Miguel de Cervantes nació en el seno de una familia que estaba relacionada con la práctica médica. Así, su bisabuelo, Juan Díaz de Torreblanca (¿-1512), era Bachiller en Medicina, cirujano y ejercía en Córdoba y su padre, Rodrigo de Cervantes (1509-1585), era un barbero sangrador, que en el escalafón sanitario de su tiempo era un peldaño bajo. Esta puede ser, sin duda, una de las razones por las que no es raro encontrar en la bibliografía cervantina referencias a la medicina en sus diferentes ámbitos.
Pero además hay médicos importantes entre los amigos del alcalaíno. Bastará recordar a Francisco Díaz (1527-1590) (que ya ha sido tratado en este blog), para el que escribió un soneto en su libro de urología, y a Antonio Ponce de Santa Cruz (1561-1632), catedrático de la Universidad de Valladolid y médico interesado en los asuntos psicológicos, tan queridos por el principal protagonista de la más importante novela cervantina, “entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”.
Los conocimientos de medicina que se manifiestan en las obras de Cervantes son muy numerosos y así, Richard Blackmore, el que fuera médico de cámara de Guillermo III, le preguntó a su colega Thomas Sydenham (1624-1689) —uno de los grandes hombres de la historia de la medicina, considerado el “Hipócrates inglés”—, sobre qué libro debería leer para aumentar sus conocimientos profesionales; Sydenham respondió: “Lea D. Quijote, que es un libro muy bueno; yo no me canso de leerlo”. En este artículo me voy a limitar a esbozar algunos aspectos que se pueden leer en la inmortal novela de Cervantes.
En el capítulo 18 de la segunda parte, Lorenzo de Miranda pregunta al caballero andante, dado que ha “cursado las escuelas”, ‘¿qué ciencias ha oído?’. El bueno de don Quijote responde: “La de la caballería andante, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más”. Y tenía que ser esa ciencia (conocimiento, disciplina, saber, etc. diríamos hoy) porque “encierra en sí todas o las más ciencias del mundo” y, evidentemente, para el hidalgo manchego “…ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure…”
Desde el principio de la novela, ya en el primer capítulo, Cervantes informa de la patología del personaje; y es que el Caballero de la Triste Figura no andaba muy sobrado de sensatez ya que “se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio”. Y esto es el telón de fondo de toda la obra. En el capítulo 48 de la primera parte está hablando don Quijote del encantamiento que sufre, y que excede al que han tenido el resto de caballeros andantes, cuando Sancho le responde con claridad: “Y ¿es posible que sea vuestra merced tan duro de celebro, y tan falto de meollo, que no eche de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prisión y desgracia tiene más parte la malicia que el encanto? Así también, en el primer capítulo de la segunda parte, el cura y el barbero encargan a su ama y su sobrina que “tuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura. Las cuales dijeron que así lo hacían, y lo harían, con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio”.
Parece existir constancia de que Cervantes tuvo contacto directo con los enfermos internados en el Hospital de Inocentes de Sevilla mientras vivió en esa población. Este centro se fundó en 1488 con el nombre de Hospital Real de San Cosme y San Damián, y más tarde fue conocido como el Hospital de los Inocentes o Casa de los Locos. Dice Cervantes, en el primer capítulo de la segunda parte, que “En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí por falto de juicio”.
Los médicos son juzgados por su leal escudero. En la segunda parte de la obra, en el capítulo 47, se puede leer que el doctor Pedro Recio de Agüero, agregado al gobierno de Sancho Panza en la Ínsula Barataria, tenía el "grado de doctor por la Universidad de Osuna", lo que es una burla porque la citada localidad carecía de Facultad de Medicina. Sancho quiere honrar a los que ejercen su oficio correctamente: “a los médicos sabios, prudentes y discretos les pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas”, pero como no soporta las dietas a las que le somete don Pedro, exclama alterado: " Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república”.
En relación a patologías más concretas hay numerosas citas en la obra cervantina: habla de cataratas en el capítulo 10 de la segunda parte: "Ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos... ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre…”; en la primera parte, en el capítulo 19, hay una referencia al paludismo, fiebres terciarias o cuartanas, como se denominaban: "…y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana"; a la hepatitis se alude en el capítulo 29 de la primera parte: "Saliéronle al encuentro, y, preguntándole por don Quijote, les dijo cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea."; etc.
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