Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

19 septiembre, 2012

1902 y el trato que se da en España a la química


Sin comentarios, porque no los necesita, trascribo un fragmento de un artículo de José Rodríguez Carracido (1856-1928), catedrático de Química Orgánica y de Química General, titulado Cómo cultivamos la Química en España y cómo debe ser cultivada, que apareció en 1902 en Nuestro Tiempo.

“(…) No incurro en la exageración de sostener que manipulando en el laboratorio es como se deben adquirir las nociones elementales de la Química: éstas han de ser inculcadas por el profesor, presentando en sus explicaciones la mayor suma posible de testimonios experimentales que confirmen las ideas expuestas, y adoptando como guía un libro claro y compendioso que fije en el entendimiento de los alumnos la impresión luminosa, pero fugaz, de la palabra hablada. Las manos siempre deben ser dirigidas por la cabeza, y en esta necesaria subordinación, lo primero es infundir con razonamientos, corroborados por los hechos, el sistema doctrinal de la ciencia que ha de regir las tentativas ulteriores de los que hayan de emprender trabajos que. lleven el sello de su personalidad. Toda educación es completa cuando se logra convertir lo consciente en inconsciente El niño ya sabe escribir en el momento en que no necesita pensar cuál es la figura de cada una de las letras componentes de las palabras que ha de trasladar al papel, y el adulto ya está iniciado en una ciencia cuando asimiló sus principios fundamentales utilizándolos en Ios actos discursivos con la naturalidad con que interviene la lógica en el concierto de los procesos intelectuales de la conversación.
El fruto de este primer grado de la enseñanza química, en que el espíritu ha de asimilar las nociones fundamentales de la ciencia, depende de las aptitudes pedagógicas del personal docente y de los recursos materiales disponibles para aleccionar el entendimiento de los educandos, con las manifestaciones de la realidad; y no exigiendo su producción cultivo científico intenso, se logra en todas partes, si no en iguales, en muy semejantes condiciones. En este punto puede decirse que no hay problema; con diferencias fáciles de salvar, el estudiante español es iniciado en las ideas fundamentales de la Química, como el de otro país europeo; la enseñanza transmisora de las nociones clásicas tiene igual tipo en todos los pueblos cultos.
Pero al salir de este primer grado entramos de lleno en el camino del absurdo, y la realidad, con su lógica inflexible, nos lleva al desastroso resultado de que los estudios ulteriores sólo sirvan de adorno, como la erudición del orador adquirida para embellecer sus discursos y no para aplicarla al verdadero fin de reconstruir la vida humana en todas sus manifestaciones. ¿Cómo han de fructificar enseñanzas dadas de referencia, desprovistas de todo jugo experimental, el indispensable para que sean fecundas? ¿Qué químicos de laboratorio, y qué investigadores ha de producir en España la enseñanza química si en el concepto público, y lo mismo en el de las clases directoras encargadas de dotarla, no despiertan el menor interés sus necesidades más rudimentarias? (…)”.

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