Desde el punto de vista científico, la geografía debe a Felipe II una impresionante obra publicada bajo su protección: se trata del Theatro de la tierra universal que vio la luz en los talleres de Plantino en 1588 y que es una obra cartográfica de Abraham Ortelio, cosmógrafo regio; Felipe II reformó los estudios médicos, creó la distinción de Médico de la Real Cámara o Protomédico para los profesionales que sobresalieran en el ejercicio de su labor, promovió la primera expedición científica del mundo moderno, la de Francisco Hernández e instituyó por consejo de Juan de Herrera la Academia de Ciencias de Madrid cuya finalidad se orientaba en tres direcciones: impulsar los estudios científicos y artísticos que tenían un fundamento matemático, formar un buen plantel de profesores y publicar obras científicas clásicas.
Además, Felipe II fue un entusiasta de la alquimia, la más digna y noble de las artes herméticas: el alquimista tenía, en cierto sentido, “el poder” de crear, de transformar una sustancia en otra; era a la vez una técnica y una mística. Finalmente, hay que recordar que la alquimia aparece en Europa desde España y, en este sentido, a través de Arnaldo de Vilanova y de Raimundo Llull. Antes que Felipe II personalidades como el arzobispo de Toledo, Alonso de Carrillo, gastaron mucho dinero durante largo tiempo “procurando “fazer oro e plata”; después, Felipe IV también recurrió a la alquimia.
Felipe II es protector del lulismo y, de la misma forma que su padre, se rodea de destacados lulistas; parece ser que el canónigo mallorquín Juan Seguí (o Según) compuso, por indicación de este monarca, la Vida y hechos del famoso doctor y mártir Ramón Llull. Además Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial, era lulista y autor de una obra cabalística como el Tratado del cuerpo cúbico conforme a los principios y opiniones del Arte de Raimundo Lulio.
A pesar de esto la alquimia siempre tuvo una mala reputación: es poco digna de ser respetada, vana, los alquimistas no gozan de consideración ni de prestigio, pero sus obras, en general, no se hallan en el Índice; es más, la Iglesia en Trento no condena a la alquimia salvo cuando intervino en el fraude de ofrecer oro falso. En la Biblioteca escurialense había tal cantidad de libros de alquimia que Arias Montano se vio en la necesidad de crear una sección de este “arte”; se podían encontrar textos como el De lapidibus, atribuido a San Alberto Magno, el De aqua vitae de Arnaldo de Vilanova o el Compendium aureum artis, de Juan de Rupescissa, por citar tres significativos textos alquímicos.
En una posición intermedia entre la alquimia y la ciencia académica tradicional se encuentra un extravagante personaje: el médico y alquimista boloñés, Leonardo Fioravanti (1551-1588). En 1576 y 1577 estuvo en España y en 1582 publicó en Venecia sus cuatro libros Della Fisica, que dedicó a Felipe II. Las famosas Coplas sobre la piedra philosophal de Luis de Centelles se encuentran al final de la citada obra de Fioravanti; el boloñés es probablemente uno de los responsables de la difusión de las obras de Paracelso dentro del ambiente alquímico español.
Cercana, pero independiente de la Botica escurialense se encontraba lo que Jehan Lhermite, gentilhombre de cámara del monarca español, en su obra Le Passetemps, denominó la “mayson pour distiller des eaux”, esto es, el Laboratorio de destilación. Las principales actividades del Laboratorio eran la obtención de perfumes y la preparación de medicamentos. En él había cuatro importantes aparatos: un destilatorio formado por 32 vasos de destilación depositados en un cajón, una “torre filosofal” que tenía ciento veintiséis alambiques y unos cinco metros de altura, un artilugio formado por 26 vasos de vidrio conectados entre sí, ideado y construido por Diego de Santiago (de quien hemos escrito en otra entrada) y otro artilugio que es el que describe Diego de Santiago en su Arte separatoria y que estaba formado por 72 vasos de destilación.
En el Laboratorio de destilación de El Escorial destacan Ricardo Stanihurst y Diego de Santiago; el primero fue autor de un tratado de Alquimia publicado en San Lorenzo el Real en 1593 y titulado Toque de alquimia; Diego de Santiago tenía el título de “destilador de su Majestad”, uno de los numerosos puestos científicos de la casa real en tiempos de Felipe II y fue autor del más importante texto paracelsista de la España de la época.
Es interesante hacer notar que el interés de Felipe II por la alquimia varía a lo largo de su reinado y es curioso observar cómo aquél guarda una relación muy estrecha con los períodos más desfavorables, desde el punto de vista económico, del Imperio español; esto es lo mismo que hace Enrique VI en las islas Británicas. Sin embargo, esta orientación del monarca se fue modificando y dirigiendo hacia la alquimia medicinal y curativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario