He escuchado y leído en diferentes medios de comunicación que el rey Felipe VI es el más preparado y culto de todos los que en España han sido. Y no sé si esto será una consecuencia de los estragos logsianos o del sempiterno baboseo con los que tienen poder. El caso es que poco hay que saber de la figura de otro Felipe, el segundo de los Austrias, y muy poco de los primeros Borbones y muy especialmente del tercero de los Carlos para comprobar que hay algunas diferencias.
El Monasterio de El Escorial, punto de referencia obligado a la hora de estudiar a Felipe II, fue construido entre 1563 y 1584. El rey había nacido en 1527. Esta majestuosa obra es un auténtico símbolo, no sólo de la figura del rey, sino también de su reinado: centro cultural, templo, mausoleo, palacio, biblioteca, museo, etc.
Desde la fundación del Monasterio, Felipe II tuvo la idea de crear una gran biblioteca que estuviera a la altura de las mejores y para conseguirlo dedicó todos sus esfuerzos, energía y poder. Se rodeó de lo más eminente de la intelectualidad de la época y son humanistas bibliófilos los que le orientaron en la adquisición de los ejemplares: arqueólogos como Ambrosio de Morales, filólogos como Antonio Agustín, Gonzalo Pérez a la sazón secretario regio, el historiador Páez de Castro, etc. Sin embargo, entre ellos ocupó un lugar destacado Benito Arias Montano, auténtico organizador de la librería escurialense y al que se debió la división de la misma por lenguas y su ordenación en 74 materias, de las que casi la tercera parte eran de naturaleza científica.
La Biblioteca de El Escorial (de la que he escrito en otra entrada) es un espacio arquitectónico de casi 350 metros cuadrados de planta y con unas bóvedas pintadas al fresco por Tibaldi (1527-1598) en las que se representan las artes del Trivium, del Cuadrivium, la Filosofía y la Teología. El mobiliario, diseñado por Herrera, se integra en la arquitectura del recinto, siendo una de las primeras bibliotecas donde se alinean los muebles y los muros.
A la Biblioteca se incorporan, entre otros, los 4000 volúmenes que regala Felipe II de la suya particular y que constituyeron el fondo inicial de la misma
La Librería escurialense poseía una riqueza bibliográfica excepcional; todas las disciplinas, científicas o no, de autores clásicos o modernos, se daban cita en numerosas lenguas y en soberbias encuadernaciones. Era un magnífico centro de estudio para todos los amantes de la cultura, fuera esta de índole humanista o científica. La librería escurialense tenía además otras funciones no librescas: era un museo de antigüedades y de objetos artísticos, un gabinete de instrumentos científicos y un depósito cartográfico.
A principios del siglo XVII, Lucas de Alaejo decía: “Cada día tenemos huéspedes eruditos, cada día extranjeros curiosos que revuelven nuestras librerías; los veranos todos de todo el mundo [...] y de ordinario los cortesanos, a todos se abre la puerta, a nadie se niega el libro que pide, y si no sabe pedir, se le enseña el modo de pedir y de hallarle”.
Algunos de los ejemplares que se adquieren para la Biblioteca no están bien encuadernados o lo están defectuosamente lo que motiva la creación, por iniciativa de Felipe II, del Obrador de encuadernación. El principal de los encuadernadores escurialenses del quinientos fue Pedro Bosque, que ejerció su oficio durante casi medio siglo.
En la Biblioteca de El Escorial se archivó una gran cantidad de obras incluidas en el Índice de libros prohibidos y tuvo el privilegio, concedido por Felipe II, de recoger gratis un ejemplar de todas las publicaciones que se imprimieran en los dominios españoles y en 1619 se recomendó esta norma a los virreyes de Flandes, Sicilia, Milán, etc.
Felipe II, profundo conocedor de Erasmo, era un admirador del saber en su conjunto y apoyó la cultura en todas sus manifestaciones. Fue un apasionado de la arquitectura y de la astronomía, coleccionista de instrumentos científicos (llegó a tener casi cincuenta astrolabios), creador de los primeros jardines botánicos españoles entre los que destaca el de Aranjuez; en este centro, en 1582 se llegó a producir alrededor de 180 arrobas de pétalos de rosa con una finalidad medicinal.
Sin embargo, en 1558, prohibió a los españoles el estudio y la enseñanza en las universidades extranjeras. En muchos centros docentes europeos había entonces estudiantes y profesores españoles y... a finales del siglo XVI ni estudiantes ni maestros se encuentran fuera de nuestras fronteras, lo que prueba la efectividad de la prohibición.
Es probable que esta circunstancia fuera una de las razones que motivaron la posterior decadencia intelectual española que se manifestó en la centuria siguiente, pero conviene no olvidar que Isabel I hizo lo mismo con los ingleses en el año 1580 y que este hecho no ha sido convenientemente cotejado con el del monarca hispano.
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