Uno de los períodos de la Historia de España más descollantes desde el punto de vista científico lo conforma el siglo ilustrado en general y el reinado de Carlos III en particular. En la corte de Carlos II ya se observan ciertos cambios de orientación intelectual; Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV muestra un gran interés por muchas de las ramas del saber científico: Física, Astronomía, Anatomía, Química, etc.
En el último tercio del siglo XVII se reimpulsa, en parte, la ciencia española con los novatores, estudiosos de la ciencia y filosofía modernas que aislados o en grupos dejan oír sus quejas sobre el desolador panorama de la ciencia nacional y muestran una orientación favorable a las nuevas corrientes; el principal exponente de este grupo fue médico valenciano Juan de Cabriada (ca. 1655- post 1714).
Aparecen novatores moderados que no abandonan las rémoras científicas clásicas, principalmente galénicas, y novatores más vehementes que proponen la regeneración de España no sólo desde el punto de vista científico sino también desde ámbitos económicos y políticos.
La Carta filosófica, médico-chymica (1686) de Cabriada es un exponente del pensamiento novator: “Sólo mi deseo es que se adelante el conocimiento de la verdad, que sacudamos el yugo de la servidumbre antigua para poder con libertad elegir mejor. Que abramos los ojos, para poder ver las amenas y deliciosas provincias, que los escritores modernos, nuevos Colones y Pizarros, han descubierto por medio de sus experimentos, así en el macro como en el microcosmo”.
Además, los novatores hacen una crítica de lo propio por comparación con lo que viene del resto de Europa y son partidarios, a la hora de difundir los conocimientos, de la utilización de la lengua romance en contraposición a los escolásticos que siguen escribiendo en latín.
Sin embargo, el despertar de la ciencia en España no es palpable hasta la mitad de la decimooctava centuria. Es cierto, empero, que el impulso científico empieza a vislumbrarse en el reinado del primer Borbón, Felipe V: la muy decadente Universidad hispana, preocupada casi exclusivamente de la Teología y de la Jurisprudencia, contempla la aparición de centros independientes en los que se enseñan y practican las diferentes disciplinas científicas: el Real Seminario de Nobles de Madrid y la Academia Médica Matritense son dos buenos exponentes de lo apuntado.
Desde el punto de vista cultural podemos decir que la cultura sufre una socialización que abarca por un lado a la literatura que incluye todos los campos del conocimiento, y además “no importan ahora sólo las obras de los grandes creadores, sino los escritos de cualquiera que actúa como expositor de un grupo o de un estado de opinión”.
Se está creando un ambiente favorable a la ciencia que permite la publicación primero, y el debate después de una obra de gran influencia en el pensamiento español de esa época y de años posteriores; me estoy refiriendo al Teatro Crítico Universal del padre Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764), obra de divulgación científica que, en alguna medida distorsionó la vida cultural española desde que se publicó en 1726; el ambiente cultural y de defensa de la ciencia contra la superstición, creado por el benedictino, fue de tal magnitud que muchos años después de su fallecimiento, su celda llegó a ser un lugar de visita obligada de los forasteros importantes.
Con Fernando VI las características culturales que aparecieron con su predecesor se hicieron más patentes y es en su reinado cuando se crean, entre otras instituciones, las Academias de Matemáticas del Cuerpo de Artillería en Madrid y Cádiz así como el Colegio de Cirugía de esta última ciudad. Se empieza a observar lo que marcará la norma del siglo ilustrado: las nuevas ideas no se expresan desde los centros habituales de difusión intelectual, las instituciones universitarias y las órdenes religiosas, sino que lo hacen desde centros extrauniversitarios de nueva creación como son las sociedades económicas de Amigos del País, el Seminario de Vergara, las tertulias sociales, etc.
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