Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 febrero, 2022

Entre la política y las banderías: Villaverde y Rodríguez Lafora

 
Estamos en 1933, en plena Segunda República. Se había convocado una oposición para cubrir la plaza de jefe de servicio de neurología y psiquiatría en el Hospital Provincial de Madrid. Una vez más  se iba a demostrar que el sistema español de oposiciones no funcionaba. En realidad, se manifestó descaradamente vergonzoso.
La convocatoria suponía que los enfermos del sistema nervioso serían tratados en  un hospital general, utilizando las más modernas técnicas de diagnóstico y de acuerdo con la ciencia más actualizada. Además, el puesto era de interés porque, probablemente, presumía ser un atajo para acceder a la cátedra de Psiquiatría que se preveía crear en la madrileña Facultad de Medicina.
A los oposiciones, convocadas el año anterior, se presentaron dos únicos candidatos: el madrileño Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971) y el vitoriano José María Villaverde y Larrar (1888-1936), ambos habían trabajado inicialmente en el laboratorio histológicos de Ramón y Cajal. Eran dos científicos muy conocidos dentro de su ámbito intelectual, pero no eran los conocimientos histológicos lo que se requerían para la plaza. Ambos tenían entonces buenos currículums.
Lafora estuvo pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) en Alemania y también en Washington (1910-1912), donde descubrió una “epilepsia mioclónica progresiva”, la Enfermedad de Lafora. Había publicado numerosos trabajos científicos y era  el punto de referencia de la actividad neurocientífica que se realizaba en Madrid. Creó en 1925 dos establecimientos privados en Carabanchel: el Instituto Médico-Pedagógico y el Sanatorio Neuropático.
José María Villaverde también estuvo becado por la JAE, primero, en Breslau y Berlín; después en Zúrich, donde permaneció hasta agosto de 1917, con Eugen Bleuler (1857-1939). Había publicado numerosos artículos de su especialidad sobre epilepsia, esquizofrenia, patología neurosifilítica, etc. y su tratamiento. Mostró un especial interés en los aspectos relacionados con la terapia intrarraquídea. Fue traductor de dos obras importantes de Paul E. Bleuler (1857-1939):  Lehrbuch der Psychiatrie, que apareció en 1924, prologado por Cajal, como Tratado de Psiquiatría, y, cuatro años más tarde, El pensamiento indisciplinado y autístico en la medicina y la manera de evitarlo.
Rodríguez Lafora y Villaverde eran muy distintos en su forma de ser, en su orientación científica y en sus simpatías políticas.
Tuvieron discusiones científicas muy importantes, que aparecieron en la literatura médica,  en relación con los tratamientos de la esquizofrenia, la sífilis nerviosa, etc. En cuanto a su carácter, Lafora era “seco”, Villaverde muy simpático. Finalmente, desde el punto de vista político, eran poco compatibles: Rodríguez Lafora fue uno de los firmantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en julio de 1936. Se exilió después de la Guerra Civil pero volvió a España en 1947 y vivió en Madrid con su  esposa e hijos que no se habían marchado de nuestro país. Aunque fue sometido  a un expediente de depuración, se incorporó muy pronto  al Instituto Cajal y en 1950 fue  repuesto en su cargo en el Hospital Provincial de Madrid; Villaverde solía usar un sombrero “VERDE”, las siglas de Viva El Rey de España, por lo que probablemente era militante o simpatizante del partido monárquico Renovación Española. Villaverde murió asesinado en el Madrid de la Guerra Civil al iniciarse ésta.
La enemistad se mantuvo durante toda la vida de Lafora ya que con casi 80 años (Villaverde había muerto mucho antes) contó que siendo estudiante  Villaverde fue a Madrid  “para ser tratado de un síndrome psíquico por Simarro”.
Volvamos a las oposiciones. El tribunal lo formaban miembros del Cuerpo Médico de la Beneficencia: Gregorio Marañón Posadillo (1887-1960), desde 1931 catedrático de Endocrinología; José Miguel Sacristán Gutiérrez (1887-1957), hombre de izquierdas y dedicado a la investigación en psiquiatría; Agustín del Cañizo García (1876-1956), catedrático de Patología y Clínica Médicas en la Facultad de Medicina de Madrid desde 1931; José Goyanes Capdevila (1876-1964), cirujano e historiador de la medicina; José Mouriz Riesgo (1884-1934), farmacéutico y médico que poco antes de la oposición de la que tratamos fue militante del Partido Socialista, era el presidente del tribunal. Todos ellos eran afines a Lafora. Por su parte,  Fernando Enríquez de Salamanca (1890-1966), catedrático de Patología y Clínica Médicas de la Universidad Central en el año 1927 y Francisco Huertas que estaba entonces encargado del servicio para el que se convocaba la plaza eran partidarios de Villaverde.
Lo más interesante de la anterior relación es que el único psiquiatra e investigador en ese campo médico era José Miguel Sacristán. Los demás, ni psiquiatras, ni estudiosos de esa disciplina, iban a juzgar los conocimientos de dos especialistas.
Los opositores fueron convocados el 14 de octubre de 1933 en el salón de actos del Hospital Provincial. Allí estaban los bulliciosos partidarios de ambos opositores, los de Villaverde eran reconocibles por su sombrero verde.
Acabados los ejercicios, el día 8 de diciembre el Tribunal propuso formalmente el nombramiento de Lafora pero... en un alarde de (ponga usted el adjetivo), el 12 de diciembre de 1933  modificó su resolución: ratifica a Lafora, pero se crea “por indudable necesidad una plaza más”, que se asigna a  José María de Villaverde.
¿Qué había sucedido? Según una versión, aunque Lafora ganó la oposición no tuvo ningún problema para aceptar el desdoblamiento de la plaza. Según la otra, su mala oratoria fue la causa de la derrota de Lafora que tenía unos fallos  que dejaban su mente en blanco durante un tiempo.
La oposición terminó con una jefatura “compartida” entre dos opositores que poco podían compartir.


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