más cercana a la América.”
Es decir, la Antártida, pero presume que es un fragmento de
la anterior “quinta parte” y además cree que el estrecho de San Vicente o Mayre
separa América de esta “Antártida”, cuya punta norte, que sabemos hoy es la
pequeña Isla de los Estados, estaría muy próxima a la Tierra de Fuego.
Esta confusión de ideas es común en la cartografía de la
época. De hecho, este inmenso continente austral perduró en la imaginación de
navegantes y cartógrafos hasta que los viajes de Cook, a fines del siglo XVIII,
dejaron claro el vacío de tierras del Pacífico sur y la separación de la
Antártida de las demás tierras continentales.
Sigamos con el relato del jesuita:
“De cualquier parte
que a ella se navegue se topa muy grande número de islas adyacentes a sus
costas, mayormente por la mar del Sur; muchas de ellas se han costeado en torno, otras por sólo un
lado sin acabarse de averiguar si son islas o puntas de tierra firme
continuada, aunque cercada de mar por todas partes, que desde el estrecho de
San Vicente corre la vuelta del Oriente hasta el paraje del cabo de Buena
Esperanza; y por el poniente hasta la Nueva Guinea; que verdaderamente, si ella
es tierra continuada la que por diversas partes está reconocida, ocupa tan
grande porción del orbe como cualquiera de las otras cuatro; y si es tierra descontinuada,
consta de grandísimas islas, como se sabe por la noticia que han traído los que
deste reino del Perú han ido varias veces a su descubrimiento”.
Lo cual implica que supone, una de dos: o un enorme
continente, o “grandísimas islas”, que es lo acertado si así consideramos a
Australia y a la Antártida. Parece que a esta última hipótesis se adhiere el
Padre Cobo (con las noticias frescas que llegan al Perú).
En suma, una buena información geográfica, para la época, y
unas ideas razonablemente acertadas.
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