En la obra de Delibes asiste al parto el doctor Almenara, algo bastante infrecuente en el siglo XVI. En este momento es cuando el novelista nos describe los complementos del médico: “…mientras que don Francisco de Almenara, con su loba de terciopelo oscuro y su maletín negro en la mano de la esmeralda, accedía por la puerta principal”.
Algo semejante a lo que podemos leer en el Libro de todas las cosas y otras muchas más con la Aguja de navegar cultos de Francisco de Quevedo, que nos hace una descripción de toda la parafernalia que los acompañaba: iban siempre en mulas de alquiler, solían llevar guantes grandes, mostraban gran sortija en el pulgar, etc.: “Si quieres ser famoso médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y, en verano, sombrero de tafetán; y en teniendo esto, aunque no hayas visto libro, curas y eres doctor.”
Generalmente, en el mejor de los casos, el parto era
asistido por una partera pero en la novela atienden a doña Catalina el médico y
la comadre. El marido espera fuera de la habitación, por recomendación de
aquél, y la comadre, Victoria, prepara a la parturienta agua de artemisa
primero y ruibarbo después.
El agua de artemisa era una cocción muy utilizada desde
antiguo y de ella nos da noticia Dioscórides. El médico segoviano Andrés Laguna
(ca. 1510-1559) —en su difundidísima obra en la que comenta los textos del
médico de la Antigüedad citado antes— nos dice que sirve “para desopilar la
madre” o lo que es igual desobstruir el útero. En la práctica terapéutica de la
época, la purga era de gran importancia y una de las especies vegetales más
utilizadas para tal fin era una planta americana, el ruibarbo, a la que los
científicos denominan Convolvulus
mechoacan. Creo interesante
anotar que el ruibarbo, al que los exploradores del continente americano
llamaron “mechoacán”, fue descrito con todo lujo de detalles en 1565 por el
médico y naturalista sevillano Nicolás Bautista Monardes (ca.1493-1588), que lo
definió como “purga excelentísima”. Además, si consultamos el Tesoro de la lengua castellana (1611), de Sebastián de Covarrubias,
comprobaremos que el ruibarbo es considerado una modernidad en el siglo XVII y
es definido como una “raíz con que los médicos modernos purgan a los enfermos”.
Por todo ello considero que en este parto, de 1517, es poco probable que se
pudiera utilizar para mover el vientre ruibarbo, una planta que tuvo una gran
difusión como purgante desde los últimos años del siglo XVI.
Después, como el parto se alargaba, colocaron a la paciente en la silla de partos, “un artefacto de madera y cuero, el asiento más bajo que los soportes de las piernas y dos correas en los brazos donde debería agarrarse la paciente para hacer fuerza”. Por fin nació un varón pero Catalina tuvo calenturas y Almenara admitió que “podía tratarse del mal de madre [matriz]” y es entonces cuando entra en acción un barbero cirujano llamado Gaspar Laguna para sangrarla.
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Pedacio Diosorides Anazarbeo de Andrés Laguna |
Los cirujanos de los siglos XV y XVI no tenían una
enseñanza reglamentada, si bien para poder ejercer como tales debían justificar
haber practicado durante cuatro años en algún hospital, o población donde
hubiera un cirujano. Aunque en casi toda Europa había una significativa
diferencia intelectual entre médicos y cirujanos, en España e Italia esas dos
profesiones se acercaron científicamente de tal manera que en algunas
localidades había escuelas de cirujanos gobernadas por médicos, se crearon
cátedras de cirugía en importantes universidades españolas e italianas y hubo
profesionales de la medicina dedicados a esa especialidad.
Delibes no dice nada cómo el cirujano Gaspar Laguna
practicó la sangría pero es probable que no difiriera mucho de la que
Estebanillo González nos relata en su obra autobiográfica y picaresca: Vida y hechos de Estebanillo González.
Hombre de buen humor. Compuesto por él mesmo (1646). Estebanillo estuvo de
aprendiz de cirujano y ocupaba “los ratos libres en leer unos libros que tenía
de cirugía”. Después, marchó al hospital de Santiago de los Españoles, hospital
militar construido por Pedro de Toledo, donde dijo que era “barbero y cirujano
examinado, y no de los peores en aquel arte” y donde realizó una sangría de
esta manera:
“Ofrecióse una sangría el mismo día que entré en la
dignidad, y el cirujano, por hacer prueba de mí, me la encomendó. Yo,
llegándome a la cama del enfermo, le arremangué el brazo derecho, y
estregándoselo suavemente, le di garrote con un listón de un zapato que haba
pescado a una moza de un ventorrillo en el discurso del camino. Saqué la lanceta, y por haber leído, cuando
andaba trashojando los libros de mi postrer amo, que para ser buena la sangría
era necesario romper bien la vena, adestrado de ciencia y no de experiencia, la
rompí tan bien, que más pareció la herida lanzada de moro izquierdo que lanceta
de barbero derecho. Al fin, salí tan bien della, que solamente quedó el
doliente manco de aquel brazo y sano del izquierdo, por no haber llegado a él
la punta de mi acero, de que Dios libre a todo fiel cristiano.”
Volviendo a la obra de Delibes. Catalina no mejora con la sangría y por eso el doctor Almenara propone que le administren la triaca magna, una medicina cara que se “hace con más de cincuenta elementos distintos”. En efecto, la triaca era un preparado farmacéutico usado de antiguo y constituido por muchos ingredientes, de los que el más importante era el opio. Parece que la fórmula de la triaca se debe a Andrómaco, médico de Nerón; su composición fue estudiada por Galeno y fue motivo de discusión entre los profesionales de la botica hasta el siglo XVIII. Catalina no probó la triaca, murió antes.
En la obra de Delibes se nos describe el ambiente próximo a la Mancebía de la Villa. Unas “pobres niñas de cuatro y cinco años, con los rostros cubiertos de bubas, pedían limosna”. Y dentro de esa mancebía, Bernardo Salcedo relata su percepción de cómo era la situación en el Valladolid del primer cuarto del siglo XVI: “…la villa está podrida de sífilis. Más de la mitad de la ciudad la padece. ¿No ha visto a los niños por la calle de Santiago? Todos están llenos de incordios y bubas. Valladolid se lleva la palma de las enfermedades asquerosas.” Y en otro momento: “¿Ha visto usted cómo están las calles de la villa de mendigos llenos de escrófulas?”.
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Libro de Fracastoro sobre la sífilis |
La sífilis fue una de las enfermedades “nuevas” del siglo
XVI; nueva porque no había sido descrita por los médicos de la Antigüedad y
nueva porque no se nombra como tal hasta 1493 y 1494, donde aparece de forma
epidémica. En 1530, el veronés Jerónimo Fracastoro (1478-1553), médico del
Concilio de Trento, publica un conocido tratado que da nombre a la sífilis; son
más de 1.300 versos los que forman un poema titulado Syphilidis sive de morbo gallico, en el que describe la enfermedad,
trata de los remedios y explica su origen americano. La sífilis ha tenido
muchas sinonimias, se ha llamado también mal venéreo, bubas, paturra, pasión
torpe saturnina, mal serpentino, mal de Nápoles, mal italiano, mal francés, mal
gálico, mal portugués, mal castellano, etc. Pero de lo que no cabe duda es de
que nadie, ni en Valladolid ni en ningún otro lugar se podía llamar sífilis a
enfermedad, por la sencilla razón de que el poema de Fracastoro, que da nombre
al mal, se publicó en 1530, más de dos lustros después de que Bernardo Salcedo
diga que Valladolid “está podrida de sífilis”. Es más, mucho después, el mal
francés no aparece con ese nombre en la mayor parte de los textos. Por ejemplo:
en el Retrato de la lozana andaluza (1528)
de Francisco Delicado hay abundantes referencias a la sífilis, a la que se
llama “mal de Francia”, “mal francorum”, “mal de Nápoles”, “mal incurable”…; el
Sumario de la Natural Historia de las
Indias (1526), del madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557),
primero de los cronistas que da noticias del origen americano de la enfermedad,
la llama "mal de búas"; poco después, el cirujano Ruy Díaz de Isla
escribió el Tractado llamado fructo de
todos los santos: contra el mar serpentino, venido de la isla Española
(1539); más tarde, el ya citado Nicolás Monardes (ca.1493-1588) escribió una Historia
Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (1574)
en la que explicaba el origen de las “bubas”.
Volvemos a El hereje.
Para tratar el “mal gálico”, en el Hospital de San Lázaro de Valladolid se
practicaba la “cura de calor” y el factótum del almacén de Bernardo, Dionisio
Manrique, lo explica de esta guisa: “Se cierran puertas y ventanas y se inunda
la habitación en penumbra de vapores de guayaco. A los enfermos se los cubre de
frazadas y se encienden junto a sus camas estufas y braseros a fin de que suden
todo lo posible. Dicen que con calor y dieta sobria basta con treinta días de
tratamiento. Las bubas desaparecen”.
La terapéutica sobre la sífilis en los siglos XVI y XVII
estaba dividida entre los “yerberos” y los “metalistas”. Los primeros eran
partidarios de los de remedios proporcionados por la naturaleza americana:
cocciones de guayaco o palosanto, china y la zarzaparrilla principalmente; los
metalistas preferían utilizar unciones y baños con mercurio y compuestos
mercuriales. La utilización de los preparados de mercurio para aliviar la
enfermedad provocaba unos síntomas tan desagradables en el paciente, que se
usaron más frecuentemente los remedios vegetales; a fin de cuentas, de acuerdo
con la concepción médica de la época, si la enfermedad tenía su origen en el
Nuevo Continente debía de curarse con productos de esa tierra.
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