Nacido en el siglo XVI en Llerena (Badajoz), Luis
Zapata de Chaves desempeñó diversos cargos cortesanos. Se le conoce un extenso
poema dedicado a Felipe II en el que narra los acontecimientos más importantes
del reinado de su padre: Carlo famoso
(1566); tradujo el Arte Poética
(1592) de Horacio; escribió un libro sobre cetrería y una más que interesante Miscelánea. Silva de casos curiosos que
fue publicada por primera vez en 1859. En este último texto podemos leer
importantes referencias al mundo de la ciencia de la época, en las que el autor
se alegra del tiempo que le toca vivir, pondera a los grandes hombres del arte
y de la literatura y no se olvida de los personajes eminentes de la ciencia y
técnica que le son coetáneos.
Zapata realiza comparaciones de lo antiguo y lo
moderno y en su mundo renacentista admira la novedad: “¡Cuán enfadosa es la
gala que tienen algunos de quejarse del tiempo y decir que los hombres de agora
no son tan inventivos ni tan señalados, y que cada hora en esto va empeorando!
(…) La agricultura de agora también, a la antigua excede. ¿Cuándo supieron los
antiguos hacer bordados y recamados de hierbas, y de ellas mismas fuentes,
bultos e imágenes de personas que adornan los jardines y que parece que hablan?
¿Qué invención tan útil fue a toda la redondez de la tierra, el descubrimiento
de las Indias que hizo Don Cristóbal Colón? ¿Cuántas riquezas, cuántas cosas
salutíferas se han traído de allá?”.
Una mente inquieta como la de Zapata se ocupa del
“problema” de la línea equinoccial: “¿Cuándo, como hoy, se vieron dos nortes?
¿Cuándo, como hoy, se supo ser habitable la tierra debajo de la línea
equinoccial? ¿Cuándo, como hoy se dio vuelta por mar a todo el orbe? Como
Magallanes la rodeó su nave, que se llamó Vitoria, en señal que con victoria
españoles han pasado y llegado allá. (…)
También Zapata está al día sobre los vegetales del
Nuevo Mundo utilizados para curar la sífilis, la más importante de las que se
consideraron “nuevas enfermedades”; esto es, patologías que no habían sido
descritas por las autoridades médicas de la antigüedades clásica y árabe y que,
por tanto, eran desconocidas por la humanidad. El extremeño nombra dos de los
remedios utilizados para curar esta enfermedad: el guayaco o palosanto (Guaiacum sanctum L.) y la zarzaparrilla
(diversas especies del género Smilax):
“De agora es el remedio del mal contagioso con el palo santo y la
zarzaparrilla, que antes esté mal solía ser incurable. Son también para él
modernas las unciones con que hace curas casi imposibles el honrado cirujano de
Çalamea Bartolomé de Velasco. Este mal vino primero de las Indias; diéronse por
él en trueque las viruelas, tan crueles como las bubas, e igualmente ambos
pestilenciales, y entrambos por ser al principio incógnitos mataban. etc.”
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