Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

18 marzo, 2022

Científicos españoles y la lengua

Es necesario que para escribir con corrección, como manda la Academia, el Diccionario esté puesto al día y que participen en él científicos de prestigio que escriban muy bien, algo que ha sucedido a lo largo de la historia. Creo que  un nuevo impulso se ha dado, en la dirección adecuada, con la plataforma de reciente creación,  Enclave de Ciencia (https://enclavedeciencia.rae.es/inicio) que engloba el  Diccionario de la lengua española científico-técnico (DLECT); el proyecto TERMINESP de la Asociación Española de Terminología; el DICCIOMED (diccionario médico-biológico, histórico y etimológico de la Universidad de Salamanca) y el Diccionario Español de Ingeniería (DEI).
En la historia de la Real Academia de la Lengua han participado personajes, distinguidos por su actividad científica, que han ocupado los sillones de esa institución por su buen hacer literario.
Son suficientes ejemplos los siguientes: el polifacético (científico y filólogo) Pedro Felipe Monlau (1858-1871); el más importante de los matemáticos españoles, Julio Rey Pastor (1953-1962); el zoólogo Ignacio Bolívar y Urrutia (1930-1944), el histólogo Santiago Ramón y Cajal (1905-1934), el médico Gregorio Marañón Posadillo (1933-1960), el ingeniero Leonardo Torres Quevedo (1920-1936), el físico Blas Cabrera y Felipe (1934-1945), la bioquímica Margarita Salas (1938-2019), etc.
Bermúdez de Castro
Y el último de los científicos que se ha incorporado a la Institución ha sido el paleoantropólogo madrileño José María Bermúdez de Castro (1952), que  ocupará  la silla K, vacante desde el fallecimiento de Federico Corriente el 16 de junio de 2020.
Se hace necesario, quizá es más preciso decir imprescindible, que los científicos y divulgadores consulten con frecuencia el Diccionario para que, de esta manera, podamos leer un texto sin incorrecciones semánticas y gramaticales y para que tampoco nos avasallen ciertas groserías lingüísticas no demasiado infrecuentes. Así, la fundación sueca que otorga los Premios es la Nobel y, por tanto, no se debe escribir Nóbel; y es que el problema de las tildes es muy general, se colocan en lugares incorrectos y se eliminan donde deben estar. ¿Por qué se lee tan frecuentemente milígramo? ¿Por qué su usa tantas veces osmosis? Me parece evidente que hay una especie de pereza intelectual que omite el uso del Diccionario y que sólo sirve para entorpecer el lenguaje y en muchos casos para hacer más difícil la comunicación.
Los científicos y los divulgadores de la ciencia deben comunicar sus conocimientos con un lenguaje sencillo que sea preciso y fácilmente inteligible. No obstante, esto no excluye la corrección en el mismo que, evidentemente, requiere de un esfuerzo adicional por parte del emisor de la información y que, en ciertos casos, a tenor por los resultados, parece una tarea imposible. Quizá se encuentre el fundamento de lo anterior en el hecho de lo difícil que es encontrar las palabras adecuadas para un público no experto, quizá se deba, acaso, en que utilizar un verbo preciso es más confuso si se manejan menos términos científicos, quizá, en fin, sea el resultado de una falta de modestia que impide al que comunica la información utilizar palabras, analogías, comparaciones ajenas al mundo de la ciencia, creyendo que los científicos van a desestimar su labor.
Un hombre volcado en la relación histórica y filológica del lenguaje científico fue Juan José Barcia Goyanes (1901-2003), una persona interesada en numerosas facetas del conocimiento, que escribió poesía y que gustaba de las lenguas clásicas y modernas. De extraordinaria formación intelectual, hablaba muchos idiomas: además de castellano, gallego, valenciano, portugués, alemán, francés, inglés, italiano, sueco, danés, ruso, griego moderno, árabe y polaco, también tenía buenos conocimientos de griego clásico, latín, hebreo, sánscrito y persa.
Era, por tanto, un estudioso del lenguaje que dedicó gran parte de su vida a crear una obra asombrosa titulada Onomatología Anatómica Nova. Historia del Lenguaje Anatómico, en 10 volúmenes y editada por la Universidad de Valencia entre 1978 y 1992, un diccionario anatómico con muchos estudios históricos. En el texto estudia el significado y el origen histórico de los términos anatómicos, más de 5.000, tomados del latín, griego, árabe y hebreo. Define los términos, aporta la sinonimia, su historia y los traduce al español, portugués, francés, italiano, inglés, alemán, holandés, sueco, ruso, polaco, griego, árabe y hebreo. Así, una autoridad en la historiografía médica como Ackerknech calificó la obra de Barcia en la prestigiosa revista Gesnerus (de historia de la medicina y de las ciencias) como un “hito histórico”.
En la RAE el lenguaje de la ciencia también se ha manifestado en la labor del físico, matemático e ingeniero Esteban Terradas (1883-1950), que en 1944 fue elegido académico y se dedicó a confeccionar un léxico adecuado a la práctica tecnológica. Su discurso de ingreso (1946) fue sobre este asunto: Neologismos, arcaísmos y sinónimos en plática de ingenieros.
Asimismo, Rafael Alvarado Ballester (1924-2001) fue un catedrático de Zoología que desde 1974 estuvo adscrito a la Comisión del Vocabulario Técnico de la Real Academia Española, corporación en la que ingresó como miembro de número en el año 1982, donde ocupaba el sillón correspondiente a la letra "m". En esta institución centró su trabajo en la revisión del léxico relacionado con la botánica y la zoología. Su discurso de ingreso fue una de sus obras más queridas: De nomenclatura. Juxta preceptum aut consunsu biologorum (Tecnicismos, cultismos, nombres científicos y vernáculos en el lenguaje biológico).
Finalmente, el catedrático de Bioquímica Ángel Martín Municio (1923-2002) era una persona de extensa cultura que  abarcaba no sólo los espacios científicos. Este profesor creía en un nuevo conocimiento de carácter global, no parcelado en saberes científicos y no científicos y fruto de esta concepción es su obra Naturaleza, ciencia y cultura (1999).  Sus méritos en este sentido le permitieron ingresar en la Real Academia Española en 1984, ocupando el sillón “o”, a propuesta de Pedro Laín, Antonio Colino y Carlos Bousoño. En su discurso de ingreso disertó sobre La biología del habla y del lenguaje. Siempre preocupado por el lenguaje, científico o no, escribió El valor económico de la lengua española, que se vio la luz en 2003, después de su fallecimiento. 

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