En el año 1872 los
EEUU iniciaron una política internacional conservacionista con la declaración
de Parque Nacional al de Yellowstone y España fue pionera a la hora de aceptar
esa forma de entender el medio natural. El 6 de abril de 1902, el que fuera
ingeniero de montes tarraconense Rafael Puig i Valls (1845-1920), presentó las bases del proyecto de Parque
Nacional de la Montaña de Montserrat.
Poco antes, el 21 de
septiembre de 1898 escribía en La
Vanguardia una especie de manifiesto titulado “La Patria y el árbol”
en el que, entre otras cosas, se podía leer lo siguiente:
“No hay agricultura posible
sin montes, ni montes sin el amor de los pueblos a los arbolados. Por esto
quien sepa inspirar a las generaciones del porvenir, el amor al árbol, habrá
hecho a España un beneficio incalculable.
Mi proyecto,
pues, que espero realizar, con la ayuda de Dios, no tiene más mira que
despertar el amor a los arbolados, en los hijos de España.
Para
conseguirlo ofrezco quinientas pesetas al autor de la mejor cartilla forestal, escrita
en castellano, que contenga dos partes: una, compuesta de diez aforismos, encaminados
a exponer, en brevísima forma axiomática, los beneficios que reporta el hombre
de la conservación y el fomento de los montes, y el delito que comete contra
las generaciones presentes y futuras el que tala furtivamente árboles de monte,
delito que la naturaleza tarda a veces siglos en borrar de la superficie de la
tierra; y otra, que deberá satisfacer las condiciones del programa redactado
por un Jurado idóneo, y cuyo espíritu estará inspirado en la necesidad y la
conveniencia de conservar y fomentar los arbolados, dando reglas concisas,
precisas y prácticas para conseguirlo, puestas al alcance de los niños que vayan a las escuelas
comunales.
La cartilla
premiada, si llega a ser declarada obra de texto, podrá ser editada por su
autor, pues yo le cedo todos mis derechos, con tal que el reparto de beneficios
quede distribuido en la siguiente forma: una cuarta parte para el autor de la
obra deducidos los gastos de impresión, durante diez años, y las tres cuartas
partes restantes para los maestros de primera enseñanza que dediquen dos meses
del año a la explicación y enseñanza de la cartilla forestal.
Pasados los
diez años a que me refiero en el párrafo anterior, si la Escuela de Ingenieros
de Montes acepta el encargo, la edición de la cartilla correrá a cargo de la
Junta de profesores, y las ganancias o sea su derecho a la cuarta parte servirá
para fomentar la biblioteca o las colecciones de la Escuela, a juicio de aquella
Junta.
La parte de
cartilla dedicada á aforismos, se insertará en un encerado especial en cada
escuela municipal, con carácter de perpetuidad; y se escribirá en lengua
castellana, catalana y vascuence ó en el dialecto propio de la provincia o región
en que esté fundada la escuela.
Si el
Gobierno lo considerara procedente y útil, podría ordenar que los aforismos se
escribieran, con carácter de perpetuidad también, en un cuadro de grandes
dimensiones clavado en uno de los paramentos del consistorio de cada pueblo, y
en sitio muy visible para que fuera continuamente recordado por los encargados
de administrar los intereses de los pueblos.
Los maestros
de escuela, como testimonio de consideración y adhesión al pensamiento,
deberían cuidar de la celebración anual de la “fiesta del árbol” en cada pueblo, instaurando la fiesta como se ha
hecho en Madrid, de manera que, acompañados los niños por las autoridades
civiles y eclesiásticas, subieran al monte y allí, en el rodal llamado “de la escuela”,
se ejercitaran en plantar uno o varios árboles de monte, dando a los niños el
aliciente de un día de campo, de merienda comunal y de respeto y consideración
al bosque que es, y debe ser siempre, la mejor garantía de la existencia de los
pueblos forestales de la nación.
Para realizar
este proyecto, no pido a nadie cosa alguna; ni a los gobiernos, ni a los
pueblos, ni a los particulares. Al autor de la cartilla le ofrezco una cantidad
que me parece remuneración decorosa del tiempo y del trabajo empleados en meditarla
y escribirla; si la obra fuera declarada de texto, la remuneración que cedo al
autor, tratándose de una nación que cuenta los municipios por millares, aún
vendiéndose la cartilla a precio bajísimo, podría proporcionarle una pequeña
fortuna; a los maestros de escuela, tan desatendidos y maltratados, les ofrezco
las tres cuartas partes de la venta de la cartilla, cantidad que doy gustoso
como tributo de respeto y consideración debidos a los que dedican sus vigilias a
la importante tarea de levantar el nivel intelectual de nuestra patria.
Y si alguien creyera,
después de leer este proyecto, que el autor del pensamiento nada guarda para
sí, yo he de exponer aquí, con sinceridad, que me guardo la mejor parte, la que
no se puede comprar con todo el oro del mundo, la del goce de la hermosa
recompensa de asociar mi nombre a la reconquista de nuestras montañas
abandonadas, sin que cueste a la nación una lágrima, ni una gota de sangre. Si
yo lograra este resultado, mi paso por el mundo no habría sido estéril, porque
dejaría un surco labrado, con mi pensamiento, en todas las montañas españolas”.
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