Sin
comentarios, porque no los necesita, trascribo un fragmento de un artículo de
José Rodríguez Carracido (1856-1928), catedrático de Química Orgánica y de
Química General, titulado Cómo cultivamos
la Química en
España y cómo debe ser cultivada, que apareció en 1902 en Nuestro Tiempo.
“(…)
No incurro en la exageración de sostener que manipulando en el laboratorio es
como se deben adquirir las nociones elementales de la Química : éstas han de ser
inculcadas por el profesor, presentando en sus explicaciones la mayor suma
posible de testimonios experimentales que confirmen las ideas expuestas, y
adoptando como guía un libro claro y compendioso que fije en el entendimiento
de los alumnos la impresión luminosa, pero fugaz, de la palabra hablada. Las
manos siempre deben ser dirigidas por la cabeza, y en esta necesaria
subordinación, lo primero es infundir con razonamientos, corroborados por los
hechos, el sistema doctrinal de la ciencia que ha de regir las tentativas
ulteriores de los que hayan de emprender trabajos que. lleven el sello de su
personalidad. Toda educación es completa cuando se logra convertir lo
consciente en inconsciente El niño ya sabe escribir en el momento en que no
necesita pensar cuál es la figura de cada una de las letras componentes de las
palabras que ha de trasladar al papel, y el adulto ya está iniciado en una
ciencia cuando asimiló sus principios fundamentales utilizándolos en Ios actos
discursivos con la naturalidad con que interviene la lógica en el concierto de
los procesos intelectuales de la conversación.
El
fruto de este primer grado de la enseñanza química, en que el espíritu ha de
asimilar las nociones fundamentales de la ciencia, depende de las aptitudes
pedagógicas del personal docente y de los recursos materiales disponibles para
aleccionar el entendimiento de los educandos, con las manifestaciones de la
realidad; y no exigiendo su producción cultivo científico intenso, se logra en
todas partes, si no en iguales, en muy semejantes condiciones. En este punto
puede decirse que no hay problema; con diferencias fáciles de salvar, el
estudiante español es iniciado en las ideas fundamentales de la Química , como el de otro
país europeo; la enseñanza transmisora de las nociones clásicas tiene igual
tipo en todos los pueblos cultos.
Pero
al salir de este primer grado entramos de lleno en el camino del absurdo, y la
realidad, con su lógica inflexible, nos lleva al desastroso resultado de que
los estudios ulteriores sólo sirvan de adorno, como la erudición del orador
adquirida para embellecer sus discursos y no para aplicarla al verdadero fin de
reconstruir la vida humana en todas sus manifestaciones. ¿Cómo han de
fructificar enseñanzas dadas de referencia, desprovistas de todo jugo experimental,
el indispensable para que sean fecundas? ¿Qué químicos de laboratorio, y qué
investigadores ha de producir en España la enseñanza química si en el concepto
público, y lo mismo en el de las clases directoras encargadas de dotarla, no
despiertan el menor interés sus necesidades más rudimentarias? (…)”.
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