Fantasmas
de la ciencia española es un libro excelente de Juan
Pimentel, historiador de la ciencia en el Centro Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC), que posee una abundante
bibliografía entre la que recuerdo especialmente su obra El Rinoceronte y el Megaterio (2010), que ya ha sido traducida al
inglés. Además, uno de los grandes aciertos del libro es que se entrecruzan y
solapan los conocimientos científicos y artísticos.En
estos Fantasmas el autor se hechiza
por imágenes que explican en gran parte los hechos histórico-científicos que expone.
Y es que si podemos decir que, en general, en España y
fuera de nuestro país, se olvidan los logros que en la ciencia han hecho los
españoles, sí se conoce a los grandes maestros hispanos de la pintura. Acaso
esta es la razón de ser por la que se solapan en esta obra las realizaciones
científicas y hermosos cuadros, grabados y fotografías.
Es
una obra muy documentada y con una abundante aportación bibliográfica en las numerosas
notas que hay en cada uno de los capítulos. Asimismo, contiene muchas imágenes que son necesarias para la comprensión del
texto y que, además, ilustran esta
cuidada edición.
Y son fantasmas porque así ve este autor la historia de la ciencia española. Es una historia de fantasmas en la que se dan cita “presencias discutidas, hechos borrosos y memorias intermitentes”, esto es, lo que hay oculto detrás de unos hechos e imágenes que la escrutadora mirada de Pimentel saca a luz con acierto. Sin embargo, son fantasmas que vagaron y vagan por la historia de España, alguien los conoció, desaparecieron y a veces, como por encanto, vuelven a asomar para dejar una huella más o menos perenne en la ciencia, aunque para gran parte de nuestros compatriotas estos aspectos de la historia son desconocidos. Pero la desaparición es casi siempre aparente porque hay constancia del fantasma pero... la cultura no científica no se ha interesado por él. Y esto afecta, incluso, a la arquitectura. Son los casos, por ejemplo, del Museo del Prado —al que el autor dedica uno de los capítulos—, y el “Observatorio Astronómico de Madrid, el fabuloso edificio de Villanueva, situado en los altos del Paseo del Prado y sin embargo prácticamente oculto, invisible, un monumento a la belleza y la clandestinidad de la ciencia española”.
Fantasmas de la ciencia española es un libro de gran densidad intelectual, lo que no le impide ser muy ameno. En él se repasan ocho momentos fundamentales de la ciencia española, estudiados cronológicamente (desde el siglo XVI hasta el XX), en los que, en muchos de ellos, hay una vindicación de la ciencia hecha por nuestros compatriotas y donde se destacan los valores más importantes de ésta. En cualquier caso, el lector que se acerque a estas narraciones puede hacerlo en el orden que prefiera porque son independientes, sólo tienen en común una fantasmagoría.
En
el primero de los capítulos se estudia el aspecto científico del avistamiento
del mar del Sur por Núñez de Balboa. Es un relato en el que Pimentel se plantea
la importancia de los indígenas en este hecho y lo transcendental de las cartas
portulanas hasta el siglo XVIII, “en muchos casos representando el territorio
con una precisión difícil de superar”.
En el segundo de los relatos, “Naturalezas de otros mundos”, se imbrican la expedición de Francisco Hernández —el protomédico de Felipe II y naturalista expedicionario a Nueva España—, y la pintura del mapa de Macuilsuchil porque, a fin de cuentas, la imagen era el medio más eficaz para mostrar la realidad de los nuevos territorios allende el Atlántico. Sin embargo, Hernández se convirtió en una fantasma y desapareció como tal, nadie se acordó de él en los postreros años de su vida y toda su sabiduría científica quedó, en gran parte, sin publicar y lo que se guardaba en ese templo de la ciencia que fue El Escorial desapareció en 1671... en un incendio.
Y son fantasmas porque así ve este autor la historia de la ciencia española. Es una historia de fantasmas en la que se dan cita “presencias discutidas, hechos borrosos y memorias intermitentes”, esto es, lo que hay oculto detrás de unos hechos e imágenes que la escrutadora mirada de Pimentel saca a luz con acierto. Sin embargo, son fantasmas que vagaron y vagan por la historia de España, alguien los conoció, desaparecieron y a veces, como por encanto, vuelven a asomar para dejar una huella más o menos perenne en la ciencia, aunque para gran parte de nuestros compatriotas estos aspectos de la historia son desconocidos. Pero la desaparición es casi siempre aparente porque hay constancia del fantasma pero... la cultura no científica no se ha interesado por él. Y esto afecta, incluso, a la arquitectura. Son los casos, por ejemplo, del Museo del Prado —al que el autor dedica uno de los capítulos—, y el “Observatorio Astronómico de Madrid, el fabuloso edificio de Villanueva, situado en los altos del Paseo del Prado y sin embargo prácticamente oculto, invisible, un monumento a la belleza y la clandestinidad de la ciencia española”.
Fantasmas de la ciencia española es un libro de gran densidad intelectual, lo que no le impide ser muy ameno. En él se repasan ocho momentos fundamentales de la ciencia española, estudiados cronológicamente (desde el siglo XVI hasta el XX), en los que, en muchos de ellos, hay una vindicación de la ciencia hecha por nuestros compatriotas y donde se destacan los valores más importantes de ésta. En cualquier caso, el lector que se acerque a estas narraciones puede hacerlo en el orden que prefiera porque son independientes, sólo tienen en común una fantasmagoría.
En el segundo de los relatos, “Naturalezas de otros mundos”, se imbrican la expedición de Francisco Hernández —el protomédico de Felipe II y naturalista expedicionario a Nueva España—, y la pintura del mapa de Macuilsuchil porque, a fin de cuentas, la imagen era el medio más eficaz para mostrar la realidad de los nuevos territorios allende el Atlántico. Sin embargo, Hernández se convirtió en una fantasma y desapareció como tal, nadie se acordó de él en los postreros años de su vida y toda su sabiduría científica quedó, en gran parte, sin publicar y lo que se guardaba en ese templo de la ciencia que fue El Escorial desapareció en 1671... en un incendio.
A
continuación se interesa por la relación existente entre dos obras del siglo
XVII, una pintura titulada Alegoría
de la vanidad, de Antonio de Pereda,
y las representaciones del Atlas anatómico
que contiene los famosos grabados microscópicos del valenciano del siglo XVII Crisóstomo
Martínez, que forma parte de la primera generación de microscopistas europeos,
como lo fueron Hooke o Leewenhoeck.
En el capítulo cuarto se interesa por la labor en Nueva Granada de José Celestino Mutis, un hombre que en el Siglo de las Luces vino a ser el Hernández del siglo XVI y cuya obra fue un fantasma perdido, o mejor olvidado, aunque recuperado 150 años después.
El capítulo siguiente, ya en el siglo XIX, aborda la necesidad que tiene España de actualizar un mapa de su solar, porque para una nación la representación cartográfica no sólo es el instrumento principal de organización administrativa, política, etc., Este aspecto lo trata Pimentel con las cartas geológica y geodésica y con sus creadores más importantes: el ingeniero de minas Manuel Fernández de Castro y Suero (1825-1895) y el militar y geógrafo Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero (1825-1891).
El sexto de los relatos también está dedicado a la España del regeneracionismo a través de imágenes fotográficas y pictóricas en las que aparece el más internacional de los científicos españoles: Santiago Ramón y Cajal, que se autorretrató literariamente como muchos otros científicos (antes y después de él), pero que fue de los pocos que hizo lo mismo fotográficamente.
En el capítulo cuarto se interesa por la labor en Nueva Granada de José Celestino Mutis, un hombre que en el Siglo de las Luces vino a ser el Hernández del siglo XVI y cuya obra fue un fantasma perdido, o mejor olvidado, aunque recuperado 150 años después.
El capítulo siguiente, ya en el siglo XIX, aborda la necesidad que tiene España de actualizar un mapa de su solar, porque para una nación la representación cartográfica no sólo es el instrumento principal de organización administrativa, política, etc., Este aspecto lo trata Pimentel con las cartas geológica y geodésica y con sus creadores más importantes: el ingeniero de minas Manuel Fernández de Castro y Suero (1825-1895) y el militar y geógrafo Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero (1825-1891).
El sexto de los relatos también está dedicado a la España del regeneracionismo a través de imágenes fotográficas y pictóricas en las que aparece el más internacional de los científicos españoles: Santiago Ramón y Cajal, que se autorretrató literariamente como muchos otros científicos (antes y después de él), pero que fue de los pocos que hizo lo mismo fotográficamente.
En el séptimo de los relatos se ocupa el autor de dos mujeres, una del arte y otra de la ciencia en la España del siglo XX, teniendo en cuenta la ideología de las dos, diametralmente opuesta: la pintora Maruja Mallo (Ana María Gómez González) (1902-1995) y la química Piedad de la Cierva Viudes (1913-2007).
El último de los relatos, “Naturalia en la Pinacoteca”, es un estudio sobre el Museo del Prado a propósito de una exposición de Miguel Ángel Blanco titulada Historias Naturales, que tuvo lugar en la pinacoteca en 2013. Pero en lo que hace hincapié Pimentel es en la relación histórica del Museo del Prado con la ciencia, el primer museo que se abrió al público en España, y en el hecho de considerarlo un lugar de memoria porque el museo español por excelencia fue ideado para albergar ciencia: un Gabinete de Historia Natural, una Escuela de Mineralogía, una Academia de Ciencias, etc.
Sólo me queda recomendar esta obra a todas las personas que estén interesadas por la cultura, sean del ámbito científico o artístico, porque es una obra de alta divulgación escrita con amenidad.
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