Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

25 febrero, 2015

Tom Wolfe y un neurocientífico español

El escritor norteamericano Tom Wolfe nació en 1931 en Richmond, Virginia. Educado en las universidades de Washington y Lee, se doctoró en Estudios Americanos en la de Yale (1957). Ha escrito varias novelas que han sido un éxito de público y crítica: De ellas voy a destacar dos, la muy conocida La Hoguera de las vanidades, de 1987, y Soy Charlotte Simmons, de 2004, en las que el autor hace varias alusiones a la figura, desconocida para el gran público, de un importante científico español, el profesor Rodríguez Delgado.

José Manuel Rodríguez Delgado nació en la población malagueña de Ronda en 1915. Después de estudiar Medicina en la Universidad de Madrid trabajó como médico durante la Guerra Civil. Más tarde, en el recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, empezó a investigar en neurobiología en el Instituto Cajal. En 1946 marchó a la Universidad de Yale para trabajar con el neurocientífico John Fulton y su prestigio en este centro le permitió en 1966  ejercer como profesor de Fisiología y dirigir el laboratorio de Neurobiología.  En esta etapa americana realizó importantes investigaciones con gibones y chimpancés y publicó numerosos artículos científicos en revistas de la especialidad.
Foto: lainformacion.com
Sospecho, aunque no tengo ningún dato que lo confirme, que Tom Wolfe debió interesarse por algunas de las investigaciones que realizó el español al finalizar los años 50, cuando ambos coincidieron en la misma Universidad, el americano como alumno de doctorado, el español como docente.
El caso, es que en La hoguera de las vanidades, en el capítulo 27 “El héroe de la colmena”, Tom Wolfe escribe lo siguiente al referirse a los bororo:
“Los indios de la tribu bororo, unos seres primitivos que viven a orillas del río Vermelho, en plena selva amazónica, creen que no existe ninguna identidad privada. Para los bororo, la mente es una cavidad abierta, como una cueva o un túnel, por ejemplo, en la que habita el poblado entero y en donde crece la vegetación. En 1969, José M. R. Delgado, el eminente fisiólogo cerebral español, determinó que los bororo tenían razón. Durante cerca de tres milenios, los filósofos occidentales habían creído que el yo era algo único, algo que, por así decirlo, se encontraba encerrado en el cráneo de cada persona. Ese yo interior era algo que se relacionaba con el mundo exterior, y que aprendía de él, a veces con escaso provecho. No obstante, se presumía que el núcleo mismo del yo de cada individuo era irreductible, inviolable. Grave error, dijo Delgado. «Cada persona es una combinación transitoria de materiales que se toman prestados del ambiente.» La palabra más importante era transitoria, y Delgado no hablaba de años, sino de horas. En efecto, Delgado se refirió a ciertos experimentos en los cuales unos estudiantes completamente cuerdos a los que se pidió que se tendieran en las camas de habitaciones bien iluminadas pero aisladas sonoramente, y con el sentido del tacto amortiguado por medio de guantes, y con unas gafas translúcidas para impedirles la visión de cosas concretas, comenzaron, al cabo de unas horas, a tener alucinaciones. Es decir que, aislados del poblado y de la selva que normalmente ocupan la cavidad, se quedaban sin mente.
  Pero Delgado no se refirió a ningún experimento que hubiese investigado lo que ocurre en la situación diametralmente opuesta. No habló de lo que ocurre cuando el yo —o lo que entendemos por el yo— no es una simple cavidad abierta al mundo exterior, sino que se ha convertido de repente en un parque de atracciones en donde todos, todo el mundo [en español en el original], tout le monde, entran campando por las buenas, gritando y brincando, tensos los nervios, listos los músculos a por todas, desde risas hasta lágrimas, gemidos, vertiginosas emociones, jadeos, horrores, a por todo, mejor cuanto más sangriento y espeluznante sea. Es decir que no nos dijo nada acerca de la mente de una persona que se encuentra en el punto focal de un escándalo en el último cuarto del siglo XX”.
En otra obra de Wolfe, Soy Charlotte Simmons, en el capítulo 21 titulado “¿Dónde está la gracia?” hay una referencia al libro más popular del científico español: Control físico de la mente. Hacia una sociedad psicocivilizada; aparecido en 1969, reeditado en varias ocasiones y traducido a varios idiomas, es una importante reflexión sobre la manera en la que la neurociencia puede afectar a nuestra sociedad.
“El señor Starling iba a hablarles, con su estilo socrático ambulante, de José Delgado, el primer gigante de la neurociencia moderna, como él lo llamaba. Pasar tanto tiempo en Saint Ray y dedicar tanto rato a ponerse en forma en el gimnasio y perder las horas muertas dando vueltas a la figura de Hoyt (y a la de Adam) eran cosas que habían empezado a pasarle factura. Por lo general, habría acudido a clase sabiéndose el libro de Delgado, Control físico de la mente, del derecho y del revés” y más adelante: “Delgado fue uno de esos científicos —decía Starling— que hicieron frente a la muerte, o eso le parecía a la gente, al ponerse en la piel de un conejillo de Indias para probar sus propios descubrimientos”.

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