Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 enero, 2015

Julio Camba y Albert Einstein

Entre el 23 de febrero y el 15 de marzo de 1923 Albert Einstein viene a España y su estancia se convierte en un acontecimiento cultural que sobrepasa lo estrictamente científico. Del mismo se interesan políticos, periodistas, científicos…
Todos hablan de su teoría de la relatividad y… la mayor parte de los profesores universitarios no consiguen entenderla, pero el pueblo se acerca al genio de manera, mutatis mutandis, parecida a como lo hizo, muchos años después, con el libro Historia del tiempo, de otro físico: Stephen Hawking. Este texto fue un éxito de ventas pero, a buen seguro, la mayor parte de los compradores no entendieron lo que, quizá, empezaron a leer.

El periodista Julio Camba (1882-1962) recibió al premio Nobel con un artículo publicado en el El Sol, el 1 de marzo de 1923,  titulado “Bienvenido a Einstein”:
“España, señor Einstein, no ha sido nunca euclidiana, más que oficialmente. De hecho vivía fuera de todo espacio definido, y el sistema de medidas con que hacía sus valoraciones no tenía nada que ver con las geometrías del mundo.
¿Qué el tiempo no existe de por sí, en términos absolutos y como tal tiempo? ¡Si lo sabremos nosotros, señor Einstein! El tiempo no existe porque los españoles lo hemos matado... Nuestros políticos son eternos y nuestros académicos ostentan el título de inmortales.
Si usted pretendiera un puestecito del Estado, no digo que todos nuestros sabios sembraran de rosas su camino; pero mientras se limite usted a volver del revés el universo, la España oficial le recibirá a usted encantada”.
El 6 de marzo de 1923, en el mismo diario escribió, con su gracejo e ironía habituales, un sabroso artículo que refleja muy bien cómo se veía al físico galardonado con el premio Nobel. El artículo lo tituló “Los admiradores de Einstein”, y dice así:
“Al presentarse ante el público que llenaba el aula de la Facultad de Ciencias, el Sr. Einstein fue acogido con una salva de aplausos. Indudablemente, todos los allí reunidos le admirábamos mucho; pero si alguien nos pregunta por qué le admirábamos nos pondrá en un apuro bastante serio. Creo que hay en el mundo hasta una docena de personas que conocen la teoría de la relatividad. Estas personas, sabiendo lo que ha hecho el Sr. Einstein, quizá lo admiren conscientemente, y yo, por mi parte, las admiro a ellas de igual modo; pero en cuanto a mi admiración por el propio Sr. Einstein, como alguna de las personas mencionadas no me diga en qué se fundamenta, yo no podré explicármela nunca.

No. Yo no sé por qué admiro al Sr. Einstein, ni es probable que llegue a saberlo como no me decida, antes de nada, a hacer un viaje de varios años por la región de las matemáticas superiores. Cuando el Sr. Einstein comenzó a estudiar la mecánica del universo se encontró con que todos nuestros sistemas de cálculo tenían la misma deficiencia fundamental que tiene, por ejemplo, un metro, medida que, si por efecto de la velocidad se acorta aparentemente en la misma proporción que los objetos a que se aplica, no podrá registrar nunca la variación de éstos. Nuestros sistemas de cálculo estaban como si dijéramos apoyados en la tierra, de cuyos movimientos participaban, y el Sr. Einstein quería un instrumento con el que pudiera retirarse a un punto fijo del espacio para trabajar desde allí, en completa independencia de la dinámica universal. Un día, el Sr. Einstein se paseaba muy preocupado por las calles de Zúrich cuando se encontró a un amigo que le dijo:
— Ya tengo lo que buscas.
— ¿El qué?
— El sistema de cálculo. Se llama cálculo diferencial absoluto. Hace muy poco que se inventó y todavía no lo ha utilizado nadie. Tú podrías estrenarlo.
El cálculo diferencial absoluto, en efecto, había sido creado recientemente por unos señores que no sabían cómo colocarlo, ya que carecía de toda posible aplicación dentro de las matemáticas corrientes. Sus inventores lo tenían en casa así como quien tiene un juego de ajedrez, y, a veces, para pasar el rato, hacían con él alguna operación completamente desinteresada. 
Einstein habló con ellos y entró en posesión del instrumento anhelado. Y si el ilustre físico no hubiera podido construir nunca su teoría de la relatividad sin valerse del cálculo diferencial absoluto, ¿cómo vamos a comprender nosotros con sólo nuestras cuatro reglas?
Decididamente, los españoles que sepan por qué admiran al Sr. Einstein podrían contarse con los dedos de una mano. Y por esto es, sin duda, por lo que en esa cabeza, mitad de sabio y mitad de violinista, del insigne conferenciante se encienden a veces unos ojillos burlones que parecen decirnos:
— ¿Vaya un lío, eh? ¿Verdad que en ningún momento de su vida se han encontrado ustedes tan desorientados como ahora?”

1 comentario:

  1. Mi admiración por Einstein, por Camba y por ti que los has reunido.

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