No cabe la menor duda de que el escritor vallisoletano Miguel Delibes Setién (1920-2010)fue uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX. Galardonado con infinidad de premios, una de sus últimas novelas, El hereje, es un estupendo relato del Valladolid de Carlos V en el que se dan cita algunos aspectos de la ciencia de la época: la consulta médica, un parto, la sífilis, la peste, etc. Algunos de estos pasajes narrados por la pluma maestra de don Miguel voy a comentar a continuación.
En las primeras páginas de la obra aparece un interesante personaje, el “médico de mujeres” Francisco Almenara, que “había sido autorizado para curar en 1505 por el Real Tribunal del Protomedicato”. Pero, ¿qué era este Tribunal? ¿Para qué servía?
Habrá que empezar diciendo que la medicina era una
actividad perfectamente organizada en una enseñanza con una reglamentación muy
clara: para ejercer la profesión, después de conseguir el grado de Bachiller en
Artes, los médicos debían de conseguir el de Bachiller en Medicina y ejercer de
ayudantes durante dos años como pupilos de otro médico. Por entonces, el grado
de licenciado en Medicina facultaba para la docencia y casi ningún médico lo
tenía. Era rarísimo el galeno que poseía el mayor de los grados académicos, el
de doctor en Medicina, ya que no era más que de carácter honorífico. Como en la
novela de Delibes no se nos dice nada de esto, cabe pensar que cuando se habla
del doctor Almenara lo más probable es que sea, por lo dicho antes, bachiller
en Medicina. Y es que entonces, igual que hoy, médico y doctor eran palabras
sinónimas.
En la España de El hereje había cuatro centros universitarios, tres de los cuales se ubicaban en la Corona de Castilla —Salamanca, Alcalá, Valladolid— y uno en la de Aragón: Valencia. Si queremos elucubrar un poco podemos decir que el doctor Almenara que aparece en la novela de Delibes, pudo muy bien haber estudiado en la Universidad vallisoletana. Ésta era del mismo tamaño que la de Alcalá y, aunque en ella predominan los estudiantes de Leyes, tenía una Facultad de Medicina pequeña, pero que llegó a ser el primer centro universitario castellano en el que se realizó la docencia de la anatomía sobre un cadáver; algo que sucedió en 1550. No obstante hay que hacer notar que, desde el punto de vista médico, la Universidad española más destacada del siglo XVI es la de Valencia.
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Universidad de Valladolid |
El Tribunal del Protomedicato debía autorizar y controlar
el ejercicio de algunas profesiones relacionadas con la sanidad. Fue creado en
el reinado de los Reyes Católicos, en 1477, mediante una Pragmática en la que
se constituía un tribunal para “examinar los físicos [médicos], y cirujanos, y
ensalmadores, y boticarios, y especieros, y herbolarios, y otras personas que
en todo o en parte usaren de estos oficios… para que si os hallaren idóneos, y
pertenecientes, les den cartas de examen, y aprobación, y licencia para que usen
de los dichos oficios…”
Durante el siglo XVI, en los años en los que se desarrolla El hereje, esta institución sólo existía
en Castilla, en la de Aragón no se implantaría como tal hasta el siglo XVIII,
pero realizaban la misma función las cofradías de médicos y otras autoridades
nombradas por los responsables municipales.
El caso es que, volviendo a El hereje, el matrimonio formado por Bernardo Salcedo y Catalina
Bustamante asiste a la consulta del doctor Almenara. No tienen hijos y Bernardo
desea saber si su mujer es la “culpable” de este hecho. ¿Cómo podía saberlo un
médico del siglo XVI? Pues metiendo un diente de ajo, “debidamente pelado”, en
la vagina de Catalina. Después, le dio el siguiente aviso: “mañana no se
levante hasta que yo llegue. Debo ser el primero en olerla”.
¿Qué intentaba comprobar Almenara? En el caso de que la paciente le echara el aliento y el doctor notara olor a ajo, resultaría que las “vías de recepción de su cuerpo están abiertas, no opiladas”, con lo que el responsable teórico de la infertilidad del matrimonio sería el señor Salcedo. Esta forma tan poco científica, pero tan mediterránea (por lo del ajo), de detectar la obstrucción de las vías genitales era muy corriente entre los médicos europeos de la época que seguían las directrices científicas de Galeno y Avicena aunque, bien es cierto, también se utilizaban otras técnicas más sofisticadas. Por ejemplo, en los Aforismos del considerado “padre de la medicina”, Hipócrates”, se dice que si la mujer no concibe, y queremos saber si es apta para ello, se le pueden poner sahumerios aromáticos, como la mirra o el estoraque, utilizando una caña que se ha de introducir en el orificio de la madre. Si la mujer siente los olores aromáticos en la boca o las narices es una prueba evidente de que el defecto de engendrar no reside en ella.
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Libro del régimen de la salud |
El doctor Almenara sabe que la prueba del ajo no es
demasiado exacta y aunque Bernardo está un poco enfadado con su diagnóstico le
informa de que la ciencia dispone de otro método para determinar la posible
infertilidad de la dama; se trata de la “prueba de la orina”, una “operación
asquerosa y tan poco fidedigna como la del ajo”. Delibes inventa un Almenara
que rehúsa utilizar esa prueba y, por tanto, no explica nada, pero existía.
Podemos consultar lo que escribía un importante médico de la España del siglo
XVI: Luis Lobera de Ávila. En su obra titulada Libro del régimen de la salud, y de la esterilidad de los hombres y
mujeres, y de las enfermedades de los niños, y otras cosas utilísimas,
editado en 1551 podemos leer mucha información al respecto. Su obra,
fundamentada en los conocimientos de Galeno y Avicena principalmente, nos
cuenta que con el fin de discernir qué miembro de la pareja es responsable de
la esterilidad, deben orinar “cada uno en una lechuga, y orinen encima; del que
primero secare la su lechuga es del que tiene la falta en no engendrar, y este
experimento, en parte, es conforme a razón, porque significa gran calor y
abundancia de humores adustos en aquella lechuga que primero se secare”. Mas no
era ésta la única forma. El mismo autor y en la misma obra nos explica que
“tome siete granos de trigo y siete de cebada y siete de habas y los ponga en
un vaso en un barreñón con tierra y otros tantos con otro y orinen el varón en
un vaso y ella en otro, y dejarlos estar allí siete días, y en el vaso donde se
hallaren vacías las simientes o granos, es señal que aquel cuya es aquella orina
no tiene defecto, sino que es hábil para engendrar.”
Sin embargo, Catalina quedó embarazada y llegó el momento del parto.
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