Desde muy temprana edad, —y tal y como nos cuenta en su autobiografía titulada Mi infancia y juventud— en el verano de 1864, Santiago Ramón y Cajal se acerca a la literatura para leer alguna “novelilla romántica que guardaba (su madre) en el fondo del baúl desde los tiempos de soltera” y todo a pesar de que en su casa “no se consentían los libros de recreo”. Leyó entonces, con la ansiedad típica del lector que burla “la celosa vigilancia del jefe del hogar”, novelas como El solitario del monte salvaje, La extranjera, La caña de Balzac, Catalina Howard, Genoveva de Brabante.
Más tarde, en la Facultad de Medicina de Zaragoza, desarrolla su “manía literaria”, que se orienta en tres direcciones: las novelas de Víctor Hugo, las poesías de Espronceda y Zorrilla y la oratoria de Emilio Castelar. Escribe unos versos que “eran imitación servil de Lista, Arriaza, Bécquer, Zorrilla y Espronceda, sobre todo de este último, cuyos cantos al Pirata, a Teresa, al Cosaco, etc. considerábamos los jóvenes como el supremo esfuerzo de la lírica”. Porque lo que lo más le “seducía en la poesía del vate extremeño era su espíritu de audacia y rebeldía”.
En las obras inéditas de Cajal se pueden los escarceos versificadores del futuro premio Nobel. A su primer amor, María, amiga de sus hermanas, dedicó el siguiente acróstico:
“Mi corazón libre estaba/Antes que a tus ojos viera./Risueño al sol contemplaba/Y en eterna primavera/Alegre y feliz, soñaba”.
y a una morena de ojos negros le escribe el siguiente piropo:
Cuando a la mañana/tus negras pupilas/se fijan tranquilas/en el cielo azul,/me muero de envidia/me muero de celos;/hasta de los cielos/si los miras tú.
y la protesta en verso que escribió el aragonés a propósito de la huelga de estudiantes contra un catedrático de la Universidad. En el largo texto rimado se dan cita los nombres de compañeros y de profesores; la tituló “Oda a la Commune Estudiantil ”, ya que tomó como punto de referencia los hechos acaecidos en 1871 en la Comuna de París.
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