Todos
tenemos mucho que aprender y poco que enseñar y, por eso, si nuestros amigos
son homogéneos, culturalmente hablando, será fácil que las conversaciones
acaben en un punto común, con diferencias de matiz. Un ciclo de conferencias,
tertulia, grupo de discusión, etc., formado por hombres y mujeres de distinto
origen intelectual es, sin duda, un buen lugar de encuentro y enriquecimiento
personal.
En
Gregorio Marañón, el hombre capaz de disfrutar de la vida porque todo le
interesaba, era una persona de conocimientos, así, de saberes sin adjetivos.
Desde muy joven, siendo aún estudiante de Medicina, asistía a los
acontecimientos culturales del Ateneo madrileño, bien para oír un recital
poético de Rubén Darío, o participar como claque en los “miércoles wagnerianos”
del Teatro Real.
Seguramente,
mucho influyeron en su permanente formación las personas de las que se rodeó,
con muchas de las cuales trabó amistad: lo mejor de la España de entonces, de una
España en la que se estaba desarrollando un renacimiento cultural magnífico,
una “Edad de plata de la cultura española” (1898-1936), como se la ha
denominado. Porque, “me encantaba estar al lado de la gente inteligente. Nunca
me preocupé de las ideas políticas. Fui amigo de todos los grandes pintores,
escritores y hombres de ciencia de aquella época”.
Fueron
amigos suyos los mejores intelectuales de todos los ámbitos: la historia, el
periodismo, la literatura, la pintura, la escultura, la ciencia: Menéndez
Pidal, Unamuno, Ortega, Azorín, Azaña, Fernández Almagro, González Ruano, Gómez
de la Serna ,
Sánchez Albornoz, Américo Castro, Pérez de Ayala, Miró, Pemán, Sorolla, Ramón y
Cajal, Olóriz, Madinaveitia, Hernando… Todos contribuyeron a formar su
intelecto, de todos se enriqueció culturalmente, a todos ilustró intelectualmente.
Federico
García Lorca también formó parte del selecto grupo de amigos de Marañón. Antes
de que el poeta y dramaturgo estrenara Bodas
de sangre, leyó ésta delante de un grupo de amigos del médico y su familia.
Y esto sucedió en su “Cigarral”, en su residencia toledana, residencia “de paz
transida de pasado y de pensamiento”, como la denominó; donde también
almorzaron eminentes personalidades extranjeras de las ciencias: Marie Curie,
Florey, Pende, Fleming… y de las letras: John Steinbeck, Enrique Larreta, H.G.
Wells, Jean Cocteau…
Pero
estas amistades fueron, a veces, resultado de su prestigio intelectual y
social. No obstante, desde muy joven buscó, y encontró, grandes hombres. En su
infancia, y en sus excursiones a Santander, conoció a unos excelentes amigos de
su padre: el novelista José María de Pereda y el erudito Marcelino Menéndez
Pelayo. Muy pronto, intimó con Benito Pérez Galdós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario